'Cartas de amor en papel azul': el teatro como resguardo de la vida

El Grupo Crono pone en escena del Teatro Nacional una obra de Arnold Wesker sobre los cálidos días finales de un hombre.

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“Si alguien dice algo que crees que es tonto, no te quedas sentado”, dijo una vez Arnold Wesker, el autor de Cartas de amor en papel azul. “Dices algo”. Y Wesker, un autor rebelde, asociado con los angry young men de las letras británicas, dijo suficiente: criticó el sistema de clases, el capitalismo, la injusticia, el antisemitismo... No se quedó sentado.

En Cartas de amor en papel azul, justamente, el protagonista es un hombre que rechazó toda su vida la comodidad de no decir nada. Aguerrido y honesto líder sindical, Víctor llega al final de su vida y lo sabe: lo lamenta porque, como dice, “y todo esto, ¿qué?”. ¿Será fácil dejar atrás los colores y las formas?

La obra no es una mirada sombría a la muerte. Esta semana, en el Teatro Nacional, el Grupo Crono sube a escena a un hombre apasionado por la existencia, enamorado de quienes lo rodean y de todo lo que vivió. Lo acompañamos porque ha invitado a su mejor amigo en sus últimos días: tiene leucemia y no hay marcha atrás.

Dirigidos por Mariano González –quien también hizo la escenografía–, Óscar Castillo da vida a Víctor, el hombre mayor a las puertas de la muerte, y Rodrigo Durán Bunster, a Mauricio, su amigo fiel.

Silenciosa y discreta, Sonia (Ivonne Brenes) también acompaña a su marido, mientras poco a poco se percata de la gravedad de su mal. A modo de confesión o de abrazo, le envía cartas en papel azul que, entre recuerdos, describen un amor constante y una vida compartida.

“Lo que tratamos de mostrar es un individuo aferrado a la vida, pasando por esas etapas de rechazo, de rabia, de tratar de encontrarle un sentido, de imaginarse cómo podrá ser, y finalmente de aceptación, que es lo que les pasa a los enfermos terminales, y nosotros nos pasa sin darnos cuenta”, dice Castillo. “El ser humano no está hecho para vivir con la certeza de su muerte. Nosotros vivimos con la herencia de ese paso final”.

La muerte del hombre

Un par de días antes del estreno, en un ensayo, Elsa Atencio –quien tradujo las obras– acompañaba con la vista cada línea de los actores, que han ensayado desde octubre. El Víctor de Castillo temblaba como enfermo y sonreía tan vital como siempre; Mauricio, por su parte, lo acompañaba con gestos cálidos.

Capturaba la atención en cada escena, empero, el incesante trabajo doméstico de Sonia, a la que Brenes le imprime el ritmo y la firmeza de quien ha habitado una casa por décadas.

“No siente que ha sido simplemente relegada al trabajo doméstico, sino que por medio de él, de la relación con su marido y el trabajo de él, ha ido creciendo como ser humano, como mujer”, dice Brenes. Ella habla poco, pero en las cartas se desborda; no es frialdad con su marido lo que la calla, sino, quizá cierta timidez (en un momento dice: “Pero ahora tengo que hablar después de tanto silencio”).

La obra, en cierto modo, nos muestra a personajes batallando con el lenguaje para encontrar palabras con las que puedan articular sus impresiones ante la muerte. Pero, ¿se puede hablar de ella? ¿Se puede decir algo ante el fin absoluto? “Celebramos el nacimiento, pero nos parece una barbaridad que la vida se acabe, no estamos cultivados para ello”, dice Castillo.

Algo más imprime peso a las palabras: al fin y al cabo, los actores son hombres maduros, activos y vitalísimos como siempre, pero mayores al fin y al cabo. “Uno que está ya arriba de los 70 se identifica mucho con lo que el autor pone ahí. Es enriquecedor desde ese punto de vista, porque le permite reflexionar sobre las experiencias vitales y darle valor a lo que queda de vida”, confiesa Durán.

Para otro de los artistas hubo un hecho real que lo acercó más al trabajo. Originalmente, Luis Fernando Gómez (cofundador de Crono con Castillo y Durán) iba a dirigir. “El 11 de diciembre me operaron. No solo biológicamente, sino también existencialmente viví un poco la experiencia de Víctor”, dice Gómez. “Yo creo que no solo a mí, a toda una generación esta obra lo toca de una manera muy particular, sobre todo para las personas que ya tenemos ciertos años”.

Pero como en él, en Víctor hay optimismo y fuerza, aunque una conversación con un heredero sindicalista confirma sus temores ante el fin.

“La obra plantea el ocaso de la vida de un luchador, de una persona que siempre se interesó por el prójimo, por hacer el bien, por echar adelante las causas sociales, y ahora se da cuenta de que todo se acaba, pero lo enfrenta de una manera muy vital”, considera Gómez.

En esa celebración de la vida que termina haciendo, escribe sobre arte –siempre aspiración a la trascendencia–, conversa con Mauricio, rememora. Para Brenes, es una obra que habla “del amor, de la comprensión, de la solidaridad”, y los artistas coinciden todos en la urgencia de recalcar estos valores en el contexto costarricense actual.

Al final, en el centro del montaje de Cartas de amor en papel azul destaca el enfoque de Crono: el actor. “Nuestro mayor afán es tener al actor como centro del espectáculo y dentro del actor, en su doble condición de instrumento e instrumentistas, tocar todas las notas posibles. Tocamos teatro del absurdo (Esperando a Godot, 2015) y ahora vamos a una cosa realista, cotidiana, que toca problemas humanos bien sensibles”, explica Durán.

Con ellos en escena, participamos de esa conversación. Sonia envía cartas a su esposo para ayudarlo a morir bien, y a nosotros, para vivir mejor.

'Cartas de amor en papel azul' se presenta una semana más, en funciones jueves a sábado, a las 8 p. m.; domingos, a las 5 p. m., en el Teatro Nacional. La entrada general vale ¢12.000 y ¢10.000 para estudiantes y adultos mayores con carné. Este descuento solo aplica en la boletería del teatro.