El Teatro Adela: con nombre de matrona

Inaugurada en 1924 y pese a su indudable valor histórico y arquitectónico, esta sala josefina desapareció en 1990.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Para 1922, funcionaban en San José cuatro teatros privados: el Variedades, el Moderno, el América y el Trébol, además de varios “salones-teatro” que cumplían también la función de centros para espectáculos de variedades y proyecciones cinematográficas. Entonces, el 26 de octubre de ese año, el diario La Nueva Prensa anotó:

“En la esquina situada cien varas al oeste del mercado de esta ciudad será edificado un nuevo teatro. Pertenecerá ese edificio a don Perry Girton, actual arrendatario del Teatro Moderno, con el cual seguirá, para así tener dos centros en donde ofrecer al público de San José espectáculos amenos y baratos.

“El nuevo edificio será levantado por la empresa de doña Adela v. de Jiménez e Hijos, con el sistema de adoquines de cemento, que tan excelentes resultados está dando, tanto por la fortaleza y seguridad de la obra como por lo económica y liviana. El señor Girton espera tener funcionando su nuevo teatro dentro de unos seis meses a más tardar” (Nuevo teatro en esta ciudad).

Entre empresarios

De joven, Perry Girton había trabajado como “doble” en las primeras películas silentes y en incontables ‘cortos’ filmados en el naciente Hollywood, actuando siempre en papeles rudos e ingratos.

Un día, cansado de todo aquello, tomó sus ahorros y se embarcó hacia Venezuela, pero durante su escala en Limón decidió visitar San José. Como le gustaron tanto la ciudad como su gente, aquí se quedó, y pronto estaba trayendo y alquilando viejos filmes de western, de los que desechaban en la Meca del Cine.

Luego, la representación de varias casas norteamericanas productoras de películas y la posibilidad de traer espectáculos en vivo a la ciudad, lo llevaron a alquilar el teatro Moderno; algo que haría también con el nuevo teatro. De modo que se equivocaba el gacetillero al reportarlo en su nota como propietario, cuando no iba a ser sino su arrendatario.

Se equivocaba, además, en la ubicación del predio, que era medianero y se ubicaba más bien en la calle 10, entre avenidas 1 y 3. Su dueña era la conocida empresaria Adela Gargollo Freer (1866-1947), viuda del ingeniero-arquitecto y general de división Lesmes Jiménez Bonnefil (1860-1907). Mujer de extraordinario empuje, para entonces había convertido una pequeña fábrica de baldosas hidráulicas y tubos de concreto, creada por su marido en 1907, en la primera empresa constructora del país.

No obstante, la idea de aquella expansión de sus intereses comerciales no había sido de la emprendedora dama, sino de su hijo Guillermo Jiménez Gargollo quién, tomando en cuenta la densidad de población del distrito Merced, al noroeste de la ciudad, y lo distante que le quedaban a aquellas gentes los centros de espectáculos, propuso la iniciativa.

Mas, considerando la matrona que los cuatro grandes teatros dichos eran más que suficientes para satisfacer las necesidades sociales de la ciudad –que apenas llegaba a los 40.000 habitantes–, objetó de entrada el proyecto. No le vio perspectivas al negocio, hasta que Girton se presentó con una oferta de arriendo por adelantado: 1500 colones al mes por cinco años.

Un teatro por otro

El 6 de diciembre de 1923, el Diario del Comercio anunciaba la desaparición del céntrico y exitoso Teatro Trébol –ubicado en avenida Central, entre calles 4 y 6–, ausencia que a juicio del autor de la nota, sería “bastante sentida por las personas que gustan de las películas americanas, que ahí se proyectaban a precios populares” (Desapareció el Teatro Trébol).

Casi un mes después, empero, en lo que retrospectivamente podemos interpretar como una especie de compensación urbana, el nuevo teatro –que llevaría en adelante el nombre de su propietaria– abriría sus puertas. Así, el 3 de enero de 1924, se inauguró el Teatro Adela y, según el periodista Fernando Borges:

“Profusamente iluminada su fachada, el coliseo ofreció esa noche un aspecto de gran fiesta. Los 520 asientos de platea y 140 de palcos, apenas alcanzaban a cubrir la demanda de entradas de la décima parte de las personas que las solicitaban pagándolas con premio. Ocupando el palco de honor, con sus hijos y algunas amistades, doña Adela honró el acto de inauguración de su teatro” (Teatros de Costa Rica).

Pese a que la apertura del teatro se había anunciado “con una compañía de primera clase de operetas, dramas y zarzuelas”, en realidad estuvo a cargo del cómico Mirko con sus imitaciones femeninas, además de su encarnación del mago y ocultista –reputado de “indú”– Dr. Richiardi; espectáculo doble que había hecho la temporada de diciembre en el Variedades, por lo que no resultaba una novedad.

Eso sí, el acto, amenizado por la orquesta Nieto “con un selecto programa”, culminó con la proyección de “El Hombre Mosca” (Safety Last!, 1923) protagonizada por Harold Lloyd, “el mejor artista, el Príncipe de la Risa”. No obstante, gracias a la gestión de Girton, en adelante no faltaron en el Adela buenos espectáculos.

Por eso, fueron varias las compañías españolas de zarzuela y opereta que allí se presentaron, alternando con un sinnúmero de solistas de diversas artes y géneros, además de los aquí populares encuentros de boxeo, claro está.

De teatro a cine. No obstante, la aparición del cine en San José desde finales del siglo XIX, había venido minando poco a poco el potencial de las artes escénicas, fueran estas nacionales o extranjeras; algo de lo que no escapó el Adela que, como vimos, programaba películas desde su inicio.

No en vano, la demanda de la diaria tanda de las 7 p. m. llegó a ser tal que, en 1927, tuvo Girton que ampliar el aforo, construyendo una segunda fila de palcos en alto y añadiendo una sección posterior de galería. A aquella función, por cierto, era muy aficionada doña Adela; pues, como recordaba su nieto, el pintor Guillermo Jiménez Sáenz:

“Iba todas las noches. Sus artistas preferidos eran Pola Negri, Gloria Swanson, Mary Pickford, los Barrymore. Se divertía con Harold Lloyd, pero Chaplin no le hacía gracia; tampoco el Gordo ni el Flaco. Disfrutaba con Charles Boyer, Marlene Dietrich. Vibraba con Greta Garbo, Maurice Chevalier, Loretta Young, Douglas Fairbanks, John Gilbert. Creo que se enamoró de Ramón Novarro en Ben Hur y de Ronald Coleman en El prisionero de Zenda.

“Otra de sus películas predilectas fue María Antonieta con Norma Shearer y Tyrone Powell. (…) Pero el filme que más vio en su vida, fue Allá en el Rancho Grande, pues los Soler y Sara García, a quienes conoció en México, eran sus amigos” (Doña Adela). Mexicano, también, fue el empresario teatral Ignacio R. Suarez, a quien pasó el teatro en arriendo en 1928, vencido el contrato original.

El nuevo administrador lo remozó al dotarlo de los últimos adelantos técnicos, pero respetando tanto el diseño interior como exterior, propio de la arquitectura ecléctica de la época y producto de los planos realizados por Guillermo Gargollo Freer, reputado en el medio constructivo de “arquitecto”. Años después, en 1939, el circuito Raventós –que había tomado el lugar del de Girton– adquirió el teatro por 190 mil colones.

En manos de esa empresa, que lo destinó exclusivamente al cine, sobrevivió hasta 1990, cuando el elegante inmueble fue clausurado y sometido a una drástica remodelación que, al convertirlo en el Hotel Bienvenido, lo despojó de todo su indudable valor cultural, histórico y arquitectónico… además de su nombre de matrona.