‘Cuentos viejos’, de María Leal de Noguera: un libro centenario y universal

Se definía como una ‘humildísima autora, maestra de aldea, que no sabe de letras’. A pesar de este gesto de encomiable modestia, debe señalarse que ‘Cuentos viejos’ es una cantera de diálogos con textos emanados de obras como La Biblia y ‘Las mil y una noches’, así como mitos grecorromanos y cuentos de tierras lejanas

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Hoy, 2 de abril, se conmemora el Día Internacional del Libro Infantil y Juvenil. Lo celebramos con la evocación de un clásico de la literatura costarricense, cuya primera edición fue publicada hace cien años. Se trata de Cuentos viejos, de María Leal de Noguera, obra en la que se recogen relatos populares de la tradición universal y que representan una manifestación señera de la escritura realizada en la provincia de origen de la escritora: Guanacaste.

Cuentos viejos, junto a Los cuentos de mi tía Panchita de Carmen Lyra (1920), constituyen dos obras fundadoras de la literatura infantil costarricense, que son colecciones de cuentos de la tradición oral, escritas por mujeres, maestras formadas en el Colegio Superior de Señoritas, que tuvieron como profesor, y también editor de sus obras, a Joaquín García Monge.

Es conveniente, entonces, preguntarse quién fue y qué hizo María Leal de Noguera.

Maestra de las letras y el soñar

Nació en Lagunilla de Santa Cruz, Guanacaste, el 16 de junio de 1892. Debe comprenderse que, a finales del siglo XIX, eran limitadas las posibilidades de desarrollo de una persona de cuna humilde, proveniente de un territorio rural alejado de las ciudades del centro del país; esto se acentuaba si esa persona era mujer, debido a las convicciones patriarcales de su tiempo. Sin embargo, la niña ya sabía leer y escribir antes de ingresar a la escuela primaria y fue distinguida, por su empeño en el estudio, por las autoridades escolares.

Recibió en 1907 una beca para ingresar a la Escuela Anexa del Colegio Superior de Señoritas, pues fue considerada la mejor alumna de su provincia. En esa institución recibió lecciones y tuvo contacto con intelectuales como la directora Marian Le Cappellain, nacida en Europa, quien incorporó novedosas tendencias educativas con el fin de cerrar la brecha entre la educación femenina y masculina. También conoció tendencias clásicas y contemporáneas de la literatura y la pedagogía con maestros como Joaquín García Monge, Carlos Gagini o Roberto Brenes Mesén, con quienes pudo haber leído obras clásicas de la literatura universal y cuentos populares.

Supo así del valor de la recopilación folclórica, que había tenido un especial auge, durante el siglo XIX, a la luz de los principios de la escuela romántica que caracterizó el pensamiento europeo y americano.

Doña María Leal se formó como maestra en una coyuntura en la que no había universidad en nuestro país, ni se había decretado la apertura de la Escuela Normal de Costa Rica, que luego estaría situada en Heredia. Durante ese período, centros educativos como el Colegio Superior de Señoritas y el Liceo de Costa Rica se convirtieron en sostenes de la formación magisterial del país.

Después de graduarse como maestra, María Leal Rodríguez, su nombre original, regresó a su natal Guanacaste y allí realizó su obra literaria y educativa. Su constante vocación creadora y su espíritu de trabajo le permitieron introducir nuevas corrientes pedagógicas en su provincia pues se guarda referencia de que defendió la educación preescolar como lo hizo Carmen Lyra en San José y Emma Gamboa en Heredia. Asimismo, también se sabe que abogó por la alfabetización y la educación de personas adultas.

Aparte de Cuentos viejos, María Leal Rodríguez elaboró obras como De la vida en la costa (1959) y Estampas del camino (1974), textos que se deben reeditar como parte de la tradición literaria y cultural de esa provincia de llanuras, montañas y litorales. También elaboró publicaciones como El origen de Santa Cruz de Guanacaste (1958) y Atardecer agreste (1974)

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Aparte de Cuentos viejos, elaboró obras como De la vida en la costa (1959) y Estampas del camino (1974), textos que se deben reeditar como parte de la tradición literaria y cultural de esa provincia de llanuras, montañas y litorales. También elaboró publicaciones como El origen de Santa Cruz de Guanacaste (1958) y Atardecer agreste (1974), en los cuales se evidenció su afán por hacer trascender su provincia, divulgar su riqueza cultural, en una república que, décadas después, sería declarada constitucionalmente como pluricultural y plurilingüe.

Se dedicó al magisterio por más de 50 años, durante ese tiempo laboró como maestra en la Escuela de Lagunilla y docente y directora de la Escuela de Niñas de Santa Cruz. Se jubiló en 1941 y regresó a sus funciones en 1947, como directora de la Escuela de Santa Cruz. Fue tan destacada su labor que esa institución educativa lleva su nombre.

Fue declarada “Mujer del Año” en 1956. Falleció en 1989, con 97 años, en su hogar ubicado en Lagunilla de Santa Cruz, sitio en el que solía recibir estudiantes y en el que revivía el legado innegable de narrar cuentos y recitar poemas.

Se inauguró un mural y una estatua para recordar su legado en el parque de su cantón. Fue declarada Benemérita de la Patria, por la Asamblea Legislativa, en abril del 2022.

El folclor, interés de la escritora y el editor

Escribía Joaquín García Monge, en el prólogo de la segunda edición de Cuentos viejos en 1938, que había conocido a María Leal de Noguera cuando fue una de las tantas niñas que aspiraba a formarse como maestra. Entre los múltiples consejos que daba a sus alumnas estaba el de escribir y recopilar la grandeza inacabable del folclor costarricense. Y como él lo señalaba, no todas las estudiantes hacían caso.

García Monge manifestó su interés por las tradiciones folclóricas en otros documentos. Por ejemplo, en referencia a la Cátedra de Literatura Infantil que él mismo creó, en 1915, en la Escuela Normal de Costa Rica, expresaba: “No hay literatura mejor para aficionar a leer a los niños –por su magia, por su lenguaje, por sus asuntos, por las vivencias que contiene– como la literatura folklórica como expresión directa del pueblo…”. Y por ello también editó y divulgó las creaciones que al respecto hicieron sus alumnas –o exalumnas convertidas en amigas fraternas– ya fuera como publicaciones en las revistas que tuvo a su cargo o como libros que ofrecía, con su sello editorial. Bien se sabe que las ediciones de García Monge no solo circularon en el territorio costarricense, pues también llegaron a manos de educadores e intelectuales de América y España.

Ha de ser, por ese motivo que hallamos las primeras manifestaciones del libro de Leal de Noguera en un fascículo interno publicado en Repertorio Americano en 1920 con el título «Circular Nº 2».

Estas circulares eran especies de libros, publicados en entregas, que se desprendían de la revista original y que, por lo tanto, podían leerse de manera independiente y que constituían un valor agregado para los lectores de Repertorio.

La «Circular» estuvo compuesta por tres partes. La primera de ellas, aparecida el 1.º de agosto de 1920, fue presentada con la inscripción: “Del folklore costarricense, Cuentos viejos, para Eugenio, recogidos por María L. de Noguera, maestra de la Escuela de Lagunilla, del cantón de Santa Cruz, Guanacaste”. En esa ocasión dio a conocer el inicio del cuento Don Juan del Bijagual.

Apareció la segunda entrega de la «Circular» el 1.º de octubre de 1920 y presentó la conclusión del cuento anterior y el inicio de Aventuras de un príncipe. La tercera y última de las entregas, dada a conocer el 15 de noviembre del mismo año, contenía el final del cuento ya mencionado y presentaba Los dos compadres, Otras aventuras de tío Conejo y La viejita del sandillal.

De manera temprana, la escritora dedicó este libro a Eugenio, hijo de García Monge y su esposa Celia Carrillo. En documentos posteriores, la maestra reiteró su dedicatoria a este niño.

Cabe rescatar que en 1920 ya se registraba el título Cuentos viejos, hecho que aparte de expresar que se hacía una recopilación de textos antiguos, también se evocaba el reconocido libro Historias o cuentos de tiempos pasados, publicado por el francés Charles Perrault en 1697. En esta obra se incorporaron algunas de las versiones más conocidas de títulos como La Bella Durmiente del Bosque, Caperucita Roja o Cenicienta o el zapatito de cristal.

En la revista infantil San Selerín, dirigida por Carmen Lyra, Lilia González y Joaquín García Monge, se publicó el 1.º de mayo de 1923 el cuento Tío Conejo y tía Boa, de Leal de Noguera, sin firma. Esa práctica era usual en ese tiempo, pues estos trabajos de recopilación eran considerados «arreglos de maestras», que consistían en adaptaciones de otros textos –generalmente de origen folclórico o de obras clásicas, provenientes del extranjero–, que se ajustaban a las necesidades del público infantil costarricense. A pesar de su ostensible valor literario, los «arreglos» podían ser vistos como prácticas del trabajo cotidiano de las educadoras y, por lo tanto, solían ser publicados de manera anónima.

El 12 de marzo de 1923 apareció un anuncio en Repertorio Americano en el que se expresaba: “Busque el próximo «Convivio de los Niños»: Cuentos viejos, por María Noguera. Es el libro de lectura para sus hijos o alumnos. Precio del ejemplar ¢1,50″.

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Un libro escrito en diferentes etapas

El 12 de marzo de 1923 apareció un anuncio en Repertorio Americano en el que se expresaba: “Busque el próximo «Convivio de los Niños»: Cuentos viejos, por María Noguera. Es el libro de lectura para sus hijos o alumnos. Precio del ejemplar ¢1,50″.

En el número del 2 de abril de 1923 se dio a conocer otra nota en la que especificaba que eran cuentos recogidos en Santa Cruz de Guanacaste y que el precio podía oscilar entre ¢1,25 o ¢1,50.

Según relata García Monge, en el preámbulo de 1938, en esta primera edición se reunieron 14 cuentos en un tomo de 128 páginas. Es probable que dicha obra no tuviera ilustraciones. Lamentablemente no se guarda ningún ejemplar de ese libro en el acervo de la Benemérita Biblioteca Nacional; tampoco ha sido posible hallar un ejemplar de la primera edición de Los cuentos de mi tía Panchita en las bibliotecas públicas de nuestro país. ¡Y no se pierde la esperanza de que alguien guarde esos tomos en su biblioteca privada!

En cartas fechadas en 1928 y 1936, Leal de Noguera expresaba a su editor la necesidad de ofrecer al público una edición aumentada de su obra y que había maestros interesados en buscar los fondos para financiar el nuevo libro. Por esa razón, se dio a conocer una segunda edición, en 1938, con el sello de «Ediciones del Repertorio Americano» y el escudo del girasol con la inscripción Lucem Aspicio, que perteneció a la desaparecida Universidad de Santo Tomás y posteriormente fue adoptada por la Universidad de Costa Rica.

En este tomo, la autora reunió 21 cuentos; en otras palabras, agregó siete títulos más. Esta edición tiene el mérito de ser ilustrada con maderas de Francisco Amighetti. En ese entonces, el artista plástico era un joven que tenía alrededor de 30 años, y había participado en las exposiciones organizadas por el Diario de Costa Rica en el Teatro Nacional. Por medio de la técnica del grabado logró ofrecer una atmósfera de misterio y cierto sentido de ingenuidad a una obra dedicada al público infantil.

En 1953 apareció una tercera edición, que contuvo 24 cuentos (tres más), publicada con el sello de la Imprenta Lehmann. Debe señalarse que, aparte de presentar otro orden en la tabla de contenidos, ostentó nuevas obras de Amighetti. El ilustrador reelaboró su obra con otros grabados: en algunos de ellos conservó elementos del diseño original como en Lo que soñó Juan Tuntún o El príncipe tonto; en otros cuentos, optó por crear otras propuestas, con más detalles y complejidad que las anteriores.

En el 2004, esta editorial estatal dio a conocer una nueva edición –la que circula en la actualidad– con ilustraciones del reconocido artista gráfico Félix Arburola, también de origen guanacasteco.

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La Editorial Costa Rica publicó, en 1976, la cuarta edición, en la que se presentó el índice con el orden definitivo que hoy guarda. En esta ocasión fue ilustrada por el dibujante Osvaldo Salas con imágenes en las que parece recurrir a la técnica mixta de la tinta y la acuarela.

En el 2004, esta editorial estatal dio a conocer una nueva edición –la que circula en la actualidad– con ilustraciones del reconocido artista gráfico Félix Arburola, también de origen guanacasteco. Como era usual en los últimos libros que iluminó, recurrió al dibujo coloreado con el apoyo de programas informáticos.

De esta manera se puede vislumbrar que, durante un siglo, Cuentos viejos se ha mantenido en los anaqueles de las librerías y las bibliotecas costarricenses, como un libro amado por los niños, que también despierta la imaginación, la risa y el asombro en el público adulto.

Continuo diálogo con mitos y cuentos universales

María Leal de Noguera, en una carta dirigida a su editor en 1936, se definía a sí misma, como una “humildísima autora, maestra de aldea, que no sabe de letras”. A pesar de este gesto de encomiable modestia, debe señalarse que Cuentos viejos es una cantera de diálogos con textos emanados de obras como La Biblia y Las mil y una noches, así como mitos grecorromanos y cuentos populares venidos de tierras lejanas.

Cada uno de los 24 cuentos merece un estudio específico, por lo que se mostrarán acá algunos ejemplos. Tal es el caso del texto Los niños sin mamá, en la que la pequeña protagonista es asesinada cruelmente por su madrastra, tal como ocurre en el cuento alemán El enebro, de Phillip Otto Runge, que también aparece en muchas compilaciones de los hermanos Grimm. La perpetradora del crimen entierra a la difunta, pero, accidentalmente, deja sus trenzas fuera de la tierra, y el cabello continúa creciendo tal como ocurre en el mito que da pie a la novela Del amor y otros demonios, de Gabriel García Márquez. El autor colombiano señala el hallazgo de la tumba que pudo pertenecer a una marquesita de 12 años, cuyo cabello continuaba creciendo a pesar de que llevaba unos 200 años muerta.

O bien, al referirse a La mano peluda, también evocaba la relación amorosa entre la doncella y el monstruo, tal como aparece en el mito griego de Eros y Psique o en el reconocido cuento de hadas de La Bella y la Bestia.

En el mural que se encuentra en el parque de Santa Cruz, se representa a la escritora con un rosario entre las manos. Tal alusión a la religiosidad no resulta vana, pues en Cuentos viejos son múltiples las referencias bíblicas.

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En el mural que se encuentra en el parque de Santa Cruz, se representa a la escritora con un rosario entre las manos. Tal alusión a la religiosidad no resulta vana, pues en Cuentos viejos son múltiples las referencias bíblicas. La forma en que el personaje del cuento Aventuras de un príncipe, que se niega a seguir la aspiración de sus padres de convertirse en sacerdote, y vence en fiero combate a un gigante, hace pensar en el enfrentamiento entre David y Goliat, tal como es descrito en el primer libro antiguo testamentario de Samuel.

A pesar de que en la obra aparecen numerosos ejemplos de costarriqueñismos, y específicamente de guanacastequismos-, sería inadecuado considerarla como una colección de cuentos regionales. Se evidencia que la autora gozó de un amplio bagaje cultural y que deseó plasmarlo, con el lenguaje del campesinado, para que los niños se solazaran, gozaran y dejaran inundar por el misterio que emana de algunos de esos relatos.

Ella sostuvo que esos cuentos no eran suyos pues los había escuchado de otras personas o encontrado en otros libros. Como un acto de honestidad ella admitía: “los he redactado procurando seguir el orden primitivo de los argumentos con un lenguaje compresivo para los niños. Es lo único que me pertenece”.

La autora brasileña Ana María Machado sostenía que mientras más regional es un texto más universal se vuelve. Lo mismo puede decirse de Cuentos viejos, y debe de ser por ello que María Leal de Noguera expresaba en 1945, mientras narraba un cuento a un grupo de infantes en Playa Grande de Guanacaste, que al mirarlos pensaba inexorablemente en todos los niños de América.

El autor es profesor de literatura infantil en la UCR y la UNA. Es miembro de la Academia Costarricense de la Lengua.