Francisco Zúñiga, un artista entre dos mundos artísticos: Costa Rica y México

Repasamos la huella del gran escultor y pintor Francisco Zúñiga (1912-1998) en Costa Rica. Puede decirse con toda tranquilidad que fue un artista costarricense y mexicano

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Francisco Zúñiga es, sin duda, el artista costarricense de mayor relieve internacional. Puesto que desarrolló su carrera principalmente en México, muchos se preguntan si realmente se le puede considerar un escultor costarricense. La respuesta a esa pregunta tiene muchos matices.

Zúñiga llegó a México en 1936, a los 24 años de edad, y residió allí por el resto de su vida.

Durante más de 20 años ni siquiera visitó su patria natal. Sin embargo, mantuvo la nacionalidad costarricense hasta 1986, cuando ya tenía medio siglo de vivir en tierra mexicana.

En Costa Rica, su talento fue reconocido y aplaudido desde muy temprano. En 1930, a los 18 años, obtuvo las medallas de plata en pintura y escultura en la II Exposición Nacional de Artes Plásticas. En 1931, ganó el oro en escultura; en 1932, el oro en pintura y la plata en escultura; en 1934, obtuvo el primer lugar en pintura y el segundo en escultura y, en 1935, de nuevo, el oro en escultura. Quien sostenga que Zúñiga abandonó Costa Rica porque no se le reconocía su talento solo demuestra ignorancia de la historia.

Quien sostenga que Zúñiga abandonó Costa Rica porque no se le reconocía su talento solo demuestra ignorancia de la historia.

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Y si bien es cierto que por muchos años se mantuvo físicamente alejado del país, también lo es que hubo algunas exposiciones de sus obras –una de las cuales obtuvo en 1964 el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría– y que en 1973 recibió el Premio Magón, la más alta distinción cultural que otorga Costa Rica.

Por otra parte, es claro que en México floreció su obra y transcurrió la mayor parte de su vida; allí hizo su familia y recibió también altas distinciones. Igual que Picasso fue español y francés, o Kandinsky ruso y alemán, puede decirse con toda tranquilidad que Francisco Zúñiga fue un artista costarricense y mexicano.

El artista abandonó su país siendo ya un hombre hecho y derecho, y un pintor y escultor que había demostrado su valía.

En el taller de su padre, Manuel Zúñiga Rodríguez, aprendió a modelar imágenes religiosas al tiempo que dibujaba y pintaba retratos de sus familiares, personajes y casas rurales, paisajes y bodegones de extraordinaria firmeza y calidad. Allí había algunos libros y revistas de arte, que se comentaban en tertulias con Max Jiménez y Juan Rafael Chacón, quienes habían estado en Europa.

Los jóvenes aprendices Zúñiga, Juan Manuel Sánchez y Néstor Zeledón Varela se interesaban, además, por el arte precolombino y, bajo la influencia de este, por la talla directa en piedra y por las figuras de animales. Juntos visitaban el Museo Nacional para observar con admiración la cerámica prehispánica, el jade y sobre todo los elaborados metates, las “piedras transparentes” de que habló Fernández Ferraz.

En 1934, el arqueólogo Jorge Lines encargó a Zúñiga reproducir, en dibujos acuarelados, un conjunto de 44 piezas de cerámica, la mayoría correspondientes al período policromo medio (800–1200 d. C.) de la Gran Nicoya. Este trabajo, que el joven artista abordó con ánimo perfeccionista, tiene que haber sido para él una especie de segunda academia, después del aprendizaje en el taller paterno.

La fiel reproducción de aquellas vasijas, escudillas e incensarios decorados con una gran variedad de formas simbólicas fue un exigente ejercicio de observación y ejecución precisas. Los resultados admiraron a los arqueólogos y siguen deleitando a quienes los observan.

La maternidad de Francisco Zúñiga

El siguiente proyecto que emprendió fue objeto de una sonada controversia. La historia es así: un comité de ciudadanos convocó a un concurso para erigir un monumento a la madre. El jurado declaró ganadora la propuesta de Zúñiga: una figura esquematizada, definida en líneas y volúmenes sencillos, sin duda muy distinta de lo que esperaban los organizadores. Se desató una polémica en la prensa, de la que se recuerda en especial la infortunada observación del general Jorge Volio de que, vista desde atrás, la escultura parecía “una vaca sentada”.

El comité decidió no seguir adelante con el proyecto, retirando así los fondos para la construcción del monumento. Entonces ocurrió algo muy interesante: los miembros del Círculo de Amigos del Arte organizaron una exposición de obras de Zúñiga –su primera muestra personal, en la que vendió varias piezas– y, además, hicieron una colecta para completar los fondos necesarios para adquirir el bloque de piedra para la escultura. De esa manera pudo realizar la pieza, y con ella ganó la medalla de oro de la exposición nacional de 1935, que tuvo carácter centroamericano.

Dos años después, la escultura fue colocada en la entonces llamada Maternidad Carit, hoy Hospital de las Mujeres. Para entonces, el artista se encontraba ya en México, por lo que nunca realizó los relieves que había proyectado para el pedestal: una joven mujer sosteniendo sus senos, un hombre desnudo, una abuela con su nieto y el funeral de un niño.

El acercamiento de Paco Zúñiga a Costa Rica

Siendo ya un escultor célebre, con obras y exposiciones en varios de los principales museos del mundo, Zúñiga se acercó mucho a Costa Rica en la década de 1970 y nos dejó tres monumentos: la estatua del doctor Calderón Guardia (1974) que está en la Plaza de las Garantías Sociales, el conjunto La familia (1977), que se encuentra en el pórtico del Instituto Nacional de Seguros en San José, y el Monumento al Agricultor, que se instaló cerca del Aeropuerto Juan Santamaría pero fue vandalizado, por lo cual hubo que desarmarlo y trasladar las esculturas –una de ellas gravemente mutilada– al Museo de Arte Costarricense.

Allí se encuentra, además, el grupo Tres mujeres caminando (1981), en una versión fundida post mortem para nuestro país.