Sergio Román Armendáriz: el caballero de la alegre figura

En la historia del teatro costarricense y ecuatoriano resalta el nombre de Sergio Román, un militante de la provocación escénica

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Breve semblanza del caballero

En un lugar de San Pedro, cerca de su querida Universidad de Costa Rica (UCR), pasa las horas un quijote de carne, hueso y abundante alma. El Registro Civil insiste en llamarlo Sergio Román Almendariz. Sin embargo, él mismo endereza el entuerto, cuando aclara que la grafía correcta de su apellido materno es “Armendáriz”. Para los cercanos es Sergio o don Sergio y, aunque nunca pretendió forjar discípulos, muchos insistimos en llamarlo “maestro”.

Frisa los noventa, y la lozanía de sus ideas deslumbra. Se declara amigo de las palabras y admirador de Jorge Luis Borges. Si alguien le pregunta por el sentido de la vida, responde que Constantino Cavafis ya resolvió ese asunto en el poema Ítaca.

Con aquel otro quijote –el manchego de papel y tinta– comparte los riesgosos placeres de la lectura y una estampa elongada que, en el caso de Sergio, le permitió defender las porterías de las calles futboleras de Guayaquil, la ciudad de su infancia y juventud.

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Sergio es parco al hablar de sus logros, pero espléndido si se refiere a los esfuerzos ajenos. Con aquel otro quijote –el manchego de papel y tinta– comparte los riesgosos placeres de la lectura y una estampa elongada que, en el caso de Sergio, le permitió defender las porterías de las calles futboleras de Guayaquil, la ciudad de su infancia y juventud.

El amor por la tica María Lidya Sánchez lo hizo saltar la brecha entre su natal Ecuador y Costa Rica. Corría el año 1963, y el recién llegado necesitaba ganarse el sustento. A cuestas llevaba un título en Ciencias Sociales y el mérito de haber sido miembro fundador del Club 7 de poesía de Guayaquil. También había incursionado en el radioteatro, el periodismo y la militancia política, en las filas de la Unión Revolucionaria de la Juventud Ecuatoriana (URJE).

Impulsado por la premura o por el destino, Sergio tocó la puerta de Arnoldo Herrera, el entonces director del Conservatorio de Castella. El buen ojo de don Arnoldo hizo que Sergio asumiera, de inmediato, el curso de prácticas escénicas. A partir de allí, el teatro se transformó en uno de sus ejes profesionales, a la par de la comunicación, la pedagogía, el periodismo, la escritura y el cine.

Además del Castella, los escenarios protagónicos de su carrera docente fueron el colegio Lincoln, el Instituto Nacional de Artes Dramáticas (INDA) y las escuelas de Estudios Generales y Ciencias de la Comunicación Colectiva –ambas de la UCR–. En el Semanario Universidad tuvo a su cargo la columna ¡Bah! –firmada con el seudónimo Pantera Rosa– y la sección CASIOLVIDOS de un espectador de teatro y cine en Costa Rica. Entre 1985 y 1995, fue colaborador regular de la Página 15 del periódico La Nación.

Sergio Román, un dramaturgo visionario

En setiembre de 2022, la Universidad de las Artes del Ecuador publicó Cuadrilátero. Pugna-intento de contribución a la experimentación escénica ecuatoriana. En este libro se compilan las piezas dramatúrgicas Un extraño en la niebla (1964) y Función para butacas (1971) de Sergio Román, además de Soliloquio épico coral (2010) y Celeste (2014) del teatrista ecuatoriano Aníbal Páez.

La selección de los cuatro títulos responde a criterios temáticos, de estilo e, inclusive, geográficos, pero, más allá de estas variables, resalta el hecho de que Soliloquio épico coral surgió como una respuesta al trabajo dramatúrgico de Román. Para contextualizar lo anterior, nos debemos remontar al 2009, cuando Aníbal Páez y sus compañeros del grupo Arawa –uno de los más renombrados del Ecuador– permanecían estancados en un marasmo creativo.

A fin de superar esa coyuntura, los de Arawa asumieron el montaje de Función para butacas, obra de corte experimental, escrita por un misterioso coterráneo del que no tenían mayores noticias. Durante el proceso, nuevos conflictos e inquietudes emergieron en el seno de Arawa. Por este motivo, la idea de arranque se fue ajustando, hasta convertirse en el Soliloquio épico coral, texto inédito, pero innegablemente influenciado por Román.

Según Jaime Gómez-Triana –prologuista de Cuadrilátero–, las cuatro piezas reunidas en el libro son los vértices de un territorio dramatúrgico en el que prevalece la noción de lo teatral como una práctica lúdica que “conecta con los sueños y utopías latinoamericanas”. En dicho territorio, la producción de Román es clave para entender el desarrollo de la dramaturgia experimental ecuatoriana y, también, la costarricense.

Los investigadores Patricia Fumero Vargas y Carlos Morúa Carrillo señalan a Sergio Román como un dramaturgo, docente y gestor relevante en el entorno de las prácticas escénicas de la UCR.

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Sergio Román y la vanguardia teatral en Costa Rica

Un extraño en la niebla y Función para butacas no suelen citarse en los estudios sobre dramaturgia costarricense del siglo XX. Esta omisión ha sido subsanada, en parte, por las investigaciones de Patricia Fumero Vargas –El teatro de la Universidad de Costa Rica (1950-2012)–, del 2017, y Carlos Morúa Carrillo –Desarrollo y evolución del movimiento teatral costarricense en la década de 1970–, del 2019. Ambos autores señalan a Sergio Román como un dramaturgo, docente y gestor relevante en el entorno de las prácticas escénicas de la UCR.

Al respecto, podemos afirmar que la obras de Román trascienden los límites del quehacer universitario, al estar emparentadas con propuestas rupturistas como La colina (1968, Daniel Gallegos), Las hormigas (1969, Antonio Yglesias) y Teófilo Amadeo, una biografía (1970, William Reuben). Este conglomerado dramatúrgico fue uno de los muchos disparadores artísticos –además de los gremiales, académicos e institucionales– que impulsaron la revolución formal e ideológica del teatro costarricense, hace más de medio siglo.

Un ejemplo concreto de lo anterior tuvo lugar en 1973, cuando Extrateatro –grupo estudiantil universitario– presentó Función para butacas, en el “Aula 10″ de Estudios Generales de la UCR. Luego de su debut, el espectáculo, dirigido por Stoyan Vladich, viajó al Festival Internacional de Teatro de Manizales (Colombia), con un elenco que incluía, entre otros, a Luis Carlos Vásquez, Eugenia Chaverri, Vicky Montero y Ana Cristina Rossi.

No puede afirmarse que exista una relación unívoca entre la dramaturgia de Sergio Román y el surgimiento de Tierranegra, pero es indudable que Función para butacas fue el germen creativo de esta agrupación visionaria que llevó el teatro costarricense hacia nuevas direcciones.

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A su regreso, los cuatro intérpretes se aliaron a colegas con similares inquietudes estéticas y políticas para fundar Tierranegra, una de las agrupaciones teatrales más importantes en la historia de Costa Rica. De hecho, La invasión (1973) –ópera prima de este colectivo– se estrenó en la misma “Aula 10″, donde meses atrás se había fraguado Función para butacas.

No puede afirmarse que exista una relación unívoca entre la dramaturgia de Sergio Román y el surgimiento de Tierranegra, pero es indudable que Función para butacas fue el germen creativo de esta agrupación visionaria que llevó el teatro costarricense hacia nuevas direcciones. El compromiso experimental de Tierranegra abrió una brecha inédita por la que transitaron, después, proyectos como La Trama, La Carpa, Teatro 56, Ubú, Quetzal, Abya Yala y el N.E.T., entre muchos otros.

En 2017, Función para butacas fue presentada en varios espacios escénicos de nuestro país por el Grupo Guiñol y #losCulpables, bajo la dirección de Heiner Fernández. Esta puesta corroboró la capacidad de Sergio Román para detonar búsquedas escénicas al margen de las brechas generacionales o geográficas.

Telón

Los autores que prologan Cuadrilátero reclaman a Sergio Román Armendáriz como un autor experimental ecuatoriano. Lo justo sería afirmar que su aporte dramatúrgico resuena en el ámbito costarricense, con similar importancia. Mientras tanto, el caballero de la alegre figura pasa las horas, más apacible que ayer, apropiándose del mundo en versos y aforismos que esperan ansiosos el arribo de una página en blanco o la presencia de alguien dispuesto a escucharlos.

La palabra –uno de sus más grandes amores– le sigue siendo fiel.

Los autores que prologan Cuadrilátero reclaman a Sergio Román Armendáriz como un autor experimental ecuatoriano. Lo justo sería afirmar que su aporte dramatúrgico resuena en el ámbito costarricense, con similar importancia.

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Fragmento de Función para butacas

CORO: Construyamos las ruinas de la ciudad del futuro. Con terrazas y astropuertos. Con jardines sin oro de leyenda. Con adolescentes que ignoren el uranio y el prejuicio. Una ciudad situada más allá de la lujuria y de la esclavitud del poder. Una descalza ciudad loca y melenuda en la que no haya reyes ni mendigos y en la que todos los días caigan dulces. Una ciudad que sude amor por los cuatro costados cardinales y por los costados que aún no conocemos. Una ciudad sin avisos, sin templos, sin cerdos, sin políticos. Construyamos esa ciudad. Para morir. Después.