Carla Pravisani, escritora: ‘Soy una defensora de las malas palabras… Me parece que no hay malas palabras’

La argentina, radicada en Costa Rica, cuenta la historia de un par de asesores en la campaña electoral nicaragüense del 2006 en su primera novela, titulada ‘Mierda’. Conversamos con la autora acerca del libro, la crisis nicaragüense, las “malas palabras”, la poesía y el cuento, así como sus lecturas

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En el Diccionario de la Lengua Española, la palabra “mierda” tiene seis significados. La escritora Carla Pravisani, argentina radicada en Costa Rica, utiliza cinco de ellos en su primera novela, que lleva por título tan particular vocablo y cuenta la historia de un par de asesores políticos en la campaña electoral del 2006 en Nicaragua, en la que murió el candidato Herty Lewites que se enfrentaba a Daniel Ortega y a otros tres aspirantes en la carrera presidencial.

En aquel momento, la palabra “mierda” fue una inusitada protagonista en la política del hermano país centroamericano. Giovanni Bulgarelli y Pravisani fueron el equipo que ideó la campaña publicitaria del Movimiento Renovador Sandinista (MRS), en que el lema fue “acabemos con esta mierda”.

Esta directora de arte, periodista y autora convirtió sus vivencias de entonces en ficción y publicó, luego de nueve años de trabajo, esta novela bajo el sello de Uruk Editores. Pravisani tiene tres libros de poesía y tres de cuento; es más, obtuvo el Premio Aquileo J. Echeverría en cuento por La piel no miente (Uruk, 2010).

Desde su publicación en la Feria Internacional del Libro, en agosto, la novela ha dado qué hablar, generado fuertes reacciones en redes sociales en Nicaragua y provocado que Óscar Castillo, director de Uruk Editores, le enviara una carta a Epsy Campbell, vicepresidenta y canciller, contándole que los han estado investigando en Nicaragua y que esperan no sea una amenaza para ellos ni su gente.

En una tarde gris, entre cumbias y boleros en Manos en la Masa, Pravisani hizo una pausa en su trabajo en publicidad para contarnos un poco más acerca de este texto literario, su posición sobre las malas palabras y la crisis actual en Nicaragua, su literatura y sus lecturas.

La fluida conversación condujo a conocer, por ejemplo, que esta argentina-tica tiene listo el guion de un largometraje, pero debe empezar a buscar financiamiento. Poesía, cuento, novela, artículos en revista y guion cinematográfico son diferentes formas de afrontar su necesidad de contar.

–Empezó escribiendo prosa en la adolescencia y la poesía se le impuso en una crisis. ¿Por qué la poesía ha sido tan importante para usted? ¿Qué significa la prosa en su trabajo?

–Cuando estaba estudiando en la universidad en Buenos Aires (Argentina) hacía ejercicios de escritura automática, que no llegaron quizá a buen puerto, pero escribía poesía de esa forma. En ese momento, todo mi foco estaba relacionado con la prosa; estaba escribiendo cuentos. Siempre estuvo esta noción de la poesía como un lugar menos preparado. Siempre tuve una vida de la estructura (narrativa, el cuento) y una vida de la no estructura; la poesía se ubica dentro de la no estructura.

”Esta es mi primera novela y fue batallar con la estructura de la novela; empezar a entender cómo abandonar la estructura del cuento. La novela tiene otras llaves”.

–¿Fue difícil el cambio? ¿Le costó?

–Sí, me costó trabajarla desde los personajes porque hay un fuerte impulso en mí en siempre buscar la tensión de todo. En la novela, son otros los recorridos. En el cuento siempre hay una concentración fuertísima de algo; también se trabaja mucho la idea de lo escondido, lo que no se dice. En la novela, tuve que aprender a soltarlas un poco.

–Ha mencionado que en narrativa siempre se imponía un desafío. ¿Por qué quiso escribir esta novela? ¿Cuál fue el desafío que se puso?

–El desafío de la novela fue la necesidad de contar una historia que sentía que era importante: hay una necesidad personal; lo que me había pasado había sido un poco alucinante como experiencia. Quise contar esa historia: mi percepción de lo que había sucedido y, de alguna manera, la percepción de esta pareja (los asesores políticos Victoria y Eduardo) sobre ese momento que, finalmente, se volvió tan histórico (la muerte del candidato nicaragüense Herty Lewites en plena campaña contra Daniel Ortega y el Frente Sandinista en el 2006). El desafío fue lidiar con la historia; durante mucho tiempo, me costó ficcionar, abandonar la realidad para ficcionar, permitirme la ficción.

–¿Cómo hizo para divorciarse de la realidad y poder hacer una novela? Incluso, ¿cómo se separó de esos hechos que vivió?

–Fue por medio de la construcción de personajes. Finalmente, Victoria no soy yo; es un personaje de ficción, al igual que Eduardo. Si tuviera que escribir la realidad de este tema, sería un libro de 1.000 páginas porque hay muchas historias no contadas. Tuve que escoger qué contar porque el abanico de cosas que pasaron era enorme e imposible de contar para mí; pasaron muchas cosas, había muchas subhistorias.

”Dicen que la realidad es desordenada y fluye como un río; en cambio, la ficción lo que busca es ordenar y fijar memoria. Yo empecé a construir a partir de los pedazos no olvidados de los hechos; lo que sobrevivió al naufragio”.

–¿Por qué sintió que esta historia sí se prestaba para una novela y las otras no (las que dejó en cuentos)?

–Inconscientemente, me importaban los personajes, me importaba lo que sucedía a los personajes y no tanto la escena. Sentía que necesitaba abordarlo emocionalmente y ver hasta dónde llegaba. No sé si se logra; le toca al escritor decidir esa responsabilidad. Desde mis intenciones, ese era un desafío.

–¿Qué tipo de escritora es?

–¿Si soy una escritora de mapa o de brújula? Creo que soy más de brújula; tenía algunos planes, pero no era tan ordenado todo lo que sucedía. Partía de algo que había sido una historia; en las primeras versiones, sentía una necesidad de calcar la realidad, pero después fui liberándome de eso. Al principio tenía dos millones de personajes; es divertido porque hay muchos amigos que vivieron conmigo esta experiencia, muchos decían que vamos a comprar la novela para ver si salimos, como si fuera una película. Empezó siendo una producción de Hollywood y terminó siendo una película independiente, donde tengo dos personajes (ríe). Ese es el chiste interno de la novela.

”Yo vengo del cuento, así que escribir 200 páginas, era la obra cumbre: subir el Everest. Toda esta construcción grande me llevó un trabajo psicológico porque estoy acostumbrada a la condensación, no a la expansión”.

–¿Cuánto tiempo le tomó?

–Nueve años. No estuve los nueve años frente a la computadora (ríe), sino durante el proceso desde que arranqué hasta que salió publicada. Se iba haciendo en medio de otros proyectos.

–Hay algunas imágenes que, desde el pasado, son premonitorias sobre lo que ocurre en Nicaragua.

–Catalina Murillo lo nombra como un vaticinio del pasado…

–Esta novela llega, además, en un momento muy álgido para Nicaragua…

–Sí, por eso creo que la novela genera cierta incomodidad porque, finalmente, es la historia de otra elección que pudo haber sido. Hay videos en los que Herty dice –los encontrás en YouTube– que el pueblo nicaragüense va a terminar odiando a Daniel Ortega y a Arnoldo Alemán; lo dice así clarito. Todo el MRS sabía quién era Daniel Ortega; para ellos no es ninguna sorpresa lo que está pasando ahora.

”Además, Herty muere y nunca se sabe, a ciencia cierta, qué fue lo que pasó. Hay una deuda con esa muerte; yo lo siento así. No se investigó lo suficiente.

”Vamos a ver qué pasa con la novela…”

–¿Por qué se decidió por los árboles de Rosario Murillo para la portada? No tienen tanto que ver con esa historia, pero sí con esta Nicaragua.

–Sí, no tienen tanto que ver con esta historia desde el punto de vista temporal, pero sí tienen que ver desde lo simbólico y la novela tiene muchísimos temas simbólicos. Estos árboles se han convertido en un símbolo de Nicaragua, un nuevo símbolo.

”En esta novela, quise explorar el tema de la elección, de la decisión, lo que uno decide o no decide”.

–¿Por qué el tema de las decisiones es tan importante?

–Porque somos nuestras decisiones o nuestras no decisiones. Siempre me ha parecido interesante eso: lo que uno decide y lo que dejamos que otro decida.

–¿Qué impresiones le provocan conocer lo que se vive en Nicaragua?

–Siento que la gente dijo basta y está dispuesta a todo por eso. Ahora, el gran desafío es cómo se construye una nueva identidad que aprenda de estos procesos que han tenido. ¿Cómo dejar atrás el “síndrome Pedrarias” (plantea que en todo nicaragüense hay un indígena y un tirano)? ¿Cómo reconstruir desde este nuevo aprendizaje el derecho a decidir? Y lo hablo incluso como argentina. Costa Rica lo tiene muy presente; como decía Ricardo Jiménez, como que los ticos huelen el precipicio, pero nosotros, los argentinos, necesitamos caernos en el precipicio para entender que podíamos no habernos caído; a los nicaragüenses les pasa similar. No hace falta tirarte de un barranco para saber que hay un barranco.

–¿Cómo ha sido vivir este vaticinio del pasado?

–Doloroso; uno no quisiera que estén muriendo jóvenes. Siento un alto grado de impotencia de ver a un pueblo que no puede ni siquiera decir “no quiero esto” porque les tiran los francotiradores; es horrendo.

–Hay un blog que ataca al libro. ¿Ha habido censura?

–No conozco la situación detallada del libro en Nicaragua. Me han dicho cosas, pero no tengo pruebas. Óscar Castillo presentó una carta a la Cancillería porque lo llamaron para decirle que estaban preguntando sobre nuestros vínculos con Nicaragua, tanto los de él como los míos.

–¿Y cuál es su posición acerca de esto?

–No tengo miedo. Hay gente que me dijo que me fuera del país; creo que es mucha paranoia (...) Uno no sabe si resulta peligrosa con su novelita (ríe); yo no opero en esa realidad.

–¿Qué le dejó el proceso de la novela?

–Como escritora me propuso varios desafíos, que también tienen que ver con que fue mi primera novela. Fue un aprendizaje a nivel estructural, a nivel de tiempo, a nivel de corrección. Es como prepararse para una maratón después de correr los 100 metros planos. Tenía muchas ideas y, finalmente, se fue configurando con unas pocas ideas de las que tenía al principio.

”Me imagino que ahora en este proceso (después de la publicación), tendré otros aprendizajes porque este libro ha tenido, quizá, un poco más de exposición que otros anteriores, debido a la coyuntura. Por ejemplo, lo que estaba en la Feria Internacional del Libro se agotó; eso nunca me había pasado con un libro de cuentos y menos con uno de poesía”.

–¿El título es adrede provocador? “Mierda” es una palabra que es provocadora incluso en Costa Rica. La gente en la Feria comentaba con cierto morbo o sorpresa que había un libro en Uruk que se llamaba Mierda.

–A mí me pasa que ya tengo tan digerido el nombre que ya está hasta evacuado por mí (ríe); entonces, no me parece tan transgresor. Sin embargo, es cierto que desde el punto de vista más naíf, genera eso… A la Feria llegaban los niños de primaria y era el libro que iban a ver, entre risas y vacilón.

”Yo soy una defensora de las malas palabras. No es que voy a ponerle a todas mis novelas malas palabras de título, pero me parece que no hay malas palabras. En el caso de esta novela, pues se aborda el tema de la palabra en sí. Hay una intervención maravillosa de Roberto Fontanarrosa, en el Congreso Internacional de la Lengua, sobre las malas palabras y por qué son malas las palabras, porque les pegan a las otras palabras; él hace toda una disertación muy divertida. Las malas palabras tienen una expresividad alta y también está esta zona tabú que se vuelve rica en la literatura. Hay muchos escritores que han explorado estos tabúes de la lengua y hasta dónde usarlas. Finalmente, la literatura tiene que permitirse estas cosas; la libertad también trata de eso.

”A mí siempre me llamó la atención que Herty se arriesgara a salir en un comercial diciendo “mierda”; me parecía muy osado y muy transgresor desde un planteamiento de comunicación. Allá, en Nicaragua, también fue un escándalo; lo que pasa es que él se animó y hasta el día de hoy sigue siendo relevante. Imaginate si no era un mierdero el que estaban viviendo; bueno, si no es un mierdero el que están viviendo”.

–¿Ese es el vaticinio?

–Sí, ese es el vaticinio.

–¿Qué hay de la poeta y la cuentista en esta novela?

–En la novela, hay momentos poéticos, en que la prosa cobra más fuerza. Hay una intención, en ciertos momentos, de usar el lenguaje poético.

¿Qué trata de cuidar especialmente en su prosa? ¿Qué deja que la guíe: la estructura, el lenguaje, los personajes...?

–En cuanto al trabajo de la prosa, siempre he sido muy obsesiva, quizá por eso me demoré tanto. Pueden decir muchas cosas de la novela, pero está bien escrita. Puede que te guste, puede que no te guste, pero puedo decir con certeza que la prosa está muy trabajada; la trabajé hasta agotarme.

”A veces lograr esos lugares epifánicos son procesos de vida y uno los va descubriendo con el transcurrir de los trabajos. Me concibo como alguien que está trabajando, no como algo logrado. Me gusta pensar que todos los trabajos se suman a un gran trabajo, que tiene que ver con las búsquedas que uno va teniendo. Hay momentos mejor logrados, hay otros no tan logrados; eso genera un paisaje de uno, de lo que uno va trabajando. Cuesta ver hacia dónde va uno, cuando uno va yendo; uno tiene clara la imagen en retrospectiva, nunca desde el hoy”.

–Si al inicio no se reconocía como poeta y ahora no se reconoce como novelista. ¿Con qué se reconoce, entonces?

–En realidad, no es que no me reconozca como novelista, sino que siempre, cuando uno hace algo que no había hecho antes, tiene un proceso de extrañeza. Me pasó cuando tuve a mi hijo: había una serie de ideas sobre la maternidad que me resultaban lejanas y ajenas. La idea de que mi hijo nació y yo lo tenía que querer inmediatamente, no me sucedió así; o sea, era una sensación de él y yo estamos aquí, en este espacio y tiempo, y aprendí a entender qué significaba eso en mi vida. No fue esa idea romántica de tengo un hijo y en el minuto 1, ya soy una gran madre y estoy revestida de un amor incondicional; todas esas ideas, ajenas, me resultaban un poco lejanas. Tuve un proceso más profundo y más íntimo con mis propias emociones. Lo mismo me sucede con la novela. (...) Esos juegos del escritor y el lector me parecen espacios de mucha extrañeza.

”La escritura siempre ha sido íntima para mí, pero, de repente, cuando se vuelve proyectiva y los lectores empiezan a entablar un vínculo con lo que una escribe, hay mucho de la percepción en juego”.

–¿Qué ha pasado con la poesía en este proceso?

–Acabo de publicar un libro de poesía, La paloma de Tesla (editorial española Amargord); en este último año y medio murió mi madre y mi padre; este libro se fue construyendo en este tiempo. El proceso fue más corto. Trata sobre la muerte. Yo todo el tiempo estoy escribiendo; a veces, simplemente se quedan allí; a veces salen buenos poemas, a veces no.

–Es un libro de luto…

–Sí; de distintos abordajes de la muerte. El libro tiene cuatro partes: la antesala de la muerte, el dolor, la muerte como una nueva comprensión y la muerte como conexión con los otros.

–Ese poemario es un exorcismo.

–Sí, sí, sí es un exorcismo.

–¿Mierda también?

– Todos mis libros (ríe). Siempre hay unas ganas de comprender algo que uno explora con la escritura; a veces esa exploración es más emocional, a veces es más mental, a veces son las dos cosas… Siempre hay algo que uno quiere indagar cuando escribe. Escribir es poner la carne en el asador. Aunque uno escriba ciencia ficción o algo completamente alejado, siempre te remitís a algo en lo que querés echar luz o ahondar en la oscuridad.

–¿Solo escribe poesía en tiempos de crisis?

–No. Escribo poesía siempre. Tiene que ver con las emociones. Por ahora, mi poesía tiene que ver con mirar hacia adentro; en el futuro quizá sean otras cosas las que aborde.

–Si uno de los objetivos de la escritura es “leerse uno” como me dijo, eso la plantea como una lectora. ¿Qué lee usted?

–Leo de todo. Justo le contaba a una amiga que estaba leyendo un libro de cría de abejas, que es rarísimo: me lo regalaron para el cumpleaños y se llama La meditación y el arte de criar abejas. Habla de la contemplación; me pareció muy bello y nunca había leído un libro de ese tipo.

”Leo mucho cuento, leo poesía… Hay autores que han sido importantes para mí. Uno es Saul Bellow; me gustan muchas cosas de su literatura, me gusta el humor y esta mezcla emocional-racional que él tiene y que hace que sus personajes se cuestionen. Era un hombre tremendamente culto; sus libros están cuestionando todo el andamiaje social en que se desarrollan sus personajes.

”¿Qué otras cosas leo? Estaba haciendo una antología de cuentos, así que vuelvo a ciertos cuentos que fueron muy fuertes cuando los leí y que quiero que los lean mis talleristas; muchos son clásicos como Bola de sebo, de Guy de Maupassant; La muerte de Iván Ilich, de León Tolstói; Bartleby, el escribiente, de Herman Melville.

”Tengo tanto que leer y no lo he hecho. Soy medio desprolija con la lectura”.