José Ricardo Chaves, escritor costarricense: ‘No es que los libros sean caros, es que las ganas de leer son pobres’

‘Paseando con el minotauro’ recoge textos breves del autor de ‘Paisaje con tumbas pintadas de rosa (1998)’ y ‘Tránsito de Eunice’ (2018): desde pequeños ensayos, crónicas, hasta artículos y viñetas que ha publicado en la prensa durante sus 35 años en México

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“De lo bueno, si es breve, mejor, y de lo malo, también. Desde Amado Nervo hasta Italo Calvino, la brevedad ha tenido buen cartel. ¿Por qué no asumirla como propia y cultivarla en el jardín periodístico? Si a lo breve agregamos lo leve, tenemos excelencia”. Con esta declaración de principios, el escritor costarricense José Ricardo Chaves comienza un viaje que en su nuevo libro nos conducirá por laberintos, confesiones, ideas, provocaciones e investigaciones; todo en corto, claro está, y sin restarle un ápice de profundidad.

Paseando con el minotauro. Prosa breve (1984-2019), publicado por Uruk Editores, recoge textos breves del autor de La mujer oculta (1984), Paisaje con tumbas pintadas de rosa (1998), Faustófeles (2009) y Tránsito de Eunice (2018). Hallamos desde pequeños ensayos, crónicas y artículos hasta viñetas que ha publicado en la prensa –muchos de ellos en Áncora de La Nación– el escritor radicado en México durante sus 35 años en aquel país.

Con su verbo afilado y preciso, Chaves nos invita a reconocerlo y seguir su camino. “El conjunto muestra parcialmente el trabajo hecho a lo largo de tres décadas y media en México para lectores de Costa Rica y funciona como una trayectoria de lecturas y vivencias, un camino de migajas de pan, de letras y tinta, un caleidoscopio biográfico y cultural que, si bien en continuo cambio, mantiene ciertas líneas de interés”.

Entre correos, llamadas y reflexiones conversamos sobre Paseando con el minotauro y la literatura.

–Con artículos acerca de tradición, autores, libros, historia, masonería y budismo, entre otros, y textos más autobiográficos, este libro muestra los hilos con los cuales usted ha seguido teniendo presencia activa en Costa Rica. ¿Qué le ha dejado esta especie de relación epistolar a la distancia con su Costa Rica natal?

–La posibilidad de aprovechar un espacio periodístico para abordar temas de diversa índole, sobre todo de tipo literario y cultural, no solo de la actualidad sino también del pasado, anudando de esta manera el presente con lo que ya se fue pero que, de alguna manera, perdura todavía.

”En este sentido es un ejercicio de memoria personal, pero también colectiva, quizá un llamado a los lectores de hoy para que superen el presentismo amnésico y cobren conciencia de la valiosa tradición cultural del país. Incluso para romper con ella, hay primero que conocerla. Viviendo fuera, se me vuelve más visible esa tradición local, que la mayoría de los ticos desconoce o desdeña, incluso en sus sectores cultos, atentos más bien a identidades colectivas (cosmopolitas, latinoamericanistas, centroamericanistas), con descuido de lo propiamente costarricense, que también existe, lo que no significa aislamiento o desconexión con lo que está fuera”.

–Es un conjunto, dividido en tres, de textos breves. Acerca de la brevedad, usted escribió: “De lo bueno, si es breve, mejor, y de lo malo también” y “si a lo breve agregamos lo leve, tenemos excelencia”. ¿Qué le ha dejado o enseñado la brevedad en 35 años de ejercicio ininterrumpido?

–Un ejercicio de síntesis continuado, una necesidad de abordar lo esencial sin andarme por las ramas, una conciencia de que ya no tengo tiempo para hablar de lo secundario y que debo ir al meollo del asunto y decirlo de manera clara y directa, aunque no guste la franqueza, una acentuación de la conciencia de la propia mortalidad. Por algo empecé en los géneros breves, la poesía y el cuento y, aunque haya alcanzado un cierto reconocimiento en la novela, me sigo sintiendo sobre todo cuentista.

–Si seguimos la metáfora del título (Paseando con el minotauro), ¿qué tipo de Teseo ha construido a lo largo de estos años?

–Un Teseo que ha hecho del laberinto del mundo, no un lugar para perderse, sino para encontrarse, y que ha visto en el Minotauro, no un monstruo por destruir, sino un amigo con dificultades, con el que suelo dar paseos de vez en cuando, en ocasiones conversando, en otras, en sabio y solidario silencio.

–Se fue a México en 1984, ¿en qué se le ha convertido México? ¿Se siente en el exilio?

–Con 35 años de vivir ahí, más de la mitad de mi vida, México se ha convertido sin duda en mi otro país, sin que por ello haya abandonado al natal en términos afectivos o intelectuales. Mantengo un pie en uno y el otro pie en el otro y la mirada en todos, pues no olvido que ambos forman parte de una comunidad mundial que también importa. Y no, no me siento en el exilio, pues me fui por mi propia voluntad y podría volver cuando quisiera, aunque no quiero, ni puedo, por lo menos no ahora, debido a mis vínculos laborales, académicos y sentimentales. Lo más probable es que muera en México, aunque sí quisiera que mis cenizas fueran dispersadas, una parte en el Iztacíhuatl, la otra en el Irazú.

–¿Qué le ha dejado y que le ha faltado en su experiencia como “escritor menguante” (escribe para unos pocos que aceptan el reto de leer en profundidad)?

–Soy menguante no porque escriba para pocos, ni para muchos, el número no me importa, sino porque el lugar de la literatura decrece en la sociedad contemporánea, como la piel de zapa de la novela de Balzac. En este sentido no solo yo menguo, sino todo escritor que no cede ante las presiones mercantiles, académicas, políticas, o de los lectores que solo buscan entretenimiento o información, o que andan en busca de textos que les refuercen sus prejuicios sociales, políticos o sexuales. Surgí como escritor a finales de los setenta y principios de los ochenta, cuando la literatura tenía cosas que decir y quería decirlas bien, y había un público lector que quería asumir retos de lectura, de autoconocimiento, de reflexión. Hoy, en estos tiempos posmodernos, esos referentes literarios ya no existen, campean otras condiciones y tecnologías que hacen elogios de la superficie y la velocidad, no de la profundidad y la lentitud. Ya no se rumia, solo se traga, o se escupe. Surge una nueva ecología literaria y los escritores menguantes somos dinosaurios en extinción.

–Su pasión por la literatura parece ser inversamente proporcional a un gran pesimismo acerca de las instituciones relacionadas con la escritura: editoriales, Academia, premios, etc. ¿Cómo afronta esta dicotomía en su propio ejercicio de escritura?

–Sigo escribiendo según mis convicciones y gustos, no atendiendo al llamado externo, sin esperar mayor recompensa que cuatro gatos lectores. Si llega algo más, qué bueno, pero si no, qué bueno también. Sé que, de lo que escribo, algo quedará, aunque no necesariamente lo que más me guste. La posteridad literaria es una lotería. Cumplo con mis obligaciones institucionales, pero no las confundo con mi escritura íntima. No hago literatura, escribo, que es algo un poquito diferente. Soy, irremediablemente, como diría Borges, un hombre de letras, pero de letras escritas con sangre. Como le decía Mefistófeles a Fausto: “La sangre es un fluido muy especial”. Más cuando se mezcla con tinta.

–En estos textos breves y en su propia literatura se evidencia una fascinación por las sombras: el ocultismo, lo esotérico y hasta lo fantástico. ¿Tiene que ver con su ejercicio profesional e investigaciones o viene de antes? ¿Por qué este encantamiento?

–En mi adolescencia entré en contacto con el medio teosófico costarricense, del que tanto aprendí, y no solo teosofía. Ahí supe también de literatura y arte, de música, de una tradición cultural costarricense, leí a Brenes Mesén, a Rogelio Sotela, a Omar Dengo, a José Basileo Acuña, quien, además, fue mi primer maestro literario. Conocí a mujeres admirables como Pilar Madrigal Nieto y María Eugenia Dengo. Después me alejé de esos lares y con los años los recuperé, ahora como objeto de estudio histórico y cultural, y como tema literario, sobre todo para mi escritura fantástica. Hoy, casi medio siglo después, soy un ateósofo budista, practicante de una sabiduría sin dios. Lo mío no es encantamiento, sino un ejercicio de lucidez radical desde el margen. Siento la misma conexión cósmica del gnóstico eterno, pero no la nombro ni la encasillo con antropomorfismos, ni me siento separado de ella. Me basta con observar el firmamento en una noche estrellada, ojalá en lo alto de una montaña, como el Kailash o el Chirripó.

–¿Cuál es su relación con la literatura contemporánea? ¿A quiénes lee?

–Leo poca literatura contemporánea, prefiero la de los siglos XIX y XX, sobre todo la de tipo fantástico. No obstante, entre los vivos de hoy leo a autores como los españoles Enrique Vila-Matas y Emilio Bueso, las mexicanas Daniela Tarazona y Ana García Bergua, de Argentina a César Aira y últimamente a Mariana Enríquez, que me fascina. De Costa Rica sigo la pista a varios, como Carlos Cortés y Alfonso Chase, y entre los muertos, a Victoria Urbano, cuyos libros ando pescando en librerías de viejo.

–¿Cómo ve la literatura costarricense desde la lejanía?

–Tal como la veo, la literatura costarricense siempre ha estado muy atenta al lector nacional, incluso en sus expresiones más cosmopolitas. En este sentido, los escritores locales han escrito, sí para cualquier lector interesado, pero en especial para aquel con el que comparte su historia y cultura, en una suerte de complicidad literaria.

”Ha sido y sigue siendo una literatura muy hacia dentro, muy endogámica, muy encuevada, satisfecha de su pequeña historia y de sus grandes logros, un rasgo muy propio del costarricense tradicional, lo que es tanto su fuerza como su debilidad, al menos cuando se la juzga desde parámetros como el mercado editorial o el número de lectores. No es que no haya escritores de primer nivel. Los tenemos, como Yolanda Oreamuno, Eunice Odio, Daniel Gallegos, o en la actualidad, Carlos Cortés, Anacristina Rossi o Luis Chaves, para solo mencionar algunos, que pueden competir con autores de cualquier ámbito, dada su excelencia. Los ingenuos confunden fama con calidad. En todos ellos, la llamada de la patria no está peleada con la mirada al mundo, ni siquiera en la rebelde Eunice.

”Hoy la literatura nacional experimenta un momento de relativo esplendor, comparable con lo ocurrido en la década de los cuarenta, incluso más brillante, con una mayor diversidad temática y participativa: siguen las líneas tradicionales de realismo y crítica social, más asuntos feministas, gay, de ciencia ficción, literatura fantástica y otras más. Los problemas no están en su producción intelectual, sino en cómo canalizarla y distribuirla, en estos tiempos en que la lectura tradicional entró en crisis y parece no recuperarse. Los medios visuales y digitales se imponen con la imagen y la información, pero lo que el impreso daba se está perdiendo: la reflexión lenta y razonada, la introspección silenciosa. Hay más editoriales y más libros, pero también menos lectores. No es que los libros sean caros, es que las ganas de leer son pobres”.

–Luego de Tránsito de Eunice, ¿hacia qué se ha orientado su trabajo en ficción?

–Tengo dos novelas empezadas, pero se han quedado en el camino por falta de tiempo, una ubicada en la Costa Rica de principios de siglo XX, con las figuras de María Fernández de Tinoco y la médium Ofelia Corrales, la relación entre ellas, una teósofa de clase alta y la otra una espiritista de clase media, ambas hijas de educadores connotados: Mauro Fernández y Buenaventura Corrales. Tengo otra más avanzada sobre la llegada de los jesuitas portugueses al Tíbet en el siglo XVII.

”En ninguno de los dos casos se trata de novela histórica, aunque supongan una investigación de ese tipo. Y, claro, sigo escribiendo cuentos fantásticos y ya tengo casi listo un tercer volumen, que cierra el ciclo iniciado por Cuentos tropigóticos y Jaguares góticos. No tengo prisa por escribir más ficción. Voy madurando el proyecto en mi mente hasta que, solito, se cae del árbol de la imaginación”.