¿Qué ocasionó la Guerra de Ochomogo y por qué fue un sinsentido?

Hace 200 años el territorio costarricense presenció la inusitada coyuntura de su primer golpe de Estado y su primera guerra civil, lo cual fue resultado de las querellas internas de nuestros antepasados por pertenecer o desligarse del I Imperio Mexicano.

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En el siglo I a. C. acaecieron varios enfrentamientos en la entonces República romana conocidos como Guerras Civiles, dado que sus partícipes fueron los civis o ciudadanos romanos, por lo que, con el pasar de los años, dicho calificativo se generalizó para referirse a todo conflicto virulento entre individuos de un mismo país, ciudad o región.

Por su parte, tras salir con sigilo de Egipto, donde se encontraba desde 1798 en campaña militar contra otomanos e ingleses, el general francés Napoleón Bonaparte dirigió en París uno de los episodios bélicos más importantes de la Historia: el golpe de Estado del 18 de Brumario.

El evento acaecido en el equivalente 9 de noviembre de 1799 (por modificación del antiguo calendario gregoriano durante el inicio de la Revolución Francesa) y que masificó al citado concepto de golpe de Estado dentro de la terminología política, histórica y jurídica como modo para referirse a cualquier acción ilegítima en contra de una autoridad o poder lícitamente constituidos.

Así, al estarse cumpliendo el bicentenario de la llamada Guerra de Ochomogo, se exponen los distintos factores que se conjugaron en el primer golpe de Estado y la primera guerra civil de la historia costarricense.

Prolegómenos

Tras la declaratoria de nuestra independencia en Cartago, el 29 de octubre de 1821, la dirección de Costa Rica fue asumida por una Junta de Legados de los Pueblos que, como primera entidad constituyente, emitió, el 1° de diciembre de ese año el Pacto Social Fundamental Interino de la Provincia de Costa Rica: nuestra segunda Constitución Política, tras la emitida en Cádiz en 1812.

Para el 5 de enero de 1822, el Pacto fue reformado por una Junta Electoral, cuya principal decisión fue la de unirnos al llamado I Imperio Mexicano, por lo que se iniciaron las negociaciones respectivas con el Congreso de esa nación (febrero) y con su emperador Agustín de Iturbide (junio).

Sin embargo, la enrevesada situación política por la que México atravesó en 1822, hizo que, a inicios de 1823, nuestras autoridades se cuestionasen el nexo y se convocó, entonces, a un primer congreso provincial constituyente que lo derogó el 19 de marzo. Hecho que fue seguido de la vigencia del Primer Estatuto Político de la Provincia de Costa Rica (tercera constitución de nuestra historia).

La norma anterior depositó el Poder Ejecutivo en una Diputación Permanente con sede en la ciudad capital de Cartago. Empero, rápidamente, todo el panorama se hostilizó por lo ocurrido con el I Imperio Mexicano.

Antesala funesta

Uno de los aspectos que más influyó para nuestra unión con México en 1822 fue la convicción de numerosos individuos (sobre todo de las ciudades de Cartago y Heredia) para que Costa Rica se adhiriese a ese país. A pesar de las dudas de representantes de otros sitios, cuyos idearios pregonaban un régimen del todo autárquico, la decisión fue respetada en aras de la paz y la armonía.

Así, pese a los ingentes esfuerzos de los adalides del imperio mexicano para que el nexo rindiera frutos, ello resultó nugatorio ante los ya descritos desaciertos de esa entidad política. Esta coyuntura fue aprovechada por los pro autonomistas para influir en el cese del vínculo, como en efecto se dio en marzo de 1823.

Por ello, los ulteriores Primer Estatuto y Diputación Permanente fueron un contundente rechazo para aquellos que respaldaban a la ahora fenecida anexión con México, quienes, además, en lugar de respetar el nuevo status quo (como lo habían hecho sus rivales políticos en enero de 1822), empezaron a planificar el modo de revertir todo lo sucedido del modo que fuese necesario.

Esto se agravó por un hecho evidente. Ya que la Diputación Permanente desarrollaba sus funciones en la ciudad de Cartago, punto neurálgico de la posición pro imperial mexicana, lo cual incitó todavía más a ostensibles divergencias en medio de un ambiente ya tenso.

La sedición

Fue entonces el jueves 20 de marzo de 1823 cuando la Diputación Permanente inició funciones bajo la presidencia del bachiller nicaragüense Rafael F. Osejo Escamilla (más férreo antimperialista de aquella época), acompañado, entre otros cargos, por el cartaginés José S. Lombardo Alvarado como Comandante General de las Armas (jefe de la milicia).

No obstante, casi de seguido, comenzaron varios conciliábulos por los principales vecinos de la capital, cuyo máximo líder era Joaquín de Oreamuno y Muñoz de la Trinidad, quien, desde antaño, había sido el principal referente de los nexos a favor con México. Esto se acrecentó a partir del 23 de marzo cuando se conmemoró el Domingo de Ramos de la Semana Santa de ese año.

Luego de cinco días de preparativos, la insurrección comenzó hacia las 3 p. m. del Sábado Santo (29 de marzo), pues ante una injustificable (y luego acusada) inacción del oficial Lombardo para que se reforzara la guarnición del cuartel de Cartago, este fue asaltado por un grupo de imperialistas, dirigido por Joaquín de Oreamuno, quien, además, se autonombró como nuevo Comandante General.

Empezaba así el primer rompimiento del orden constitucional en Costa Rica, pues el Primer Estatuto fue desconocido por los facciosos, lo que llevó entonces a un hecho nunca visto: el primer golpe de Estado de nuestra historia.

Los preparativos

Poco después de iniciado el motín, Joaquín de Oreamuno rubricó cartas para los cabildos de San José, Alajuela y Heredia, en las cuales les informó del nuevo orden político instaurado. Así, el ayuntamiento herediano envió su apoyo irrestricto a Cartago, lo cual no sorprendió, pues, desde diciembre de 1821, dicha ciudad se había separado de Costa Rica en apoyo unilateral al I Imperio Mexicano.

Ante este grave escenario, las autoridades de San José escogieron la vía armada para defender la legitimidad quebrantada, por lo que dos de sus legados, el Presb. Miguel de Bonilla y el Presb. Alejandro García E., viajaron a Alajuela para contactar al ciudadano Gregorio José Ramírez Castro con el fin de que liderase dicha respuesta bélica.

Ramírez Castro poseía gran respeto, pues, otrora, se había destacado como marino, militar y político, siendo entonces nombrado Comandante de Armas de Alajuela (31 de marzo) y Comandante General de Armas de todo el territorio costarricense (1.° de abril).

Ya en San José, él erigió una horca en la plaza mayor y advirtió que ejecutaría en ella a quien desobedeciera. El 4 de abril lideró a sus tropas hacia Cartago (casi 3.000 soldados), los cuales fueron conocidos con el mote de Republicanos y cuyo distintivo fue un prendedor blanco con una rosa roja.

Por su parte, la facción imperialista conformó un batallón dirigido por Félix de Oreamuno Jiménez (hijo de don Joaquín) y se enrumbó al cerro de Ochomogo, sitio que se convertirá en parte indisoluble de nuestros periplos históricos.

Sangre histórica

Después de varias horas de marcha, las tropas republicanas e imperialistas se encontraron en el nublado paraje del Alto de Ochomogo hacia las 6 a. m. del sábado 5 de abril de 1823. La principal característica geográfica de este sitio era la ubicación de varias antiquísimas lagunas.

Después de una pausa, los soldados cartagineses iniciaron la refriega, la cual fue respondida con intensidad por el batallón de josefinos y alajuelenses. Cayeron las primeras víctimas entre ambos bandos, que en su mayoría eran amigos, familiares, vecinos, socios o simplemente conocidos. Así, Costa Rica atestiguó, con trágica realidad, su primera guerra civil.

Con el aumento de tiempo, heridos y muertos, hacia las 9 a. m., la tropa imperialista empezó a retroceder y sus líderes pidieron un armisticio, el cual fue denegado por Ramírez al aducir que solo aceptaría una rendición incondicional.

Entretanto, el batallón herediano, cuya misión era atacar a la desprotegida ciudad de San José, prefirió, por antiguas rencillas coloniales, invadir y saquear a Alajuela, lo que nulificó el plan imperialista. Debido a esto, en la tarde el combate, conocido luego como la Batalla de las Lagunas, devino en una victoria republicana.

Ironía del destino

Hacia las 6 p. m. del referido sábado 5 de abril, Gregorio J. Ramírez comandó el ingreso de su ejército en Cartago, donde le fue entregado el cuartel por el oficial Félix de Oreamuno, quien lo rindió a nombre de su padre.

De previo y por temor a las represalias de Ramírez, casi toda la población cartaginesa había huido hacia los campos circunvecinos. Dicho jefe los instó a regresar, pues, para sorpresa de los imperialistas, prohibió cualquier acto vandálico o vindicativo, deteniendo solo a Joaquín de Oreamuno y su séquito de oficiales para que fuesen enjuiciados.

No obstante, antes de salir de Cartago, se dejó en claro que, a pesar de no aplicarse sanciones en particular, sería con posterioridad cuando se diese la categórica condena que dicha ciudad tendría en general por la felonía política perpetrada.

En concomitancia y previendo las consecuencias de sus actuares, los dirigentes imperialistas de Heredia no solo se rindieron (7 de abril), sino que también entregaron lo saqueado a la población alajuelense. Además, sobre todo, derogaron la desafección que habían emitido en 1821 respecto de nuestro territorio.

La ahora llamada Guerra de Ochomogo, que dejó 20 muertos y 42 heridos, resultó un completo sinsentido. Ya que, claro está, sin saberse todavía en Costa Rica, el I Imperio Mexicano había colapsado desde el 19 de marzo, tras la abdicación de Agustín I, por lo que esta fue una guerra por lo demás inicua entre costarricenses.

Hecho sempiterno

Ya de regreso en San José, Gregorio J. Ramírez, en respeto absoluto a la autoridad legítima, convocó de nuevo a sesiones al congreso provincial constituyente que había fenecido en marzo de 1823, cuyos nuevos trabajos comenzaron el 16 de abril.

De modo paralelo, Ramírez codirigió el inicio de los procesos punitivos contra los detenidos líderes imperialistas (24 de abril), destacando la contundente filípica que emitió contra el ya citado excomandante José S. Lombardo, a quien espetó por su evidente omisión y sospechosa connivencia, pues ello fue un factor decisivo para los planes de los soliviantados. Con posterioridad, dichos partícipes recibirían distintas penas y sanciones.

Por otra parte, desde el 30 de abril, el congreso provincial constituyente empezó el procedimiento respectivo para dotar a Costa Rica de una nueva carta fundamental, lo cual se dio en medio de la tardía noticia llegada desde México (2 de mayo), en que se comunicó la desaparición del I Imperio Mexicano ocurrida hacía ya 44 días. Hasta que el 16 de mayo siguiente fue emitido el Segundo Estatuto Político de la Provincia de Costa Rica, cuyo texto se erigió en nuestra cuarta constitución política.

Con el paso de los años, Ochomogo fue parte de la llamada Guerra de la Liga (septiembre-octubre de 1835), la cual, además de nuestra segunda guerra civil, enfrentó en esta ocasión a San José contra Cartago, Alajuela y Heredia, resultando ganadora la primera bajo la guía del jefe de Estado Braulio Carrillo C.

Asimismo, ya en el siglo XX y por acción de un grupo seglar-religioso, se inauguró una imponente estatua en advocación a Cristo Rey en la cima de dicho cerro (mayo de 1932). La obra fue elaborada por el escultor italiano Ugo Luisi y su develación se dio entre el arzobispo metropolitano Mons. Rafael O. Castro J. y el presidente del Congreso, Lic. Arturo Volio J., manteniéndose erigida hasta el presente tras más de nueve décadas.

Por cierto, la penalidad que Cartago recibió por la Guerra de Ochomogo fue, en efecto, la más contundente de las sanciones de aquella época, pues tras 260 años como metrópoli (desde 1563), el Segundo Estatuto Político decretó que la nueva capital de Costa Rica fuese la ciudad de San José. Pero eso, por supuesto, corresponde a otra historia.

El autor es profesor de la Cátedra de Historia del Derecho en la Universidad de Costa Rica.