‘El umbral del colibrí ’: Una rareza que muestra las enseñanzas de las tradiciones espirituales

Este poemario de Magda Zavala está escrito en conjunto con un espíritu al que yo llamo ‘el Amado’, con quien la autora se ha puesto en contacto por medio de la escritura automática

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En la época en que nos ha tocado vivir, los seres humanos estamos imbuidos en un mundo de mecanización, de inteligencia artificial, de algoritmos, de una robotización cada vez más urgente y alarmante, residuos remotos de la lejana Ilustración, que impuso como criterio el pensamiento cientificista, donde solo lo comprobable, medible, experimentable, etc. era considerado como válido.

No obstante, al lado de los fundamentos racionalistas y causalistas del pensamiento hegemónico occidental, los conocimientos espirituales, místicos y esotéricos no han dejado de existir. Las grandes tradiciones espirituales continúan enseñando que en el universo todo está interrelacionado y participa del mismo principio creador, que materia y espíritu son los dos elementos esenciales del universo y están interconectados con el Uno, con el Todo. Este podría ser el planteamiento básico para la interpretación del último poemario de la Dra. Magda Zavala.

El umbral del colibrí. 99 poemas tanatonautas (Premio a la Originalidad en la Poesía 2023, Buenos Aires, Argentina) encierra en su título algunas claves para su interpretación. Según Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, el umbral es el lugar de paso entre lo exterior (lo profano) y lo interior (lo sagrado), lo cual nos invita a una singular manera de aprehender el sentido. El colibrí, como ave, se considera mensajero del otro mundo; refiere a la creencia en la migración del alma de cuerpo en cuerpo. Por su parte, el adjetivo calificativo “tanatonautas”, señala que estos poemas tienen la capacidad de emprender un recorrido o navegación ¿por, en, con, desde? la muerte.

Escritura automática

Este poemario está escrito en conjunto con un espíritu al que yo llamo “el Amado”, con quien la autora se ha puesto en contacto por medio de la escritura automática. Cuando se habla de escritura automática, con frecuencia se suele pensar en el fluir de la conciencia –ese término que surgió con el movimiento surrealista–, que consiste en que el escritor deja fluir los pensamientos sin coerción de los procesos racionales en el acto de la escritura.

Sin embargo, en este caso, se trata de un fenómeno paranormal, que hace referencia a un proceso de canalización mediúmnica mediante el cual un espíritu se comunica a través de la escritura con otro ente receptor y a la vez transmisor de los mensajes de aquel, sin que medie un ejercicio de la voluntad de quien escribe. El fenómeno no puede aprehenderse por completo sino hasta que aparece, ya que la observación del hecho es también un autodescubrimiento. Según Lewis Spence: “La escritura automática o psicografía es una supuesta habilidad psíquica de una persona que escribe letras sin estar consciente. La persona afirma que las palabras fueron escritas por el subconsciente, por un espíritu, por fuerzas sobrenaturales o que provienen del universo. En este sentido, la psicografía es una forma escrita de comunicación del mundo espiritual con el mundo terrenal”.

La escritura automática presupone que la volición de quien escribe no interviene, y puede ocurrir sin tener ninguna conciencia de las palabras escritas, en una especie de trance espontáneo o inducido que puede haber sido producido bajo la guía de un espíritu mediante el cual se alcanza una experiencia de conocimiento que da cabida a lo “profundo” o esotérico. Lo esotérico no aparece como forma de vida ni como dogma, sino como una práctica fenoménica que da acceso a una dimensión espiritual que se filtra en el quehacer intelectual de quien escribe, a través de una escritura que la hace tangible. Por esta vía de acceso se manifiestan las ideas de la supervivencia del espíritu y obviamente, se hace patente la comunicación con los espíritus.

En El umbral del colibrí, el contacto espiritual con el Amado despliega una hermosa historia de amor que trasciende el tiempo y el espacio, la vida y la muerte

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El discurso del Amado en ‘El umbral del colibrí'

En El umbral del colibrí, el contacto espiritual con el Amado despliega una hermosa historia de amor que trasciende el tiempo y el espacio, la vida y la muerte, la cual se va reconstruyendo a partir de las reminiscencias de lo que tuvo lugar en el tiempo real, contingente y humano de la pareja, mediante el recuerdo de los sucesos, lugares y peripecias de un amor juvenil que no llegó a concretarse.

El discurso del Amado se erige en un modo de acceso a la comprensión de cierta hermenéutica espiritual, implícita en los poemas tanatonautas: o sea, el conocimiento o la comprobación de otros planos de existencia, entre lo material y lo espiritual; entre la vida y la muerte.

Al canalizar, la escritora está comunicándose con cierta forma de energía. Lo que hace es dislocar el espacio-tiempo y tener una conciencia que permite experimentar la apertura de un universo hasta entonces desconocido. Se parte de la idea de que somos uno con el Todo, que todo está conectado, y que la canalización es una conexión con la vida, no con la muerte. El Amado reitera su presencia en esta vida: “Y debes saberlo: no me he ido. Nadie se va” (poema X). En el XLIV reitera: “Aquí estoy todavía. / No me he ido. Nadie se va”. Y al final: “La muerte, como derrota, inmoviliza. / Como paso ineludible/ofrece otro comienzo.”

El Amado se manifiesta como una presencia invisible y amorosa al lado de su Amada: vela su sueño cuando ella duerme y se comunica en el plano onírico. En esa dimensión, que es la inmersión en el inconsciente, ocurre la unión con lo trascendente, lo sutil, lo no manifiesto: “Viajo por los mundos que tejes / y te encuentro en ellos mientras duermes” (Poema XXXII).

El Amado le habla en lenguaje cifrado del amor que se profesan, cuando “se deleita en su aura sensitiva”. Como espíritu que es, desprovisto de sentidos, el Amado solo puede percibir el aura de la Amada. En el ámbito de la parapsicología, un aura o campo de energía humana es una emanación de color que envuelve o rodea al cuerpo humano, invisible para la gran mayoría de las personas. En el aura existen vórtices de energía llamados “chacras”, que representan la unión entre la conciencia o mente y la materia o cuerpo. Los chacras absorben la energía, la procesan y la asimilan según la frecuencia vibratoria de cada ser humano. Las emociones como el amor alteran esa frecuencia y la hacen brillar.

En el poema XXIV, el Amado afirma:

Este amor es sin duda del verde sagrado de la vida,

esmeralda, si con el mástil desplegado,

amarillo intenso, si en el corazón brillante

de nuestro infinito.

En el primer verso, es posible suponer que el Amado se refiere al chacra del corazón, al que se le atribuye el color verde, “del verde sagrado de la vida”. Según los entendidos, está ubicado en el centro del pecho, y representa el fluir del amor, los sentimientos de amor hacia los demás y hacia la vida. El chacra del corazón es un punto de conexión y equilibrio entre el mundo físico y el espiritual.

Y cuando afirma: “amarillo intenso, si en el corazón brillante de nuestro infinito”, puede referirse al chacra del plexo solar, que es el centro más importante de la energía vital humana, la sede del poder, de la voluntad y la determinación; su elemento es el fuego y su color el amarillo. Constituye el punto de unión entre el cuerpo físico y espiritual, entre lo celeste y lo material, entre el Amado y la Amada.

En el poema XXXVI: “Mira más allá de donde alcanzan los ojos. / Percíbeme con el diamante de la frente, / siénteme en las palpitaciones de la llama”, podría pensarse en el chacra de la frente (tercer ojo), un chacra altamente espiritual que nos conecta con el mundo del pensamiento y de la intuición, por lo tanto, se relaciona con las habilidades psíquicas de la persona. Actúa como impulso de una búsqueda de la verdadera energía y del amor espiritual, como es el caso del poema. Permite visualizar, ver sin la necesidad de mirar o entender. Se relaciona con la imaginación, la inspiración, la concentración y la visión interior. Usualmente se lo representa con la luz violeta, pero también con la luz blanca o dorada. El tercer verso: “siénteme en las palpitaciones de la llama”, enfatiza lo expresado en el poema XXIV, la conexión a través del plexo solar. Según estas interpretaciones o “lecturas” de la activación de los vórtices de energía, el Amado es capaz de interactuar espiritualmente con su Amada, creando una conexión profunda desde el más allá.

El poder de los sitios sagrados en el poemario de Magda Zavala

De forma recurrente, el Amado menciona megalitos, menhires y otros monumentos pétreos de diversas partes del mundo. Desde el punto de vista simbólico, la piedra alzada o erguida (megalito, betilo, lingam), simboliza el omphalos, la unión de cielo-tierra, del microcosmos y el macrocosmos. Según Ramon Llull, la piedra es el símbolo de la regeneración del alma por la gracia divina. En el poema XXXIII, que se llama precisamente “Megalitos”, así como en otros poemas, el Amado evoca monumentos líticos como Stonehenge, en Inglaterra, o Ggantija en Isla de Gozo, en Malta, Petra; Wadi Rum en Jordania; Tula, en México; Carnac, en Francia, Macchu Picchu en Perú, las esferas de piedra de Costa Rica o “la entrada del Dolmen de Mané-Kerioned”, en Carnac: “Ten presente, te espero a la entrada/del dolmen del norte”.

El Amado le pide que ponga a hablar las piedras de Stonehenge, que escuche los menhires, que dance entre los alineamientos de Carnac, la induce a efectuar una especie de ritual iniciático o nupcial entre las piedras de ciertos lugares sagrados. “El sitio de piedra antigua será nuestro templo” (Poema IV) y en otro: “En el templo de piedra tu danza, la nuestra. / Música de gaitas, flautas y tamboriles”.

III

Alguien me representará en noche de luna plena,

donde se yerguen los dólmenes.

Te guiaré entre los alineamientos de piedras sabias:

ahora navego y vuelo.

Estaremos juntos allí, de nuevo.

Lucirás iniciática, vestida con túnica palo rosa

y flores en el pelo.

La abundante mención de sitios megalíticos, recuerda que estos sitios de poder cósmico pueden actuar como umbrales, como puntos de unión entre los diversos planos de la existencia material y espiritual. Resulta inevitable relacionar esos lugares con la sabiduría cifrada de antiguas civilizaciones, mitos, cultos y poderes mágicorreligiosos.

Ahora bien, si los templos megalíticos forman un enlace milenario con las antiguas tradiciones sagradas, la dimensión futura resulta un acto de trascendencia cósmica, y así lo afirma en el profundo y misterioso poema XXXV que habla del momento en que la Amada deje su envoltura material para estar “en otra dimensión de la existencia”, cuando le dé el espejo de la clarividencia”, “en el mucho más allá, insospechable para ti, del ante y del postiempo”. Y enfatiza esta dimensión atemporal o eterna diciendo: “Estaremos en Phi, en Ankh, en la espiral. Seremos cinta eterna de Moebius”.

Phi es la proporción áurea de la geometría sagrada, que interpreta la simbología oculta en cada una de las formas de la naturaleza, pues todo en el universo proviene de una misma fuente o inteligencia universal (llámese dios, cosmos, universo). Ankh es la llave de la vida, representa la vida eterna; y la cinta de Moebius representa el infinito.

Es decir, que cuando llegue la hora, serán uno con el cosmos, donde la categoría temporal no existe, solo la eternidad. Es en el mundo suprasensible donde la gnosis permite a aquel que conoce, transformarse y ser consciente del funcionamiento del mundo del alma y de su conexión con la totalidad. Así lo ha expresado en el poema XX, que no se dirige a la Amada sino a un Tú con mayúscula, a un Dios que define significativamente como su “templo monolítico”:

Eres Tú, sin duda, y existes plenamente

en este sueño sin fin, sin paralelo.

Tú que avanzas por la inmensa cascada áurea

fluyendo en el cilindro oscuro

que reúne espacio y tiempo en cópula espléndida,

eres mi templo monolito

y tu corazón esplendente, mi camino.

Seremos nosotros, amándonos en Ti.

Este poema tan complejo y profundo encierra grandes principios de la Filosofía Perenne. Dios infinito y eterno, Su luz divina fluyendo en el Universo –cilindro oscuro, espacio y tiempo como elementos de la Creación, inmanencia y trascendencia encerrados en tres versos–. Para el Amado, su dios es un “templo monolito” de “corazón esplendente”, con quien ambos amantes se unirán.

El proceso de conocimiento desde lo esotérico es principalmente subjetivo. Su transmisión no se basa en la comprobación objetiva, sino que apela al sujeto que experimenta el conocimiento en sí mismo, sobre todo en lo más profundo de su inconsciente, de su espíritu, hasta ser capaz de “percibir” la realidad en todas sus dimensiones (incluidas las intangibles). Los límites son inciertos. Los resultados, difusos.

Naturalmente, hay mucho que se queda sin decir de un texto tan simbólico y lleno de referencias esotéricas como El umbral del colibrí. 99 poemas tanatonautas. Dejo a la atención de lectores más informados el ahondar en estos campos; solo me queda reconocer las propias limitaciones interpretativas y recordar las sabias palabras de Darío:

Y la vida es misterio; la luz ciega

y la verdad inaccesible asombra;

la adusta perfección jamás se entrega,

y el secreto ideal duerme en la sombra.