‘La casa de los geckos’, de Jhafis Quintero: Viajar en la dirección contraria

En su primera novela, Jhafis Quintero continúa el camino de transgresión y búsqueda que empezó en las calles y siguió en las artes visuales

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Jhafis Quintero aprendió, pocos años después de cambiar sus dientes de leche, que su papel en ese domicilio que lo habitaba era la defensa de su familia. Como en la expresión inglesa del tit for tat, la ferocidad de esa defensa era proporcional al valor que cada miembro de la familia le diera a lo que pensaban era un patrimonio. En su caso, pelearía hasta la muerte. La herramienta que eligió fue el cuchillo, no la palabra.

La casa de los geckos es un paseo cronológico, íntimo y testimonial de Jhafis Quintero. Por años, Jhafis, con una reconocida carrera en artes visuales, ha ido insertándose en el mundo del arte con experimentaciones en diferentes técnicas.

Ese acercamiento con el arte se inicia cuando Haru Wells, artista y activista de la cultura, lo convocó a participar en el proyecto Al margen, que proponía una serie de talleres de arte a privados de libertad en el centro penitenciario La Reforma. En ese entonces, Jhafis descontaba una pena de 20 años en prisión, que fue reducida a 10. Como dice Jhafis con ironía, "las condenas en prisión se cuentan por días hábiles, los fines de semana son libres". Antes de Costa Rica, había vivido en Panamá, donde nació y de donde irremediablemente tuvo que huir. Lejos de Lucila, su abuela. Y la familia.

Su aproximación al arte no pretendía romper un ciclo de delincuencia, sino explorar otras manifestaciones menos físicas, aunque igual de políticas que la violencia. La invitación de Haru Wells estaba más orientada a la interacción con discursos sociales, el conocimiento de herramientas más cercanas al arte y el ejercicio de pensar desde una periferia.

Antihéroes y camino artístico

Ese proceso marcó la producción de Jhafis, que entendió que podía construir otros antihéroes inmortales y alternativos, incluso superiores a los bandidos: “Los bandidos me parecían seres inmortales. Cuando morían, continuaban vivos en la memoria de todos los habitantes del barrio por el orgullo y la dignidad con la que vivieron”.

Jhafis salió de la cárcel y, de inmediato, continuó su carrera como artista visual. También continuó con su intensa devoción por la lectura. Una cosa lleva a la otra, así de simple se fue sumergiendo en la paternidad y la experimentación con la palabra.

La literatura es una de las manifestaciones mejor instaladas dentro del arte centroamericano reciente; los artistas visuales ensayan narrativas y los escritores son también artistas visuales. Este tránsito es inocuo y casi imperceptible: primero porque en el arte las fronteras son imaginarias; segundo porque la forma en que se expresan los pensamientos es una decisión política y, como tal, no obedece a ninguna lógica o razón y, mucho menos, a un formato. O no debe. El camino hacia los textos estaba en el viaje que Jhafis emprendió por el arte.

Con la palabra escrita

En el 2007, durante su exploración con la palabra escrita, empezó una columna en la revista SoHo de Costa Rica. Hacía una entrega mensual en la que sacaba a sus amigos de la cárcel y los liberaba en el mundo editorial.

Con cada edición, Jhafis iba caracterizando personajes que había conocido y a quienes enviaba los ejemplares de la publicación para que circularan en La Reforma. Una forma poco ortodoxa de reinserción en la sociedad.

Con esto entendió que escribir era liberador: podía hacer que con esos textos sus grandes amigos salieran metafóricamente de prisión. Ricardo Piglia escribió: “La verdad tiene la estructura de una ficción donde otro habla. Hacer en el lenguaje un lugar para que el otro pueda hablar”; y parece ser esa la ruta que define Jhafis en su producción literaria inicial.

Su estilo ha ido materializando el humor, la nostalgia y la incertidumbre de años de dormir con un ojo cerrado y otro abierto.

Primera persona

En La casa de los geckos decide contar su vida en primera persona, con la participación de narradores invitados; mejor dicho, con dos pares de ojos, 350 veces más sensibles a la luz que los ojos humanos, como los construye en el texto.

A lo largo de la novela, y en formato de diálogo, estos ojos lejanos, observan cada día de los colombianitos, como se conocía en Panamá a la familia de Jhafis, justo por xenofobia, esa reconocida práctica global; y claro, por la marca de origen del padre. “No es un trabajo fácil ser humano”, concluyen.

Las letras agudizan los párrafos, Jhafis, el protagonista, corre un poco y después frena. No es purista ni ortodoxo del estilo, sino que fluye y juega con imágenes. La novela a veces es oral, aunque es continuamente escrita. Como propuesta etnográfica busca apegarse al contexto histórico; desde un punto de vista periodístico, juega con lo documental y, como manifestación literaria, , plantea una línea narrativa desprovista de giros moralizantes y catastróficamente personal.

Narrar los eventos vividos es un acto de valentía o una afrenta a la delgada línea de la historia.

Los recuerdos, por ser recuerdos, se mimetizan a veces con la imaginación. Si bien son realidades que se pueden probar, la ficción cierra cualquier intento de cuestionamiento. Este libro se embiste con herramientas de literatura para contar un fragmento de una vida, que no parece ser una, sino cinco. “Siempre que se elige –y siempre se elige– qué historia contar, qué parte de una historia importa contar, se pone en juego una visión de mundo: una subjetividad”, consigna el escritor argentino Martín Caparrós en su libro Lacrónica .

Historias volátiles

En poco más de 200 páginas, Jhafis articula en capítulos, cuidadosamente titulados, historias breves o un poco volátiles que ocurren desde los años de infancia en la casa de los geckos, hasta su más reciente destino en Verona, ciudad en Italia a la que llegó después, incluso. de viajar en la dirección contraria.

“Una serie de eventos desafortunados en el pasado me obligaban en el presente a comer deprisa, a dormir poco, a correr sin sentido y en una dirección desconocida con una idea y un sabor de que iba por la vida con un déficit de 10 años”, escribe Jhafis en un fragmento avanzado de su novela.

La idea de libertad no provoca una ambición desmedida en ese texto, siempre las preocupaciones son otras, más en una línea de elaboraciones más concretas, de asumir responsabilidades por los pensamientos.

Vivir en libertad, como convención, es secundario. Y el encierro dentro de una cárcel también. En un tránsito personal, Jhafis aspira a dominar su afán de cometer pequeñas y grandes transgresiones. De la mano de Haru Wells, Jhafis se arma con el arte y la escritura para cometer nuevas transgresiones.

“Toda literatura debería ser póstuma: todo libro debería publicarse cuando su autor ya ha muerto, cuando esa figura infecciosa del autor ya no interfiere con la lectura de sus obras”, escribe Martín Caparrós en Comí.

No obstante, al igual que pasa en las narraciones de Jhafis, hay muchas muertes a lo largo de una sola vida. La escritura, vista desde esas vidas que se despiden, es, sin lugar a la evasión, siempre póstuma.

El libro

  • La casa de los geckos
  • Jhafis Quintero
  • Letra Maya, 2017
  • Novela, 209 páginas
  • A la venta en las librerías Andante, Duluoz, Francesa (Curridabat) y Universitaria. También se encarga por medio del correo fmconsultoressa@gmail.com