Las complejas comunicaciones de una Costa Rica en tiempos de guerra

Durante los dos conflictos bélicos en los que intervino nuestro país durante el siglo XIX, los correos dirigidos a los soldados del ejército nacional fueron un asunto que recibió especial atención por parte de autoridades y ciudadanos establecidos en San José

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“Los correos internos no han sufrido ninguna variación y están bien organizados. Durante la campaña se han mantenido diarios y muchos extraordinarios con Puntarenas y Nicaragua y viceversa. El que marcha por vía de Sarapiquí ha sido suspenso a consecuencia de la guerra y se ha dirigido por la vía de Moín una vez al mes, aprovechando siempre que se presenta algún buque para Panamá”.

Esta nota es parte de un informe publicado por la Administración General de Correos en el Boletín Oficial (03-09-1856), sobre la forma que se estaba trabajando el tema de los servicios de correspondencia en medio de la guerra desplegada en suelo centroamericano contra las fuerzas filibusteras encabezadas por William Walker.

Este conflicto, al igual que la “Intentona de Barrios” o “Guerra de Reunificación Centroamericana” -iniciativa desplegada por el presidente guatemalteco Justo Rufino Barrios, en 1885, con el propósito de restablecer por la fuerza la unión política de Centroamérica-, fueron los dos movimientos en los que participó Costa Rica en el siglo de la independencia, y por los cuales debió abordar el tema de las comunicaciones escritas, tanto a nivel de autoridades, como entre familiares y soldados en el teatro de guerra.

La Campaña Nacional (1856-1857)

El llamado Correo del Ejército consistía en el envío regular de información relacionada con la situación de la guerra. Dependiendo de las circunstancias y de la presencia filibustera en las proximidades de nuestras fronteras, los comunicados podían seguir el recorrido terrestre Liberia-Puntarenas-Alajuela-San José; desplegar la ruta fluvial San Juan del Norte-Sarapiquí y luego el camino de Carrillo hasta San José, el cual era más bien una vereda, tipo “trillo” o bien, utilizar el recién inaugurado ferrocarril transístmico en Panamá, que unía el Océano Pacífico con el Mar Caribe, gracias a la inversión realizada por Estados Unidos, para conectarse con el puerto de Puntarenas o bien, con el incipiente y prometedor territorio costero de Moín en la ribera caribeña.

Por otra parte, el correo de familiares y amigos, dirigido a los soldados expedicionarios, se desplazaba en función del sitio donde estuvieran acampando. Por orden del Poder Ejecutivo, el Boletín Oficial (08-03-1856) comunicaba que las cartas remitidas a los soldados no tendrían ningún costo, para lo cual sugerían rotular los sobres con las palabras: “Del Ejército Expedicionario”. De este modo se buscaba ofrecer un poco de tranquilidad en tiempos de zozobra.

En múltiples ocasiones la correspondencia no llegaba a su destinatario debido a la reubicación que sufrían ciertos batallones o al retorno de las tropas al país. Un ejemplo claro de esto último fue la repatriación de soldados, resultado del surgimiento y difusión de la letal enfermedad del cólera morbus, después de la célebre Batalla de Rivas en abril de 1856. Numerosas cartas dirigidas a soldados en batalla en Nicaragua retornaron a San José poco después del arribo de estos a la capital costarricense. Esto se desprende de publicaciones de la prensa local dando aviso de la necesidad de que las cartas fueran retiradas en las respectivas oficinas de correos.

La disputa con Justo Rufino Barrios (1885)

A diferencia del prolongado y extenuante conflicto militar desarrollado con las tropas filibusteras, la movilización del ejército costarricense para enfrentar la tentativa de reunificar a la fuerza a Centroamérica, por parte del malogrado gobernante guatemalteco, representó solo un episodio, pues las tropas nacionales nunca llegaron a participar de batalla alguna por este asunto.

El viaje se presumía largo y fatigoso, mucho más que el efectuado cuando el ejército se instaló en la ciudad de Rivas hacia mediados del siglo XIX. Poco tiempo transcurrió antes que los familiares de soldados que habían partido al extranjero buscaran enviar sus cartas con los mejores deseos y el anhelo por el pronto regreso.

Desde inicios del mes de marzo de 1885, periodo en que Barrios invade El Salvador y las tropas costarricenses se movilizan rumbo al norte de Centroamérica, en oposición a sus intereses integracionistas, el Ministerio de Gobernación emitió órdenes con el fin que la Administración de Correos proveyera de útiles de escritorio y escribientes que redactaran cartas de familiares pobres para los soldados expedicionarios (Diario de Costa Rica, 12-03-1885). Estos servicios, al igual que el costo de envío, se ofrecían gratis para las familias de extracción humilde.

Anuncios donde se destacaba el patriotismo de la ciudadanía, destacaban la iniciativa de brindar, sin costo alguno, papelería y “servicios para escribir gratis cartas a las personas pobres que tengan deudos en la Campaña”, por parte de damas voluntarias de la capital y de la provincia de Heredia (La Gaceta, 28/03/1885). Publicaciones de esta naturaleza revelan el nivel de involucramiento que ante una amenaza como la que se vislumbraba, mostraba la población costarricense.

Como medida sancionatoria, las autoridades de correos emitieron una directriz tendiente a elevar el costo que pagaba por el franqueo de la correspondencia que tuviera como destino Guatemala, así como la prohibición de aceptar envíos de encomiendas a esa nación cuyo contenido fueran objetos de valor. Con esto se pretendía ofrecer una respuesta directa a Barrios y su afán expansionista en el istmo.

Para fortuna del ejército expedicionario la confrontación bélica nunca llegó a darse, dada la muerte del propulsor del proyecto unionista en la Batalla de Chalchupa en El Salvador, el 2 de abril de 1885. Para de ese mes, la prensa local anunciaba la anulación del decreto que aumentaba el costo de la correspondencia a Guatemala y el regreso de las tropas que, junto con las cartas, escritas apenas semanas atrás, les auguraban éxito y feliz retorno.

Esto, más que una premonición, resultó la evidencia más grande de fracaso del último intento por restaurar, a la fuerza, la Federación Centroamericana, por la que tanto había luchado el caudillo hondureño Francisco Morazán, avanzada la década de 1830.

El autor es coordinador del Programa de Humanidades-UNED y Profesor Asociado Escuela de Estudios Generales-UCR.