Relatos para una mirada tímida: erotismo en el cine costarricense

Queriéndolo o no, el cine de ficción ha expresado el recelo, e incluso conservadurismo de los costarricenses con respecto a lo erótico

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Retomemos algunas de las primeras imágenes de El retorno (1930), el largometraje silente de Albert F. Bertoni, el primero de la cinematografía costarricense: una finca en Orosí, que es al mismo tiempo una productiva huerta y un paraíso para el disfrute de sus propietarios; una joven, tendida sobre una suerte de hamaca, de espaldas a la cámara, de forma que vemos primero su silueta (caderas y piernas), antes que su rostro; un joven que responde al saludo de la muchacha: es evidente que se agradan.

Ella se llama Eugenia y, según aclaran los intertítulos, es una “flor virginal”. Él es Rodrigo, el empobrecido primo que ha sido criado como un hijo por don Fernando, dueño de la finca y padre de la joven. Un buen muchacho, el tío lo envía a estudiar a San José. Es allí donde, a través de un amigo, el frívolo cronista social Cupido Delgado, conoce a Dorita, actriz extranjera, de la que se enamora, descuidando tanto los estudios como las atenciones a Eugenia.

No es este el espacio para contarles la suerte de Rodrigo, cómo recibió una lección por anhelar los goces de Europa y preferir la ciudad al campo. En esta ocasión, El retorno es un recurso para rastrear las constantes en el abordaje de lo erótico en el cine costarricense de ficción.

Brindamos así continuidad al diálogo propuesto por Detrás del portón rojo, la refrescante exposición en el Museo de Arte Costarricense, curada por Roberto Guerrero y Sussy Vargas e inaugurada el pasado 17 de noviembre, la cual nos coloca frente a la articulación entre la mirada y el deseo en la práctica de nuestros artistas visuales.

Nos preguntamos entonces por cómo han representado los (y también las) cineastas costarricenses el erotismo, integrándolo a una propuesta audiovisual y argumental.

Sin ser una película erótica, El retorno brinda algunas pistas sobre esta aproximación al fenómeno erótico: el acento en el cuerpo femenino y su analogía con la naturaleza exuberante (a través del personaje de Eugenia), la asociación del deseo a algún tipo de castigo (el encuentro con Dorita) e incluso su abordaje cómico y grotesco (al presentar al obeso Cupido Delgado como un donjuán).

El retorno nos permite además distinguir entre el mostrar y el contar, lo que nos lleva a descubrir una mirada colmada de contradicciones, pues la cámara desea el cuerpo de Eugenia y el rostro de Dorita, pero la narración no tarda en corregirlo cuando subraya que la primera es una flor virginal y atribuye el rol de femme fatale a la segunda. Estos cuatro elementos, sin agotar la totalidad de la cinematografía costarricense, describen una parte importante de esta.

Un penoso erotismo

En lo erótico, actividades determinadas por lo biológico y lo social (como la relación sexual, la reproducción, la vida en pareja y en familia) ingresan en el espacio libre de la imaginación, el símbolo y el juego. Lo erótico es en principio un mediador de lo sexual, cuyo desarrollo le permite alcanzar un cierto grado de autonomía.

Esta última suscita generalmente tensiones, de las cuales dan cuenta muchas de las piezas reunidas en Detrás del portón rojo, pero también filmes como ese rompecabezas que es Muñecas rusas (2014), de Jurgen Ureña, en el que los olvidos, los rencores, las normas o la misma torpeza de los cuerpos impiden el encuentro feliz de hombres y mujeres.

En las películas costarricenses, la sexualidad es un problema. Uno de los mejores ejemplos es Gestación (2009), de Esteban Ramírez, un relato sobre cómo dos adolescentes lidian con las consecuencias de un encuentro sexual que ocurre en sus primeros quince minutos del largometraje.

El hecho de que esta secuencia sea al mismo tiempo la mejor lograda de la obra y la causante de las tribulaciones de los personajes expresa esa relación contradictoria con lo erótico.

El mismo carácter problemático aparece en Caribe (2004), también de Ramírez, en la que el derrumbe moral del protagonista en el espacio público tiene por correlato la historia de infidelidad con su joven cuñada, y en Tr3s Marías (2012), de Francisco González, en la que la delincuencia tiene por objetivo pagar la deuda contraída para realizar un aborto.

En El último comandante (2010), de Isabel Martínez y Vicente Ferraz, el carácter subversivo del deseo se queda en nada, como lo hacen también los ideales políticos del protagonista, quien ha prometido amor y revolución a las mujeres del filme.

Diferentes películas costarricenses integran la sexualidad a un relato de abuso, como Password (2002), de Andrés Heidenreich, El camino (2009), de Ishtar Yasin, y la citada Tr3s Marías.

Esto no se da siempre con sensibilidad hacia las víctimas, como ocurre en Marasmo (2003), de Mauricio Mendiola, cuyo clímax incluye a una mujer fantaseando con el hombre que le atrae mientras es violada, y Toque de lo alto (2016), de José Mario Salas, en la que una joven pide perdón al abuelo que abusó de ella.

La asociación de lo erótico y lo monstruoso, expresión de los temores respecto a nuestros propios deseos, lo encontramos en La Segua (1984), de Antonio Yglesias, sobre el monstruo que se hace pasar por una bella mujer para castigar a los hombres en malos pasos, y en las sensuales brujas que atormentan a los personajes de Donde duerme el horror (2010), de Ramiro y Adrián Bogliano.

Objetos de la mirada

Dos polos se cruzan en lo erótico: la representación y la mirada. Se trata de una relación dialéctica: la representación provoca la mirada (invitándola a desear), y la mirada construye la representación (haciendo erótico aquello que no lo es necesariamente).

La figura del voyeur o mirón, que encarna esta dialéctica, nos obsequió una de las secuencias más recordadas del cine costarricense en Eulalia (1987), de Óscar Castillo, en la que un adolescente, Bobby, descubre el deseo y se masturba mientras ve a la exuberante criada (la protagonista), a través de un hoyo en la pared, mientras esta se baña.

Eulalia es una suerte de fuerza de la naturaleza, que suscita deseos incontrolables en hombres de todas las edades, tanto de su pueblo como de la ciudad, a donde el papá la envía “antes de que le peguen una panza”.

La magnitud del deseo que genera es tal que hace enfermar a Bobby, y devuelve vigor a un hombre que se decía impotente, para después provocar su muerte durante el coito, como consecuencia de la excitación. Como en Gestación, la historia retoma el ligamen entre erotismo y reproducción, pues la joven también resulta embarazada en su primer encuentro sexual.

Pero Eulalia es una comedia y narra todo esto (una historia de mentiras, abuso y muerte) sin la gravedad de los filmes antes citados. Es inevitable no ligar su tono con el personaje de Cupido Delgado, quien encarnaba a su manera la hiperactividad erótica en El retorno.

Es decir, el erotismo es algo tan problemático, que muchos filmes costarricenses prefieren abordarlo con humor, con la risa como mecanismo liberador para las tensiones que este desencadena, como sucede también en Mujeres apasionadas (2003), de Maureen Jiménez.

Diferentes películas hacen al espectador cómplice de la objetualización del cuerpo, el cual es generalmente femenino, como en Eulalia y Asesinato en el Meneo (2001), de Óscar Castillo.

Sin embargo, también encontramos relatos en los que el argumento (Mujeres apasionadas) o la propuesta audiovisual (algunos filmes de Hilda Hidalgo) tuercen esa lógica y proponen el cuerpo masculino como objeto de deseo.

Esta objetualización del cuerpo pasa generalmente por su integración al paisaje, rural o urbano. Los dos primeros largometrajes costarricenses, El retorno y Elvira (1955), de Alfonso Patiño Gómez, introducen los personajes femeninos mostrándolas tendidas sobre una hamaca o un árbol.

Con un tono más audaz, dicha integración del cuerpo y el paisaje aparece también en el cortometraje La pasión de nuestra señora (1998), de Hilda Hidalgo, en el que una mujer, quien vive en una choza en medio de la selva tropical, se atreve a ser consecuente con su deseo, y en Viaje (2015), en el que el entorno natural integra tanto el cuerpo femenino como el masculino.

Para concluir, es interesante comprobar cómo, con la excepción de algunos pasajes de Abrázame como antes (2016), de Jurgen Ureña, el erótico, con su dialéctica de deseo, mirada y representación, no es aún el tono preferido por los cineastas nacionales que han abordado las sexualidades alternativas. Ello confirma la timidez con que los filmes costarricenses se han aproximado al erotismo.