La vida y obra de un gran constructor empírico: Eusebio Rodríguez Castro

La primera mitad del siglo XIX tuvo en él al más importante ingeniero y arquitecto

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En el año 1823, tras nuestra primera y breve guerra civil, la capitalidad de Costa Rica pasó de Cartago a San José. Una década después, en 1833, según el cronista Manuel de Jesús Jiménez, en aquel pequeño burgo cafetalero que empezábamos a ser “se hablaba de empedrar las calles, de hermosear la ciudad, de construir edificios públicos, de ensanchar cafetales (…). La capital, pues, (…) se transformaba. (…) Entonces estaba don Eusebio Rodríguez en el apogeo de sus faenas arquitectónicas”.

Y añadió: “La portada de la Parroquia, la casa del Cuño, la casa de Cabildo y el Cuartel, deslumbraban a la muchedumbre, con sus paredes de seis cuartas de espesor, cadenas de tercia en cuadro, su artesonado incorruptible e inexpugnables puertas y ventanas, como si en verdad hubiesen sido esas obras maravillas del arte” (La Ambulancia).

Josefino de pura cepa

Eusebio Rodríguez Castro había nacido en San José, en 1778, hijo de Manuel Cayetano Rodríguez y Astúa y María Luz Castro González, ambos provenientes de notables familias josefinas. El 30 de julio de 1803, se casó con Feliciana Mora Fernández (1781-1855).

Como otros josefinos de la época, Rodríguez se dedicó a las actividades agropecuarias en las inmediaciones de la ciudad y a las mineras cerca del Monte del Aguacate.

Además, como era usual entre los hombres de la reducida élite heredada de la época colonial, se aplicó también a las tareas políticas que demandaba la nación que empezaba a existir.

Así, fue alcalde del primer cabildo josefino, electo en diciembre de 1812 –desde donde impulsó y contribuyó en la creación de la Casa de Enseñanza de Santo Tomás, en 1814– y continuó como miembro de la corporación municipal hasta la década de 1830.

Además, fue miembro del Congreso Provincial Constituyente de 1823 y vocal de la Junta Superior Gubernativa de Costa Rica de 1823 a 1824, de la cual fue vicepresidente durante varios meses y cuya presidencia ejerció también.

Sus labores más importantes las realizó como topógrafo, arquitecto e ingeniero civil empírico, tareas con las que contribuyó grandemente al desarrollo edilicio e infraestructural del país.

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Como se ve, la actividad política de Rodríguez bastaría para tenerle por destacado hombre público de la incipiente Costa Rica. No obstante, sus labores más importantes las realizó como topógrafo, arquitecto e ingeniero civil empírico, tareas con las que contribuyó grandemente al desarrollo edilicio e infraestructural del país.

La trayectoria constructiva de Rodríguez resulta más asombrosa si se tiene en cuenta, como señala la historiadora Clotilde Obregón, que: “En un país como era Costa Rica a comienzos del siglo XIX, alejado de las principales corrientes educativas, la formación de aquellos que levantaban edificaciones y construían caminos, era algo que se aprendía en la práctica, de otros que se habían dedicado a ello” (Historia de la ingeniería en Costa Rica).

“En un país como era Costa Rica a comienzos del siglo XIX, alejado de las principales corrientes educativas, la formación de aquellos que levantaban edificaciones y construían caminos, era algo que se aprendía en la práctica, de otros que se habían dedicado a ello”

— Clotilde Obregón en Historia de la ingeniería en Costa Rica

Obras arquitectónicas

En ese sentido, señalaba el investigador Luis Ferrero: “En aquella Costa Rica patriarcal y aldeana no hubo opulencia. (…) Hasta la arquitectura era austera, modesta, humana, en perfecta escala con el medio.

“Era la misma arquitectura de la colonia, aunque en la construcción de residencias se habían operado algunos ligeros cambios por la utilización del ladrillo cocido. Aún predominaba el levantamiento de puentes, algunos debidos al decorador florentino Angelo Uriza, quien vivió en Costa Rica a fines de la colonia (…). El constructor Eusebio Rodríguez aprendió con Uriza y fue su continuador” (Sociedad y arte en la Costa Rica del siglo 19).

Durante los años de la Independencia, esos antecedentes acreditaban a Rodríguez al ser nombrado administrador de las obras que había que realizar en la iglesia parroquial, dañada por los abundantes sismos de la época. Fue en ese puesto que se hizo cargo de la reconstrucción del templo, así como del diseño y construcción de la nueva portada.

“Era la misma arquitectura de la colonia, aunque en la construcción de residencias se habían operado algunos ligeros cambios por la utilización del ladrillo cocido. Aún predominaba el levantamiento de puentes, algunos debidos al decorador florentino Angelo Uriza, quien vivió en Costa Rica a fines de la colonia (…). El constructor Eusebio Rodríguez aprendió con Uriza y fue su continuador”

— Luis Ferrero en Sociedad y arte en la Costa Rica del siglo 19

Para la década de 1830, afanado ya en otras obras, Rodríguez no pudo terminarla, aunque fue su mayor responsable. Al frente de la nueva y sencilla fachada de pretensiones apenas barrocas y construida en piedra, estaba el maestro Rafael Chávez, quien continuó aquel rectángulo horizontal sin más molduras que las columnas salomónicas que flanqueaban su única puerta al centro.

En 1828, decidieron las autoridades josefinas destruir la edificación del Cabildo, frente a la plaza, para sustituirla por otra de cal y canto; pero en 1833, más bien, lo que se construyó fue el Cuartel del Estado.

El edificio, que ocupaba casi un cuarto de manzana, era de dos pisos, el segundo de los cuales era bordeado por un balcón de madera y poseía un pórtico con puerta de arco de medio punto, frontón semicircular y pilastras neoclásicas.

A pesar de su sencillez, ambas obras fueron lo más destacado del perfil construido josefino durante décadas. No fue el caso del nuevo cabildo –en la esquina sureste del cruce de las actuales avenidas 1 y calle 3– ni de la Casa de la Moneda –en la esquina noreste del cruce de las actuales avenidas 1 y calle 4–, que fueron de aquella arquitectura austera y modesta que era la tradicional nuestra; por tanto, más parecidas a las casonas de adobes.

Obras ingenieriles

La Sociedad Económica Itineraria había sido establecida en noviembre de 1843 por los cafetaleros, como un ente privado con participación estatal, con la misión de construir y mantener el camino para carretas –antes era para mulas– que conectaba la capital con el puerto de Puntarenas, incluyendo la construcción de los puentes necesarios.

La Junta Itineraria –como también se le llamaba a la Sociedad– empezó por arreglar el denominado Viejo Camino, mientras estudiaba una nueva vereda propuesta por Rodríguez como topógrafo.

En esa tercera vía para comunicar con los Montes del Aguacate, tanto la pendiente como la distancia eran menores, por lo que el llamado Camino Intermedio de Rodríguez fue aprobado y habilitado para su tránsito.

Por otra parte, como anota el historiador Rafael Méndez Alfaro: “Entre 1844 y 1850 se vivió una febril actividad en la construcción de puentes: nunca la había habido y nunca más hubo algo similar en Costa Rica” (Puentes con aroma de café). Dos de esos viaductos, al menos, fueron obra de Rodríguez, estructuras de piedra canteada y calicanto, sólidos puentes de arco.

Uno de ellos, el llamado puente de La Garita –por situarse en coincidencia con la garita de la aduana que controlaba los impuestos a los productos y mercaderías que se movían en uno y otro sentido–, salvaba el paso sobre el Río Grande de San Ramón y fue construido en 1843.

Esa estructura, por cierto, sigue en pie pese a ser más que centenaria, y el puente que lo sustituye no hace más que apoyarse en ella. Esa es la única obra de Rodríguez que pervive.

La que podemos considerar su obra maestra se había terminado poco antes, en 1840: el puente del río Virilla, sobre el Paso Real que unía el sector josefino de La Uruca con la provincia de Heredia, desde la época colonial. Con sus tres arcos apoyados en dos poderosos bastiones al centro, fue el puente más largo construido entonces, aunque en cuanto a su altura sobre el río fuera superado por otros.

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No obstante, la que podemos considerar su obra maestra se había terminado poco antes, en 1840: el puente del río Virilla, sobre el Paso Real que unía el sector josefino de La Uruca con la provincia de Heredia, desde la época colonial. Con sus tres arcos apoyados en dos poderosos bastiones al centro, fue el puente más largo construido entonces, aunque en cuanto a su altura sobre el río fuera superado por otros.

Según el investigador Manrique Álvarez Rojas: “El nuevo puente fue construido con piedras canteadas (mampostería careada), calicanto, ladrillos de barro y argamasa como mortero; tenía repello protector en gran parte de su cuerpo superior. La cubierta (calzada) de paso era recta y nivelada, su tablero inferior de tres arcos trillizos (medio punto) seguidos; el ancho de la calzada de seis varas (5.01 metros) permitía el paso de dos carretas paralelas y veinticinco consecutivas” (Virilla: el puente que forjó un país).

Dicho puente sustituyó a otro –también construido por Rodríguez, pero en 1830– que había sido seriamente dañado durante la llamada Batalla del Virilla, ocurrida durante la Guerra de la Liga (1835). En tal conflicto, ganado por San José frente a las otras ciudades del Valle Central, se confirmó su capitalidad.

Por su parte, el empírico maestro Eusebio Rodríguez Castro, fallecería en San José, el 13 de diciembre de 1858; es decir, cuando la ciudad que él había ayudado a edificar con tanto ahínco vislumbraba ya su definitivo ser urbano.