Hospital Calderón Guardia: la historia de cómo una casa cuna se convirtió en el Policlínico de la Caja

Comenzó como la primera casa cuna del país y se convirtió en un hito de nuestra salud pública

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Educadora con grandes dotes de organizadora, Julia Fernández Rodríguez (1882-1957) se había casado con León Cortés Castro en 1905; años después llegó a ser Primera Dama en la administración Cortés Castro (1936 -1940).

Una vez en esa posición e inspirada en los proyectos de casas cuna de Colombia, decidió crear aquí una institución similar para facilitar la incorporación de la mujer costarricense al trabajo remunerado.

Con ese fin, en 1936, junto a Yvonne Clays de Calderón Guardia (1906-1994) y otras señoras josefinas, fundó la Sociedad de Damas Samaritanas, destinada a promover la formación de casas cuna y la capacitación femenina.

Así, el 14 de agosto de 1936, con ocasión del Día de la Madre y por medio de las emisoras La Voz de la Víctor y El Trópico, la señora Fernández de Cortés anunció la próxima creación en San José de la primera casa cuna del país.

Casa, cuna y sueño

Casi un año después, el diario La Tribuna anotaba: “La Casa Cuna no es, como muchas personas creen, una institución del Estado. Funciona independientemente y para su mantenimiento las Damas Samaritanas aportan sus contribuciones (…).

“Funciona la Casa Cuna como un hogar diurno para los hijos de obreras que por su trabajo no pueden prestar la debida atención a sus hijos. Casi todos ellos son criaturas de cortísima edad, quizá de días algunos, que llegan frecuentemente enfermos o desnutridos, y donde se cuidan científicamente recibiendo además su alimentación.

Luego agregaba a cuántos niños atendía, su horario y el papel de la Secretaría de Salubridad. “La Casa Cuna está a cargo de personal preparado en el cuidado de los niños, les brinda a estos atención maternal y asistencia médica ofrecida por la Secretaría de Salubridad. Son llevados allí temprano de la mañana y en las horas de la tarde nuevamente se entregan a sus madres. (…) Actualmente es de cerca de 30 el número de niños que reciben allí atención. (…)

La Tribuna también exaltó la muy buena labor de “la institución de caridad”. “(…) Además de prestar un servicio a la nación atendiendo a sus más pequeños ciudadanos para que sus madres puedan ganarse la vida honradamente, y [generar] oportunidad para que médicos especialistas los cuiden en sus enfermedades, se mantiene sin ayuda del Estado”.

Un sueño con terreno

Hoy, lamentablemente, ignoramos donde se ubicó esa primera casa cuna, pero sabemos, en cambio, que para 1938 las Damas Samaritanas tenían ya un terreno y los fondos suficientes para arrancar con su más ambicioso y caro sueño: un edificio diseñado específicamente para albergar la institución, y que se llamaría La Casa de la Madre y el Niño.

El terreno, que hasta entonces había albergado los Baños Públicos, era de propiedad municipal, tenía poco más de 7.000 metros cuadrados y se ubicaba al costado norte de los antiguos tanques de agua potable que abastecían a la ciudad capital, en el barrio Aranjuez, en la actual calle 17, entre avenidas 7 y 9.

Para diseñarlo, se contó con los servicios profesionales del arquitecto costarricenses José María Barrantes Monge (1890-1966); a la sazón, jefe de construcciones de la Secretaría de Fomento y de amplia experiencia en obra pública.

La construcción inició a finales de 1939, pero cuando apenas tenía levantadas las paredes del primer piso, quedó detenida por falta de fondos.

Una estética por otra

Para su diseño, Barrantes Monge había elegido originalmente la estética neocolonial hispanoamericana, entonces de moda; un lenguaje arquitectónico que –como ha señalado el arquitecto Carlos Altezor– se suponía que expresaba bien “la tradición y el alma nacional” (Arquitectura urbana en Costa Rica).

Por esa razón, dicha estética arquitectónica, sería utilizada también por el arquitecto al año siguiente en los dos proyectos capitalinos más importantes de la administración Cortés Castro, a saber, el Aeropuerto Internacional La Sabana (1940) y la Casa Presidencial, edificio que, inacabado, terminó por ocupar años después y hasta hace poco tiempo, la Asamblea Legislativa.

Sin embargo, en el caso de la Casa de la Madre y el Niño, por razones que hoy se nos escapan, se desechó el diseño del anteproyecto original para cambiar la apariencia de su cuerpo frontal por otra de estética moderna y racional; más concretamente, la denominada streamlinemodern o moderno aerodinámico, considerada la versión norteamericana del art-decó.

De ahí, precisamente, le vienen a ese edificio de volúmenes puros, sus aerodinámicas curvas y su apariencia náutica, pues no en balde ese lenguaje ha sido llamado “estilo paquebote” o “estilo barco”.

Se trata, en realidad, de una especie de híbrido entre el más puro racionalismo centroeuropeo y la cándida estética decó, de la que sólo asimila con libertad ciertos rasgos; en este caso visibles en el balcón, en el escalonado de ciertos paramentos, y en el uso del mármol a modo de zócalo, hoy desaparecido.

Fue construido en una técnica mixta, de ladrillo confinado en una estructura de concreto armado, si bien este último priva en dicho volumen frontal. Hacia atrás, con dirección al este, se extienden unos pabellones rectangulares, puramente funcionales y sin más estética que el ritmo de sus ventanas, con techos de estructura de acero y cubiertas de hierro galvanizado a dos o más aguas.

En planta, el conjunto del cuerpo frontal y los pabellones, forman una especie de “ocho”, con dos patios interiores que garantizaban iluminación y ventilación, rodeados de galerías inferiores, casi todas desaparecidas en las sucesivas remodelaciones sin criterio que ha sufrido el edificio. Así, por ejemplo, el acceso, otrora amplio y abierto, se ha visto constreñido a una simple puerta.

Afortunadamente, el retiro frontal –originalmente una rotonda para acceso y salida de vehículos y sus respectivas plazas de aparcamiento– fue convertido luego en una plaza que le brinda la suficiente perspectiva al edificio como para poder ser apreciado en toda su presencia urbana.

Cambio de rumbo

Para cuando se detuvo su construcción, además del inicio de la Segunda Guerra Mundial en Europa –circunstancia que afectaba a nuestro principal producto de exportación y fuente de ingresos para el país–, aquí estaba por llegar a la Presidencia de la República el doctor Rafael Ángel Calderón Guardia (1940-1944), cuyas ideas reformistas de aliento socialcristiano no tardarían en concretarse.

La más importante de ellas, sin duda, fue la creación de la Caja Costarricense de Seguro Social, en 1941, cuya ley daba lugar a un seguro obligatorio para proteger a los trabajadores contra enfermedad, apoyarlos en la maternidad, en la invalidez, vejez y muerte. Quedaban pendientes, pues, los servicios médicos, para los que por el momento se carecía de infraestructura.

En marzo de 1942 y de manera directa, el presidente Calderón Guardia traspasó a la CCSS tanto los terrenos en que se encontraba en obras la casa cuna como lo edificado hasta entonces levantada. Su objetivo era que se instalara ahí el primer hospital del Seguro Social Costarricense.

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Por esa razón, en marzo de 1942 y de manera directa, el presidente Calderón Guardia traspasó a la CCSS tanto los terrenos en que se encontraba en obras la casa cuna como lo edificado hasta entonces levantada. Su objetivo era que se instalara ahí el primer hospital del Seguro Social Costarricense. Mientras tanto, a finales de 1943 empezó a brindarse la consulta externa en un local en avenida 3, 75 metros al oeste del Parque Morazán.

Fue entonces que las obras constructivas de Aranjuez continuaron su curso hasta terminar totalmente el edificio, a un costo total que se estimó originalmente en ¢400.000. De ese modo, conforme se fueron terminando las primeras secciones del inmueble, entraron en función los primeros cuatro consultorios y la farmacia.

Fue así como, a partir de noviembre de 1943, empezó a funcionar lo que se llamó el Policlínico del Seguro Social, que prestaría servicios durante casi dos años; hasta su inauguración definitiva, el 15 de setiembre de 1945. Al año siguiente, convertido en el buque insignia de la Seguridad Social costarricense, se le denominó Hospital Central.

De esa manera, la añorada casa cuna de doña Julia Fernández no se concretó, pero el edificio diseñado originalmente para ello vino a llenar otra necesidad social igualmente urgente. Por fin, en 1972, el inmueble fue rebautizado, con justicia histórica, Hospital Dr. Rafael Ángel Calderón Guardia, en honor del creador de nuestra Seguridad Social.