Luis Carlos Vásquez se confiesa: el teatro es un acto de amor

Hacemos un repaso por la vida y obra del reconocido director teatral, diseñador escénico, escritor, docente y realizador audiovisual colombiano-costarricense

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Con más de 50 años de carrera, describir la trayectoria de Luis Carlos Vásquez rebasaría las páginas de este suplemento. Son muchos los proyectos concretados, las anécdotas sorprendentes y los sueños creativos que todavía aguardan su oportunidad. Por eso, hemos condensado la esencia de este destacado artista en diez entradas que nos permitan atisbar la riqueza de su mundo.

Luis Carlos –amigo de las complicidades creativas– nos ha dado licencia para escribir este artículo en primera persona. De esa forma, podremos imaginar al sempiterno director como si fuera un intérprete que se confiesa ante su público, en un soliloquio íntimo, sobre las tablas de un teatro solitario.

Ascendencia

Nací un 26 de abril de 1951, en la clínica El Prado de Barranquilla. Soy hijo de Angelina Mazzilli, ama de casa de ascendencia italiana y de Luis Carlos Vásquez Duncan, un marinero de origen escocés. Aunque solo viví tres años en esa ciudad, llevo conmigo los ritmos y la energía del Caribe colombiano. De hecho, cuando regreso a Barranquilla me cambia el acento y mi cuerpo sabe que soy de allí. De mi infancia recuerdo, cómo hoy, lo mucho que fui amado y el día que caminé por primera vez. Afuera, llovía un poco y el mar estaba muy revuelto. Adentro, yo avanzaba a toda velocidad sobre un piso interminable de baldosas negras y blancas.

Develaciones

En mi caso, todos los caminos conducían al teatro. A los diez años, caminaba junto a mi madre por una calle de Chapinero, en Bogotá, cuando sentí el llamado de un libro que descansaba en una vitrina. Volteé a mirarlo y, en el acto, me enamoré de él. Ahorré hasta que pude comprarlo y sus páginas me fueron develando las maravillas de la tragedia griega, el Kabuki y el Noh. Por las mismas épocas, pasaba tardes enteras en los continuados del cine Escorial. A primera hora, me alucinaban los vestuarios de Rashomon de Kurosawa; a mitad del programa, Rita Moreno me invitaba a bailar en West Side Story y cerraba la velada al borde del llanto, por culpa de Sarita Montiel en El último cuplé. Como si eso no fuera suficiente, de regreso a casa, convocaba a mis primos y ponía en escena las películas que había visto. Por supuesto, el director era yo.

Estudiante

Siendo estudiante del colegio Lincoln de Bogotá, me hice cargo del Drama Club y viví mis primeras aventuras escénicas en los circuitos aficionados. Poco antes de graduarme, me enrolé en la escuela del Teatro Colón, que estaba viviendo un auge bajo la dirección de Jaime Santos. Cada noche, mi padre me regañaba porque decía que me iba a morir de hambre por culpa del teatro. En el Colón hice migas con Julián Castellanos –el profesor de vestuario– y me atreví a mostrarle mis diseños. Le pedí que me dejara ser su asistente y aceptó. Me puso a trabajar en La muerte de un viajante, dirigida por Jorge Alí Triana. Por la premura, olvidaron mi nombre en el programa de mano. Castellanos habló personalmente con Jorge Alí y le exigió que corrigieran la omisión. Tal era la influencia de mi maestro que, al poco tiempo, salió impreso mi primer crédito profesional.

Extranjero

Llegué a Costa Rica, en 1972, porque mi hermana se había casado con un tico y se trajo a mi familia con ella. Mis padres tenían una cafetería en Pavas. Allí, yo era el mesero que soñaba con una vida más intensa. Ahorré hasta que pude irme a México para trabajar con Carlos Giménez, el fundador de Rajatabla. Sin embargo, Carlos fue deportado por sus posturas estéticas y políticas, de modo que sus colaboradores nos convertimos en personas no gratas. Me cansé de la vida clandestina, así que volví a Costa Rica. Al poco tiempo conocí a Eugenia Chaverri, quien me propuso ir al Festival Internacional de Teatro de Manizales con Función para butacas de Sergio Román. Me apunté a la aventura y, al regresar, le comenté a Sergio mi inquietud de formar un grupo estable. Él me consiguió un espacio de ensayos y un salario de ¢200 al mes en la UCR. Gracias a ese respaldo material y al empuje creativo de varias personas nació Tierranegra. Así empezó mi vida azarosa en Costa Rica y, casi sin darme cuenta, dejé de ser un extranjero.

Método

Trabajo guiado por mi libro de dirección. Allí acumulo ideas propias y ajenas, bocetos, citas, fotografías y muestras de materiales. El libro es también un diario del proceso e insumo para planificar los ensayos. Por eso, se transforma cada día, hasta que comienza a revelar lo que el espectáculo llegará a ser. Si ves uno de mis libros de dirección, te darás cuenta de que las páginas abigarradas del inicio te van conduciendo hasta los diseños definitivos de la plástica escénica. Más que un método, mi libro de dirección es una guía de navegación artística.

Principios

No renuncio a la escogencia de mis actores y actrices. Me encargo de diseñarles entrenamientos que les permitan adquirir la intensidad y la técnica que cada espectáculo requiere. Tampoco renuncio a mi libertad de creación en el diseño de la plástica escénica. En el pasado, esto me hizo chocar con la producción de algunos proyectos. Finalmente, no renuncio a la fantasía, el simbolismo y la imaginación, al margen de que la obra sea realista o basada en hechos históricos. A estas alturas de mi vida, quienes me invitan a trabajar lo hacen porque conocen estos principios inquebrantables.

Público

Tengo la suerte de mantenerme en la actividad teatral gracias a la generosidad del público costarricense. Nunca podré olvidar cuando fuimos con La invasión a Sahara de Batán, en la zona bananera del Atlántico. En una escena representábamos, con nuestros cuerpos, barcos que atravesaban un río. No era una imagen realista y, sin embargo, cuando terminó la obra y dialogamos con las personas del pueblo, todos habían “visto” el río y los barquitos. El público ideal es el que no pierde la capacidad de apuntarse con uno a construir mundos imaginarios.

Recuerdo

En cierta ocasión, salimos de gira con El testamento del perro. El DC-3 que nos llevaba de Caracas a Mérida quedó atrapado en una tormenta sobre los Andes venezolanos. Para estabilizarlo, la tripulación abrió la compuerta y lanzó al vacío la escenografía de la obra. Con la boca abierta, vimos cómo flotaban nuestros baúles alrededor de una enorme tela de color azul. Recuerdo que llorábamos, no sé si por las cosas perdidas o por lo maravilloso de aquel espectáculo irrepetible.

Teatro

Hago parte de la tradición que sostiene que el teatro existe cuando se juntan artistas y espectadores. El teatro comunica, estimula la inteligencia, invita a la risa y discute temas importantes de la vida. Si tuviera que explicar lo que el teatro es, daría el ejemplo de los talleres que ofrezco, cada año, para personas en comunidades. No son intérpretes profesionales ni aspiran a serlo. Sin embargo, cuando llego al salón donde trabajamos, todos aguardan con una sonrisa de felicidad. No puedo definir el teatro de manera sintética, pero sí puedo afirmar que es un acto de amor.

Trivia

¿En cuántos proyectos artísticos ha participado Luis Carlos Vásquez? En más de 150 –nacionales e internacionales– de teatro, ópera, circo, danza y cine.

¿Cuántos Premios Nacionales ha ganado? Tres: Premio a la mejor dirección por El médico a palos (1996); Premio a la mejor dirección por Sueño de una noche de verano (2016). Premio al diseño de vestuario por Helena & Penélope en tiempos de Troya (2020).

¿A qué famoso actor vistió en Quantum of Solace? A Giancarlo Giannini.

¿Cuáles son los proyectos más cercanos a su corazón? La invasión (1973), El tuerto es rey (1975), Trazos del delirio (1992), Cabaret (2019) y Sobre los papeles del infierno y otras historias (2023).

¿Qué título lleva el libro de cuentos que Luis Carlos publicó en 2020? Un viaje con Margareth y otras historias.