Quince Duncan: 50 años de literatura y luchas

El escritor de 77 años nos lleva en un viaje por la herencia y la literatura afrodescendiente, los cambios culturales del país y lo que ha sido su propio quehacer

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En la ficción y en la realidad, el escritor costarricense Quince Duncan es un noble heredero de Anansi, aquel astuto personaje de la cultura afro que lleva siglos contándonos historias.

A sus 77 años, el autor de Los cuatro espejos, Un mensaje de Rosa y Los cuentos del hermano araña festeja cinco décadas de literatura y de luchas contra el racismo, contra los prejuicios y a favor de que a la población afrodescendiente se le reconozcan sus aportes, de derribar mitos y de un gran compromiso con los derechos humanos. El viernes, en el estreno de un espectáculo sobre Anansi en el Teatro Nacional, él recibió un homenaje a su trayectoria.

Este contador de historias nato conversó acerca del hermano araña, de la literatura afro en Costa Rica y también de lo que lo tocó que vivir y escribir. Su voz sopesa las batallas y convoca la sabiduría ganada en este camino.

–¿Qué significa Anansi para nuestra literatura?

–Anansi es herencia africana, forma parte de la mitología de los akan, concretamente, en el caso nuestro, viene por la línea del pueblo de los ashanti. Se encuentra en toda la región Caribe, no solo en el Caribe inglés, sino también en el holandés. Anansi está en toda la zona del Gran Caribe.

”Según la cultura akan, Anansi formó parte de la deidad. Anansi es la tejedora del universo. Un poco travieso, Anansi robó las historias y se las trajo para la Tierra, por lo cual fue castigado y expulsado de la deidad. Esas historia en África sirven para explicar algunas cosas, por ejemplo de por qué los tigres tienen manchas, de cuando Dios vivió en la Tierra y por qué se fue…

"En el Caribe, el personaje se transforma en manos de las personas esclavizadas y se vuelve una forma de explicar, sobre todo a los jóvenes, que el valor supremo no es la bondad: un esclavo bueno lo más que va a vivir son cuatro o cinco años; sino que el valor supremo es la astucia, astucia suficiente para saber que, de vez en cuando, hay que dejar abierto el portón para que huya el ganado porque al irlo a buscar, cinco o seis fincas más abajo, y ver a mi novia, mi madre o mi hermano... Entonces, es el astuto el que va a sobrevivir.

”Anansi es una araña, con forma humana, que va a vencer al poderoso tigre y cómo lo vence: no es a través de la fuerza, sino a través de la astucia”.

–¿Y qué formas ha tomado en nuestra literatura?

–Muchos de los que trabajamos a Anansi hemos recogido esa herencia, conservando el valor de la astucia, pero hay algo que los padres o abuelos o las personas mayores siempre agregaban: una moraleja. Esas eran nuestras novelas de la tarde. Entonces, por ejemplo, en mi caso, yo le puse: a veces el guarda roba más que el ladrón; fue una recopilación de cuentos de la tradición limonense que hice.

"Curiosamente, ese es el mismo cuento de Carmen Lyra. La única diferencia es que en el caso de Carmen Lyra es Tío Conejo y en el caso de Limón es Anansi. Es la misma historia: a alguien le están robando y contrata a un guarda (Anansi, Tío Conejo) y los pone a cuidar. Hasta que les ponen un muñeco, donde quedan pegados y se los encuentran por la mañana. Esto quiere decir que algún porcentaje de personas de cultura akan estuvo también en los afrodescendientes del Valle Central.

"En el contexto nuestro se han hecho dos cosas: la gente que ha recopilado estas historias, ya sea en creole, inglés estándar o en español, o quienes, como en mi caso, lo que hacemos reelaborar a partir de esto. Lo que hago es que cojo un cuento y lo formulo en términos actuales; son dos libros Los cuentos del hermano araña y Los cuentos de Jack Mantorra. La historia de Jack Mantorra es parte de la herencia africana y yo tomé a ese personaje que cuenta cuentos; por ejemplo, allí hay un cuento en que Anansi se viene a la ciudad y monta un negocio de hamburguesas con animales que él se roba; al final lo descubren.

–¿Se siguen contando estas historias en la población afrodescendiente o es menos frecuente que antes?

–Sí, es mucho menos. Ahora es muy difícil competir con la televisión, los aparatos y otro montón de cosas. Se cuentan ya bastante poco. De allí la importancia del esfuerzo por recopilarlos, mantenerlos y volver a introducirlos al sistema escolar para que sobrevivan. Es un aporte valioso a la cultura.

–Metafóricamente hablando, ¿Tío Conejo y Anansi, entonces, son primos?

–Sí, pertenecen a la misma tradición (oral que se recupera en la literatura)...

–Si bien es cierto se han recuperado sus cuentos en libros, se trata de proyectos relativamente recientes. ¿Cómo ha sido la historia de lectura de las historias de Anansi en Costa Rica?

–Hace unos años se había hecho una obra con títeres; ahora, se hace este otro esfuerzo en el Teatro Nacional y se están reeditando mis dos libros sobre Anansi en un solo tomo en una edición grande, que se distribuirá en todo el país.

–Sin embargo, Anansi ya debería tener otro estatus y ser más conocida...

–Sí, es parte del asunto. Nuestro país tiene todavía mucho qué hacer. Por ejemplo, estuve oyendo el fin de semana a los Tres Tenores, que nos encanta, y cantan música costarricense, algo de Guanacaste y algo de Puntarenas, pero uno se queda esperando que canten algo de Limón.

”Es un camino lento. Pienso que ha habido un progreso con lo que había antes: el calipso ya se considera música nacional; el rice and beans ya fue declarado plato típico costarricense, pero hay todavía mucho por hacer”.

”(...) Apenas veo que se está empezando a tomar en serio, realmente, lo de Guanacaste: el trabajo de Guadalupe Urbina, por ejemplo, de rescatar toda la influencia parda en la cultura guanacasteca. Durante años nos hablaron de los chorotegas, pero se les olvidó decir que los españoles habían matado a los hombres y los que capturaron los habían llevado, junto a nicaraos, a la conquista del Perú y, por supuesto, murieron. Quedaron las mujeres y trajeron a gente negra para hacer la reproducción de la mano de obra; entonces, son afrochorotegas. Hay muchos lugares en Guanacaste con nombres africanos: Angola, Congo, Matamba… No importa dónde vivas, no importa si comes rice and beans o gallo pinto, no importa si te consideras negro y no de raza, nosotros somos afrodescendientes. Nosotros somos naciones mestizas y quien no es genéticamente mestizo, lo es culturalmente.

–Ahora que hablaba del rice and beans, hace 20 años se contaban con una mano y quizá sobraban dedos los sitios donde se podía comprar en San José. ¿A qué se debe?

–Hay dos cosas influyentes: la enorme migración de Limón. En Desamparados hay más afrodescendientes que en el cantón central de Limón. Entonces, hay una gran influencia de gente…

”Después, hay una gran cantidad de limonenses no negros que se han pasado a vivir al centro del país y hay una gran cantidad de gente del Valle Central que fue a Limón por un tiempo y aprendió.

–¿Hay otros avances culturales de la población afrodescendiente más importantes?

–Claro, muchos. Si yo comparo la situación con la de los años 50, cuando yo me vine a vivir a San José, hay un cambio bastante grande. Hay un cambio en la cultura: la gente es mucho más consciente de la cuestión de derechos humanos, es mucho menos prejuiciada; eso sin negar la existencia de una minoría de racistas doctrinarios.

–¿Cómo lo recibió San José en los años 50?

–Llegué a San José en 1956. A cada 25 metros, por lo menos, había algún comentario o burla: “Parece que va a llover”, “negro chumeco panza de muñeco”, “cómo le how are you” o el famoso “yo quiero mucho a los negros”. Y recuerdo dificultades para conseguir trabajo; esas dificultades aún existen, pero no tan fuertes; ahora la dificultad es conseguir los trabajos de vitrina; el otro día vi a una cajera de un banco casi negra, casi caigo de espaldas, no lo podía creer porque usualmente te dan el trabajo, pero detrás del biombo.

”Vea que curioso: en Limón, cuando la provincia estaba en nuestras manos, nuestros abuelos, como buenos británicos, se consideraban superiores a la cultura nacional: sabían leer y escribir y, según el censo de 1927, más del 80% de los afro sabían leer y escribir, mientras el promedio nacional era del 47%. Cuando me vengo a San José, me encuentro con esto al revés: me encuentro con mucha gente que no sabía leer ni escribir. Y, en esa circunstancia, de ser el nieto de Mr. James Duncan, muy respetado, llego a San José a ser negrito. Era una situación en la que encontraba rechazo abierto o un racismo muy paternalista (“pobrecito ese negrito, lo vamos a ayudar”).

Y me encontré mucho de eso cuando yo comencé a publicar mis libros. La idea que había en el ambiente es que “esos negros de Limón no saben hablar español ni saben hablar inglés, hablan una cosa que se llama patuá (patois o patwa), que no sé dónde lo inventaron porque patuá es lo que hablan los haitianos, pero no tiene nada que ver con lo que habla en Limón y ha sido tan fuerte esto que los mismos limonenses dicen que hablan patuá). Yo hablaba inglés creole, pero no en la casa porque mi abuelo no lo permitía (era bad English); no podía hablar creole, no podía hablar español ni inglés estadounidense.

”(...) Recuerdo que en aquellos años en un programa de radio le preguntaron a uno de los dirigentes del Saprissa por qué no contrataban negros porque ya la Liga y Heredia tenían; el tipo soltó la risa y dijo: “Nosotros contratamos jugadores de fútbol; ¿dónde han visto que un negro juegue fútbol?”. Yo, que era saprissista, allí fue donde me hice herediano: si los negros no pueden jugar en Saprissa, yo no tengo que ser aficionado.

”Esto se lo cuento para que usted tome una idea de cuál era el ambiente. No te voy a decir que me esperaban en una esquina para pegarme un balazo, como en Estados Unidos, o que había barrios donde no podía entrar, pero sí había barrios donde no podía vivir porque no me iban a alquilar o vender una casa. Además había cosas simbólicas: cuando uno pasaba, la gente se pellizcaba y decía: “suerte para mí y no para ti”.

”Esto ha cambiado, la situación ha cambiado mucho y para bien. La generación de jóvenes adultos jóvenes, amén de ser la generación más culta que este país ha tenido, es la que tiene una mentalidad más abierta. Cuando hablan de la campaña de rescate de valores, yo me sonrío y me pregunto cuáles valores: antes, las familias ocultaban a los familiares con discapacidad; habría que ver cuáles son esos valores que se quieren rescatar”.

–¿Qué ha pasado con la literatura afrodescendiente en los últimos años?

–La literatura de los afrodescendientes en Costa Rica ha pasado por varias frases. La primera etapa fue de los jamaicanos y sus hijos que escribieron en inglés y publicaron en los periódicos de Limón; hay muchos muy buenos. Luego, mi caso que fui el primero en escribir en español y después fueron Dolores Joseph, Eulalia Bernard y ahora tenemos a Shirley Campbell y Delia McDonald.

”He acuñado el concepto “afrorrealismo” para describir un tipo de literatura que comienza con Nicolás Guillén, en la que además de escribir desde adentro de la población afrodescendiente, reivindica. A partir de él, hay una corriente. No es que Guillén se defina así, sino que es Quince Duncan, en sus años como profesor, quien descubre que pertenece a una corriente y empiezo a encontrar nombres en diferentes países que coincidimos. Esa perspectiva afrorrealista es la que pretende reivindicar la cultura y la herencia africana, y es una reivindicación informada y crítica.

En este momento, la mejor manifestación de ese compromiso con la herencia afrodescendiente y con la literatura es Shirley Campbell. Es la mejor poetisa; cero folclor y gran compromiso”.

–Al repasar sus cinco décadas de carrera literaria, ¿qué lo enorgullece y qué siente que le faltó o falta por hacer todavía?

–Me han hecho esa pregunta en términos de “cuál es tu mejor libro?” y siempre respondo: “el que estoy escribiendo”. (...) En mi momento de mayor producción (aún sigo produciendo) y cuando la gente aún leía, no tuve los canales de difusión suficientes y, hoy en día, que existen esos canales, la gente ya no lee eso. A veces uno se siente que estuvo desfasado.

”Lamento, pero no me arrepiento, que no pude dedicarle suficiente tiempo a la literatura, sobre todo a la narrativa. Y ahora que puedo, no sé si me van a salir las cosas, pero yo aún sigo escribiendo.

”Tuve que dedicarme a la docencia, de lo cual tampoco me arrepiento porque disfruté muchísimo ser profesor y me siento muy orgulloso de algunos alumnos que veo trabajando por allí. Cuando algún exalumno me cuenta lo importante que fui, se me llenan los ojos de lágrimas porque el profesor da y da, pero no sabe qué de eso queda. Fui un buen profesor y disfruté lo que hice.

”Se supone que uno se pensiona para tener más tiempo, pero tengo menos tiempo ahora. Estoy metido en tanta cosa (...).

Tengo muchos proyectos todavía; he sido muy claro con la vida que no tengo intención de desocupar el planeta todavía. Tengo mucho más que hacer; necesito unos 30 años más (ríe)”.

–¿Cómo ha cambiado su literatura en estos 50 años?

–Comenzó siendo una prosa muy poética y un poco nostálgica sobre Limón; luego, con el tiempo se fue convirtiendo en un compromiso más de construcción de personajes, como en Los cuatro espejos. Posteriormente, vino una época de las novelas de la comunidad ancestral. A partir de Un mensaje de Rosa, se cierra ese ciclo y hay un salto hacia una literatura más universal, que se refiere a la diáspora africana en general.

”Virginia Woolf dijo algo que para mí fue muy importante: la mitad del tiempo hemos tenido que explicar por qué siendo mujeres estamos escribiendo y la otra mitad hemos tenido que escribir obras en defensa de la mujer; ¿a qué horas podemos sentarnos a hacer una buena obra literaria? Muy temprano, eso lo tomé para mí: hay que hacer literatura y si lo que sale es eso de la población afro, pues muy bien, pero uno no puede escribir para que vean qué bonito es Limón; hay que hacer el trabajo literario que te sale”.