Los relatos escalofriantes de Luis Thenon

‘Relatos clandestinos’ recupera es la tensión irresoluble de la escritura sobre el horror y el acto político de decir y de ponerse en una situación de desasosiego ante el acto de escribir

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“Nadie testimonia por el testigo” escribe Paul Celan en su poema Aureola de cenizas. En la conferencia Hablar por el otro, dictada en Buenos Aires en 1996, el filósofo francés Jacques Derrida reflexiona sobre el valor del testimonio y lo irrepresentable en Celan al decir que “…este poema es también intraducible en tanto puede referirse a acontecimientos de los cuales la lengua alemana habrá sido justamente un testigo privilegiado, a saber la Shoah, lo que algunos llaman Auschwitz, y todo lo que pudo destruir con el fuego y reducir a cenizas (cenizas es la primer palabra del poema) existencias en cantidad incontable, incontablemente, pero también innombrablemente, es decir incinerado, con el nombre y la memoria, hasta la posibilidad confirmada del testimonio…”.

Así como la de Celan, la lengua del escritor argentino-costarricense Luis Thenon también está hecha de cenizas y de la negación, de la imposibilidad del testimonio, que proclama el poema de Celan. Nadie puede hablar por el testigo, nadie, ni siquiera el testigo, que no puede hablar por los que no sobrevivieron, y que se interroga incesantemente por los no vivientes que quedan atrapados en los vivos.

Relatos clandestinos se ubica en una temporalidad histórica insoslayable, perentoria e insoportable desde el punto de vista del proceso de escritura: la del llamado Proceso de Reorganización Nacional, que sirve para definir el periodo de la dictadura militar argentina (del 24 de marzo de 1976 al 10 de diciembre de 1983) y las víctimas provocadas por el terrorismo de Estado en aquel país (entre 8.000 y 30.000 personas torturadas, asesinadas y, en numerosos casos, desaparecidas).

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El libro más reciente de Thenon, Relatos clandestinos (Uruk Editores, 2022), se ubica en una temporalidad histórica insoslayable, perentoria e insoportable desde el punto de vista del proceso de escritura: la del llamado Proceso de Reorganización Nacional –o nada más el Proceso, como lo denomina el testimonio que cierra el libro–, que sirve para definir el periodo de la dictadura militar argentina (del 24 de marzo de 1976 al 10 de diciembre de 1983) y las víctimas provocadas por el terrorismo de Estado en aquel país (entre 8.000 y 30.000 personas torturadas, asesinadas y, en numerosos casos, desaparecidas).

Es un lugar, el del sobreviviente, que duda de sí mismo, que niega su lugar ante “las tinieblas”. Como escribe Thenon: “No trataré de hablar desde el espacio del conocimiento. Dejaré las palabras salir, como una hoguera o como un bálsamo sobre las quemaduras que dejaron el amor y la muerte” (p.115).

“No trataré de hablar desde el espacio del conocimiento. Dejaré las palabras salir, como una hoguera o como un bálsamo sobre las quemaduras que dejaron el amor y la muerte”

— Luis Thenon, escritor

Lo que atraviesa este texto de ficción, lo que lo tritura y a la vez lo condensa, no es el conocimiento, es la imposibilidad de decir eso que no puede decirse: “Todos saben que existe, pero nadie lo nombra, porque nombrarlo es como estar despierto. Renunciamos a las palabras, no callamos para seguir viviendo” (p.123).

Estos relatos –crónicas, testimonios, son títulos reiterados en el volumen– se sitúan en ese espacio paradójico de renuncia a la palabra y al silencio, que podríamos calificar de resistencia, y que hizo que el autor se negara a publicarlos durante mucho tiempo. Una resistencia, una negación a representar lo que por definición carece de sentido y que, sin embargo, se busca con ansia. Probablemente no haya nada que reclamamos con mayor devoción los seres humanos que entender lo que no puede entenderse, lo que está más allá de cualquier capacidad de simbolización.

Estos relatos –crónicas, testimonios, son títulos reiterados en el volumen– se sitúan en ese espacio paradójico de renuncia a la palabra y al silencio, que podríamos calificar de resistencia, y que hizo que el autor se negara a publicarlos durante mucho tiempo

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Eso irrepresentable al que ni siquiera el testigo, mudo de sentido, puede acceder, es lo que en la cultura latinoamericana llamamos sin llamar “desaparecidos”. Una no palabra. Una no realidad que, sin embargo, expresa el horror de lo real.

Relatos clandestinos está enmarcado por el testimonio del sobreviviente, como expresa en Toque de queda: “Porque hablar del amor y de la muerte, cuando es la sombra (el subrayado es mío) lo que ocupa el recuerdo, es un ejercicio que se acaba en el intento. ¿Y qué es la muerte? ¿Cuál es la muerte mía, cuál de todas las muertes es la que a mí me toca? ¿Cuál es la muerte que me dice que estoy vivo…?” (p.120). Toque de queda es el texto que cierra el libro, una especie de resistencia desde/contra/por la sobrevivencia, que es la tensión que atraviesa y desgarra el libro.

Como el mismo texto anuncia, de alguna manera la sobrevivencia y el testimonio que genera solo pueden expresarse como desasosiego, como desesperación ante ese lugar que se desgarra. Todo relato de vida del narrador parte de esa sombra que no puede ser el Proceso argentino como historia –no estamos aquí ante un ensayo intelectual– sino como experiencia: lo que él llama “el insomnio de tanto estar buscando la palabra para decir la muerte” (p.114) o la conciencia de “amar el amor, aún desde la muerte” (p.115).

Ese desasosiego, sin embargo, no está presente en el texto, o está presente de otra manera, como un permanente cuestionamiento del asidero que ofrece la memoria y la palabra. En “Después de la noche, sólo queda la noche…”, que también es parte del testimonio final, se dice: “Escribir es un desafío permanente, una inaudita costumbre de abalorios perdidos, pero escribir sobre el amor y al mismo tiempo escribir sobre la muerte, parece, en el principio, un riesgo inconsistente… hace mucho tiempo, el amor y la muerte han bogado en mi escritura tomados de la mano… Porque el amor estaba en las figuras de la muerte como un relato irremediable” (pp.113-114).

Desde la imposibilidad o el acto fallido del testimonio, lo que Relatos clandestinos recupera es la tensión irresoluble de la escritura sobre el horror y el acto político de decir y de ponerse en una situación de desasosiego ante el acto de escribir. Por esa razón, el libro está dividido en tres partes y se abre, como en una panorámica episódica, con una primera serie de cuentos largos sobre personajes, situaciones y atmósferas –en un retrato del Buenos Aires de la década de 1970– que se reiteran en su hipnótica y circular fatalidad histórica (Federico Luccini, Carlos Marconi, Cecilia Buberman, Susana Méndez, Federico Spelzini, Sebastiano Cabrera, Sebastiano Cabrera, son los nombres de los personajes).

Trazas de una novela inalcanzable –y que sin embargo gira y gira en la memoria rota–, estos seres humanos están presos en un reloj absurdo que los devora, como en la trama de El sueño de los héroes del escritor Adolfo Bioy Casares. Están condenados a vivir y morir para siempre en estas páginas, y en la historia de la Argentina, “en las tinieblas que tejieron los asesinos del Proceso” (p.121). El narrador vuelve a ellos maquinalmente, como en una comedia de enredos trágica, absurda, con “puertas hacia atrás” –como el texto define las fotografías– porque no puede salir de ellos, no puede abandonarlos ni tampoco puede dejarlos ir sin comprender a cabalidad algo irresoluble: ¿por qué? ¿Por qué ellos y no yo? ¿Por qué soy yo el que debe contar la historia? ¿Por qué yo soy el testigo de la infamia?

La segunda parte, 12 relatos clandestinos, está conformada por microrrelatos –magistrales, debo añadir– y se caracteriza, como dije antes, por la resistencia del narrador a las formas convencionales

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La segunda parte, 12 relatos clandestinos, está conformada por microrrelatos –magistrales, debo añadir– y se caracteriza, como dije antes, por la resistencia del narrador a las formas convencionales, como si constante, implacablemente, se preguntara: ¿cuál es el sentido de decir lo que no puede decirse? ¿Cuál es el sentido de decir después de la muerte?

En estas máquinas narrativas perfectas se encierran, como metáforas o fábulas o sátiras, los límites de la propia escritura del texto. Luis Thenon domina los mecanismos de la ficción súbita –esa es la mejor definición del microcuento– y los dispone rigurosamente al servicio de una escalofriante radiografía del Proceso argentino.

Relatos clandestinos plantea el oficio irrenunciable del testigo y la imposibilidad crítica del testimonio. Por eso recurre a la ficción, en un camino que se debate dolorosa y pormenorizadamente entre el silencio y las palabras del horror.

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Los dos textos finales, Después de la noche, sólo queda la noche… y Toque de queda, se reúnen bajo el título significativo de Tumbas sin destino. Testimonio literario o el por qué de las palabras. San José, Costa Rica, 2005. Tumbas sin nombre o nombres sin tumba. Tumbas sin destino o destinos sin tumba, estos relatos que se resistieron durante mucho tiempo a dejar de ser clandestinos, encierran su significado último en el título: son clandestinos. Es decir, están por “por debajo” de la ley, entre las palabras, entre las cenizas de lo inexistente, junto a miles de desaparecidos que ya no están “en ninguna parte conocida”, como se dice en el cuento La mano de la muchacha despeinada.

Relatos clandestinos plantea el oficio irrenunciable del testigo y la imposibilidad crítica del testimonio. Por eso recurre a la ficción, en un camino que se debate dolorosa y pormenorizadamente entre el silencio y las palabras del horror. Como escribió Paul Celan, como si hablara de aquel tiempo: “Estábamos muertos y podíamos respirar”. La pregunta es: ¿de verdad creemos que aquellos tiempos han pasado?