Daniel Gallegos (1930-2018): Las semillas prolíficas de un amante de Shakespeare

El dramaturgo, novelista y director teatral le dedicó la vida a la creación y nunca paró. Su obra es valiente, comprometida, provocadora y siempre vigente

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En octubre, Daniel Gallegos estaba hospitalizado, mientras los doctores le realizaban un sinfín de exámenes. Aprovechó un descuido de todos y me llamó para ofrecerme una reseña del libro de Luis Thenon (El sótano, publicada por Uruk Editores): que la tenía lista, que me la iba a mandar Emilia Macaya, una de sus queridas amigas; que por favor la valorara. La banda sonora característica de un hospital me acompañó mientras traté, infructuosamente, de saber cómo estaba, qué tenía, cómo se sentía; quiso tranquilizarme con un monosílabo y siguió hablando del libro, del autor y, por supuesto, del teatro...

Apasionado por las artes y la cultura, discreto y elegante, así era Daniel Gallegos Troyo, dramaturgo, novelista, director teatral y abogado de 87 años que falleció el miércoles 21. Sin duda, uno de los nombres de la letras y de teatro más importantes del país, como lo subrayó el Premio de Cultura Magón 1998 y lo reafirman los especialistas.

Si no estaba dirigiendo una obra de teatro (propia o ajena), estaba domando la palabra en textos dramatúrgicos o de narrativa; si no estaba escribiendo, estaba en una reunión de la Academia Costarricense de la Lengua (a la cual ingresó en 1990) buscando promover a un buen escritor de la lengua de Cervantes o hablando, con conocimiento y convicción, de William Shakespeare y las posibilidades de sus obras y personaje.

En el otoño de su vida, disfrutaba tal trajín, así como recluirse solo o con sus más amados en su finca en San Isidro de Heredia, un mundo hecho a su medida y un remanso en que se le encontraba en cada detalle.

Coherencia y huerto fértil

“En Daniel, su vida y obra estaban perfectamente conjugadas. En su caso, no hay una separación de géneros ni estilos; cuando usted es un ente creador responsable, su obra y su vida muestran una coherencia”, detalla la académica Emilia Macaya, quien se convirtió en amiga cercanísima de Gallegos y Julieta Pinto gracias a la ensayista y cuentista Lilia Ramos.

Este caballero de la cultura costarricense, con maneras que recordaban siempre las de un lord inglés (nunca tuvo el título ni lo necesitó), evidenció tal coherencia durante su evolución: cambiaban las vivencias, las personas y las circunstancias, pero su punto de vista e intereses fueron constantes.

“Continuamente, Daniel leyó su realidad más cercana a la luz de una cosmovisión más amplia, un entorno más grande (América Latina, Estados Unidos, el resto del mundo), y en permanente correspondencia... En esa cosmovisión había autenticidad, una necesidad de pertenencia y un mirar al pasado, para comprometernos en el presente y pensar en el futuro para las nuevas generaciones”, explica Macaya.

Y esto se reflejó sobre el papel y en el escenario. Desde su primera obra de teatro, Los profanos (1959), Daniel Gallegos abre el mazo de cartas y expone con cuales “jugará” durante su trayectoria. Allí está la suma temática de su producción, “el semillero de lo que va puliendo, hilvanando y soltando hilos”, como lo describe Macaya.

Ella reconoce cinco temáticas fundamentales en la obra de Gallegos: la familia (los mandatos inapelables de la tribu), Dios (a veces silencio, a veces soledad y, en ocasiones, esperanza), el poder (sin duda, amante y heredero del mundo shakespeariano), los vaivenes del tiempo (en especial en el fluir de las generaciones) y el compromiso de la creatividad (camino de la liberación del sujeto que crea y de quienes lo consumen).

“En Los profanos están todas estas cosas. De ese huerto maravilloso, Daniel va a sacar árboles, enredaderas, riachuelos...”, agrega la experta.

Con todo esto, Gallegos hace su propio viaje para explorar al ser humano, sus motivaciones y ambiciones.

De dicho huerto creativo del escritor salieron Ese algo de Dávalos, La colina, En el séptimo círculo, Punto de referencia, La casa, El pasado es un extraño país, Los días que fueron, Expediente confidencial y La Marquesa y sus tiempos, entre otros textos.

“Fue un gran dramaturgo y novelista. Cada una de las obras era una sorpresa y una alegría... Me sorprendía cómo podía hacerlas en esa forma y que fueran tan diferentes unas de otras”, cuenta, con orgullo de hermana, la escritora Julieta Pinto, su amiga más cercana.

Además, esta mujer premiada con el Premio Magón 1996 calificó a Gallegos como un valiente por los temas que trabajaba y el abordaje que les daba. No habla el cariño, habla un certero razonamiento.

Los trabajos de este autor se caracterizan por la fuerza, la provocación y el abordaje de temas álgidos, como afirma la profesora e investigadora Margarita Rojas. Por ejemplo La colina trata el tema de la espiritualidad y de Dios críticamente, por lo que fue recibida con polémica por grupos conservadores, pero respaldada con un premio nacional; La casa desnuda la doble realidad de una familia y En el séptimo círculo muestra un violento enfrentamiento generacional.

Trinidad sin sacralizar

A Daniel Gallegos se le conoce como parte de la llamada “Santísima Trinidad” del teatro costarricense, la cual era completada por Alberto Cañas y Samuel Rovinski. Dicha denominación ubica a los tres (ya fallecidos) como representantes de una época de oro de la dramaturgia en Costa Rica entre los años 60 y 80 del siglo XX.

Con sus obras, los tres escritores impulsaron el teatro durante esas décadas. A juicio de la investigadora María Lourdes Cortés, como lo detalla en un artículo aparecido en el 2012 en la revista Káñina, “Gallegos se diferenciaba de sus compañeros ya que sus temas y lenguaje no se apegan al neocostumbrismo todavía en boga, de obras como Uvieta (1980), de Cañas, o Las fisgonas de Paso Ancho (1978), de Rovinski. (...) Asimismo, las intenciones de su teatro eran más de carácter filosófico”.

A Gallegos le gustaba saberse un referente, mas no apoyaba “la santificación”. “Daniel podía perder la paciencia con lo de la trinidad del teatro costarricense. Para él, ponerlos como vacas sagradas podía coartar la libertad de creatividad de las nuevas generaciones, que tanto le importaban. Siempre decía que los jóvenes no debían sentir que eran intocables. Tenía claro que el legado de su obra debía ser luz que ilumina, no celda que encasilla”, recordó Macaya.

Lo cierto es que el autor de El pasado es un extraño país fue parte de una generación de escritores muy prolíficos y que dejaron una gran huella en nuestra cultura, en la que, además de los mencionados, hay que agregar a Carmen Naranjo.

Para Margarita Rojas, en dramaturgia, Gallegos fue el más provocador en el tratamiento de temas más complejos de esa generación.

Además, este escritor era un hombre culto y sensible que defendía sus puntos de vista con gran pasión, como rememora el actor y director Óscar Castillo.

Aunque su vida se extinguió , las semillas seguirán dando frutos. Una luz así no se apaga con facilidad.