Crítica de teatro: ‘El crimen nuestro’ retrata la violencia contra las mujeres

El montaje se basa en la coreografía ‘El crimen nuestro de cada día’ de Gustavo Hernández.

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El 23 de febrero del 2020 se presentaba, en el Teatro de La Aduana, la última función de Única mirando al mar. El desembarco de la Covid-19 en suelo costarricense forzó el cierre de la emblemática sala. Casi dieciocho meses transcurrieron hasta que el pasado 6 de agosto el público volvió a ocupar sus asientos para el estreno de El crimen nuestro, una coproducción de la Compañía Nacional de Teatro y el Teatro Universitario (UCR).

El espectáculo presenta dos familias regentadas por madres solteras. Graciela “orienta” a sus tres hijas con criterios religiosos para que se sometan a la voluntad de Dios y a la de los hombres. En el otro extremo, Violeta se ha encargado de ignorar cualquier límite moral de manera que sus tres hijos varones hacen lo que se les antoje. El noviazgo y posterior boda entre Daniel y Maricruz confirmará, con un acto criminal, la nefasta educación que han recibido estos jóvenes.

Las familias, en apariencia distintas, son tan parecidas como una figura y su doble reflejado en un espejo de feria. Ambos grupos comparten una visión de mundo en la que los hombres mandan y las mujeres obedecen. En este universo escénico, la institución familiar –perversabase de la sociedad– es un mal inevitable que produce seres distorsionados a punta de falacias sobre las obligaciones y prerrogativas de los géneros.

La idea del espejo se aprecia en la idéntica conformación de las dos familias como matriarcados disfuncionales o en la ausencia de figuras paternas. También se hace evidente en la disposición simétrica del mobiliario y en las acciones simultáneas de las y los personajes. Un ejemplo notable tiene lugar cuando las familias se sientan a comer. Los rituales alimentarios, en paralelo, son distintos por su forma, pero idénticos en su violento fondo.

El crimen nuestro alcanza su punto más alto en la solidez de sus interpretaciones y el diseño de la plástica escénica. Cada palabra, mueble u objeto está recubierto por una pátina de decadencia.

El vestuario exuda tristeza y los maquillajes exteriorizan un mundo interior cargado de ira y desencanto. La luz y la banda sonora terminan de redondear las atmósferas –ominosas y festivas– que ubican al público en el clima emocional de la historia.

A pesar de la innegable actualidad de los temas tratados en la obra, no puede afirmarse lo mismo de su enfoque. Insistir en un vínculo determinista entre socialización primaria y violencia de género equivale a reducir un fenómeno complejo a una de sus muchas variables. El entramado que perpetúa la opresión contra las mujeres habita la cultura, la división sexual del trabajo, la institucionalidad, los discursos del entretenimiento, la educación formal y así ad infinitum.

El problema de este ejercicio reduccionista es que se les asigna a Graciela y Violeta la misión de perpetuar los “saberes” que fundamentan la violencia de género. Por lo tanto, a sus esposos ausentes se les aminora la responsabilidad. Esto es un contrasentido pues reafirma el cliché misógino de que las mujeres son las principales abanderadas del machismo durante la fase primaria de socialización familiar.

Por último, luego de perpetrar una agresión extrema contra su esposa, Daniel se exculpa con un monólogo cuyo sustento argumental es cuestionable. En términos escénicos e ideológicos, la obra utiliza a este personaje para “direccionar”, hacia el público, el espejo en el que se reflejaban las dos familias. Daniel nos confronta, nos obliga a mirarnos en él y diluye su responsabilidad al afirmar que todos somos, por igual, cómplices de su delito.

A estas alturas de la Historia, no podemos incluir en el “todos” de Daniel a las feministas que arriesgan su integridad en manifestaciones callejeras o a las personas que promueven relaciones equitativas entre los géneros. Inclusive, en ese “todos” no caben las mujeres sobrevivientes de violencia ni quienes constituyen sus redes de apoyo. Los que ejecutan El crimen nuestro no son las Gracielas ni las Violetas. Habría que apuntar en otras direcciones si no se desea perpetuar eso que se pretende combatir.

Dirección: Kyle Boza, Iván Álvarez

Dramaturgia: Kyle Boza basado en el proyecto El crimen nuestro de cada día de Gustavo Hernández para Danza Universitaria

Actuación: Erika Rojas (Violeta), Cristian Esquivel (Juan Manuel), Ether Porras (Daniel), Fernando Guzmán (Raúl), Katherine Peytrequín (Graciela), Viviana Bonilla (Andrea), Mercedes Gazel (Maricruz), Dayana Garita (Elena)

Composición musical: Enoc Díaz, Víctor Cruz

Diseño de luces: Iván Álvarez

Fotografía y diseño gráfico: Alejandra Méndez

Concepción original de estética y asesoría: Gustavo Hernández

Coordinación de estética para versión teatral: Cristian Esquivel

Producción: Mari Murakami

Coproducción: Compañía Nacional de Teatro y Teatro Universitario de la UCR

Espacio: Teatro de La Aduana

Función: 6 de agosto del 2021

Entrevista con el dramaturgo y codirector Kyle Boza Gómez

Kyle Boza es bachiller en Artes Dramáticas por la Universidad de Costa Rica. Ha trabajado como técnico, titiritero, actor, dramaturgo y director.

Fue reconocido con el Premio Nacional de Literatura Aquileo J. Echeverría en la categoría de dramaturgia (2020) por la obra Nuestros muertos, la cual también fue ganadora del III Concurso Nacional de Dramaturgia Inédita (2019) del Teatro Popular Melico Salazar y el sello editorial Tinta En Serie. En 2018, fue ganador del Concurso de Puesta en Escena de la Compañía Nacional de Teatro con la obra de su autoría Silencio de Trenes. Finalmente resultó ganador del XIII y el XIV Concurso Nacional de Dramaturgia Inédita del Teatro Nacional con los textos Del polvo soy (2017) y Amantes (2018) respectivamente. Cuenta con más de veinte obras como director, quince como actor y más de veinte como dramaturgo, seis de ellas publicadas.

Tobías Ovares (TO): El crimen nuestro se basa en la coreografía El crimen nuestro de cada día (2003) de Gustavo Hernández. ¿Cómo fue el proceso de trasladar ese material a un texto dramático? ¿Qué se quedó en el camino y qué permaneció en tu propuesta dramatúrgica?

Kyle Boza Gómez (KBG): Para empezar, separamos de la coreografía las ideas, situaciones, relaciones y momentos que le sirvieron de mapa y estructura al proceso de escritura dramatúrgica. Luego pasamos a ensayos con personas intérpretes para ir probando y ajustando situaciones. Luego vino la escritura completa de la pieza donde se modificaron algunos personajes, escenas y diálogos. De la coreografía original permanecen el ritmo, el tono, las repeticiones y la forma de hablar de cada familia que ahora se escucha en los textos.

TO: En el caso de El crimen nuestro codirigís la obra con Iván Álvarez ¿Por qué tomaron la decisión de una dirección compartida y cómo llevaron el proceso en conjunto?

KBG: El proceso de escritura inició en el curso de dirección de la carrera de Artes Dramáticas que cursaba Iván. Él montó media hora de la obra y a mí me correspondió la otra mitad. Sin embargo, durante los ensayos se fue borrando esa línea autoimpuesta. Iván posee una formación en danza que le permite una cercanía con ese lenguaje.

TO: ¿Cuál es el potencial de los espectáculos teatrales para incidir en la percepción que el público tenga sobre temas de actualidad política, social o cultural?

KBG: Para mí, el teatro no va a cambiar el mundo, pero puede incidir en la conducta de ciertas personas y, a partir de ahí, transformar al resto de la sociedad. Incluso puede ser que el cambio acontezca en quien interpreta o en el equipo de trabajo. Con El crimen nuestro pretendemos mostrar lo que sabemos que sucede en materia de violencia contra las mujeres y que aun así no accionamos para frenarlo. Tal vez, al presentarlo en un escenario, logremos que alguien se detenga a pensar en lo que esos comportamientos pueden producir, de modo que detengamos los ciclos de violencia en los que vivimos.