¿Qué significa el río de piedras en la Plaza de la Cultura?

Una obra de arte llama la atención en el corazón josefino y abre la puerta a una exposición en los Museos del Banco Central, en que se aborda lo ritual por medio de los sugerentes trabajos de 20 artistas

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Desde hace unas semanas, la Plaza de la Cultura está marcada por algo más que palomas e infinidad de transeúntes. Muestra un río de piedras, un río seco, un grito de alarma que se conecta con lo ancestral para preguntarnos qué estamos haciendo con nuestra naturaleza y nuestro planeta. Se trata de la instalación del artista costarricense Rafael Ottón Solís, una invitación para dirigirse a los bajos de la Plaza de la Cultura y sumergirse en la exposición El hilo vibrante, que se encuentra allí cerquita en los Museos del Banco Central.

Por medio de 38 obras de 20 artistas, la exhibición invita a los espectadores a conectarse con lo ritual en un sugerente recorrido en que dialogarán con rituales de transformación, de expresión, de sanación y también de conexión con la naturaleza y el universo.

Provocación en el corazón josefino

Y todo empieza (o termina) con la llamada de atención en la plaza josefina, hito urbano desde febrero de 1982. El grito ahogado, seco, está construido en piedras e inspirado en las construcciones precolombinas. Con el título El silencio. “Soy como agua que se derrama”, Rafael Ottón Solís cobija una metáfora ecológica a partir de un río de piedra desbordado y también un monumento a saberes ancestrales.

“Asusta porque aquello que debería estar con agua es un caudal de piedra. Paralelo al gesto milenario, a la celebración y el carácter sagrado que hay en la piedra, hay un grito de alarma de la tierra: qué hemos hecho de la Tierra, la única casa que tenemos, y una gran cantidad de preguntas”, cuenta el artista de 76 años y ganador de premios de artes visuales desde la década de los años 70.

“Quisimos colocar un tema medioambiental en medio de la urbe, en este espacio que, de alguna manera, registra los últimos 120 años de historia de este país en términos de ideas de desarrollo, de progreso, de convivencia, de cómo creamos sentido colectivo”, aportó María José Monge, curadora de la exposición y de artes visuales de los Museos del Banco Central.

La provocación en pleno corazón josefino ha causado curiosidad, reflexiones y hasta perplejidad; hubo quien, en un arranque de ira, agarró a pedradas a las piedras. El propio artista cuenta la anécdota entre risas y agrega: “La forma en que reacciona la gente ante un objeto de arte al aire libre es totalmente diferente a como lo haría en un museo”.

No hay pedrada que melle el ánimo de Solís. El creador está abierto al diálogo y las posibles lecturas de la gente convencido de que “la calle es el mejor museo del mundo” y que exponer en un lugar tan prominente es un gran momento en su larga y prolífica carrera. Además, visita regularmente la instalación para irla cambiando: “no quiero que esté estática”, asegura.

Múltiples puertas de entrada

Ya en los bajos de la Plaza de la Cultura, las provocaciones y las posibilidades para dejarse capturar por diferentes forma de explorar lo ritual emergen de pinturas, esculturas, objetos, instalaciones, videocreaciones y hasta una alfombra de aserrín. Pues sí, la artista Tamara Ávalos construyó con aserrín una alfombra con una serpiente, que encarna sus propias transformaciones personales; la piel de esta serpiente está repleta de otros animales que han sido parte de su camino.

Esta es una exposición para disfrutar desde los sentidos. “La exposición está concebida como un gran tejido de hebras que vibran juntas y crean experiencias que son más emocionales, desde los sentidos y no tanto desde la razón”, dice Monge.

Y a los sentidos hay que darles gusto. Lucía Madriz también construyó una piel de serpiente a partir de sonidos de aves. Esta vez sí se vale tocar; por eso en Serpiente de agua hay que ir tocando cada punto y escuchando para explorar la obra.

En esta primera sección, los visitantes encuentran las maneras en que los artistas acuden a la naturaleza para ritualizar lo que pasa en ella o apelan a ella con el fin de revisar las formas en las que nos relacionamos los seres humanos. Así, por ejemplo, Mimian Hsu explora su legado familiar en Echar raíces en el aire y Alessandra Sequeira aborda cómo dependemos unos de otros en El lado oscuro de la luna.

Rituales retratados

Luego, El hilo vibrante nos presenta diferentes rituales desde las procesiones de Semana Santa, el Juego de los Diablitos, la Marcha del Orgullo LGTBIQ hasta las mascaradas en Barva de Heredia, entre otras manifestaciones.

Nos llegan retratados por las miradas del pintor Adrián Arguedas y de los fotógrafos José Díaz, Giorgio Timms y Victoria Cabezas.

Hay tres elementos que caracterizan lo ritual, explica la curadora: la transformación del espacio espacio ordinario de una cierta manera y durante un periodo específico, un manejo distinto del tiempo (en ese momento todo cambia) y que los rituales pasan por el cuerpo.

En el propio cuerpo

En la tercera y última parte de la exposición, trata sobre lo ritual en el cuerpo. Están los rituales de liberación, transformación, sanación y autocuidado para combatir la violencia, la enfermedad y hasta los estereotipos.

En videocreaciones, instalaciones, videoperformances y fotografías, los artistas ponen en evidencia cómo enfrentan lo que pasa en el colectivo y cómo ellos pueden incidir en las acciones grupales. Es una sección conmovedora, dura y fuertemente poética.

Por ejemplo, Priscilla Romero tiene años de pedirle a miles de personas que le donen registro de su piel y ha construido un enorme archivo digital del que parte para hacer un memoria de la condición humana.

Más allá están las instalaciones Memoria del cuerpo y Lluvia de lágrimas, de Alessandra Sequeira. La última es una obra de gran belleza que se adaptó al propio espacio y recoge el agua de lluvia que se cuela a los Museos.

Con la delicadeza del hilo y la protección del espacio donde bordaba, Emma Segura construyó su Círculo de protección para defenderse en una sociedad transfóbica.

Del grito de las piedras a la poesía que hace reflexionar, esta exposición invita a seguir el hilo, dejarse llevar por las obras y preguntarle al artes y preguntarnos a nosotros.

Detalles básicos

¿Qué? Exposición El hilo vibrante: 38 obras de 20 artistas.

¿Dónde? Museos del Banco Central, bajos de la Plaza de la Cultura sobre la calle 5 en San José.

¿Cuándo? La exhibición estará abierta hasta el 2023. Los Museos abren todos los días de 9:15 a. m. a 5 p. m.

¿Cuánto cuesta? El costo de la entrada es de ¢2500 para nacionales, ¢500 para estudiantes costarricenses, $15 para extranjeros y $11 para estudiantes extranjeros. Los menores de 12 años y ciudadanos de oro entran gratis. Los domingos hay 2x1 para costarricenses y residentes. Las entradas están a la venta en la boletería física o en https://boleteria.museosdelbancocentral.org/