10 esculturas para sumergirse en la obra y vida de José Sancho, Premio Magón 2018

Camino de esculturas: Una decena de obras, desde piezas con chatarra hasta esculturas monumentales, nos sirven para adentrarnos al trabajo y a la vida de José Sancho, galardonado con el premio nacional a una vida dedicada a la cultura

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Alacrán (1974): Del traje al overol

En el principio fue el alacrán. Corría el año 1974, José Sancho tenía seis años de haber regresado, con su esposa y dos hijos –al final, tendría tres– de una estancia laboral en Guatemala, trabajaba como economista, de traje y en horario de oficina, y se había instalado en su finca en Escazú, en la calle El Pedrero. Aquellos eran cafetales, tierras de campesinos, quienes estaban opuestos a la instalación de los medidores de agua y, en una lucha contra esta medida, arrancaron los aparatos de metal y los desecharon. Cuando don José, quien desde niño demostró aptitudes para la carpintería –y la construcción de juguetes– y pintaba recreativamente los fines de semana, recogió el artefacto amarillo, se le vino la imagen de La cabeza de toro (1942), escultura de Pablo Picasso –hecha con un sillín y una manivela de bicicleta– que había observado en un museo en París. “Me dije: ‘yo puedo hacer cosas como esas’”, recuerda 43 años después. Y así comenzó un entretenimiento de fin de semana que terminó cambiándole la vida. “Vi el medidor y pensé que se podía hacer un alacrán”. Lo construyó con la pieza de metal encontrada, unos alicates, un trozo de la cadena de una bicicleta y unas manijas de celosías. ¿Qué le dio esta escultura? Una certeza. “Era capaz de hacer la síntesis de una figura animal y representarla con objetos encontrados”, cuenta. La vocación que reprimió hasta los 40 años se liberó y no hubo vuelta atrás. Aquel fue un cataclismo. Con Alacrán nació el escultor, que ha realizado un millar de obras en chatarra, mármol, bronce, madera, piedra y acero y recibió el Premio Magón 2018 a toda una vida dedicada al arte. Progresivamente, Sancho dejó su profesión (salía soplado de la oficina para llegar a la casa, quitarse el traje, ponerse el overol y trabajar en sus esculturas) y ya para 1982 estaba dedicado 100% a su verdadera pasión: el arte.

Cardumen: Imágenes de la niñez

A orillas del estero, su cabeza se llenó de imágenes que, luego, volvería esculturas y le servirían para inspirar otras búsquedas: los pelícanos volando, los perezosos con crías, los cardúmenes de peces voladores… Su infancia transcurrió en Puntarenas (allí nació en 1935). A él, gran amante de la naturaleza, nada se le escapó de la memoria. Durante su carrera artística, ha encontrado la forma en que unos pocos elementos sirvan para expresar la totalidad del espécimen de la fauna y de la flora que selecciona para cada uno de sus trabajos. Aquellos cardúmenes que marcaron su niñez quedaron eternizados en piezas escultóricas. Ha hecho muchos. El primero lo hizo en 1978 y fue una obra monumental que quedó en su provincia y que luego el paso del tiempos se encargó de desaparecer. “En ese momento yo no sabía soldar; después aprendí muy bien”, asegura. Uno de los más conocidos es el Gran cardumen (1992) que acompaña al flujo vehicular de la Circunvalación en Calle Blancos. Además, resguarda varios de ellos en su morada-taller en Escazú y le fascina uno de acero inoxidable en que no solo sugiere el movimiento del banco de peces, sino que lo imita con el vaivén de las varillas metálicas al viento. “Son tantos recuerdos de infancia. Viví en Puntarenas hasta los 6 años; luego, seguí yendo en el verano”.

Colibrí (1978): Dar la talla

La escultura volvió a José Sancho otro ser humano. Aquel nuevo hombre aprovechó el torrente que manaba imparable. El pintor Rafa Fernández, funcionario del Ministerio de Cultura a mediados de los años 70, acudió a ver sus pinturas y salió convencido de que Sancho tenía una exposición, pero no de pinturas, sino de sus esculturas con objetos encontrados. De esta forma, un marsupial, un tropel de vacunos, una cabra, unos búhos, unos pelícanos y algunos reptiles, entre otros, poblaron los jardines del Teatro Nacional en 1975. Estaba consciente de sus limitaciones y empezó a adentrarse en las posibilidades y limitaciones de los materiales, las herramientas y las técnicas. Su formación es autodidacta y contó con la guía, experiencia y consejos de grandes escultores como Hernán González y Ólger Villegas. En 1978, Colibrí se convierte en su primera talla en madera y también en su primera fundición en bronce; el reto fue representar a la pequeña ave suspendida en su vuelo mientras se acerca a una flor. Hace un tiempo, en una charla en el Liceo Franco Costarricense, un niño le preguntó qué habría sido si no fuera pintor; su respuesta fue categórica: “Colibrí”. Es su ave favorita. ¿Cuándo sabe que una escultura está lista? “La escultura está lista antes de empezarla: cómo es, cómo voy a empezar, cómo voy a terminar, qué herramientas voy a usar… Todo está aquí (se señala la cabeza). No voy a improvisar. Solo los genios y los charlatanes improvisan –eso me lo dijo Paco Amighetti–; yo no soy ninguno de esos”, explica.

Hormiguero (1980): Orgullo curvilíneo

Las llamadas no cesan: todos quieren felicitarlo por el Premio Magón. Reconstruye su vida y su obra a fragmentos, como un rompecabezas en que las piezas van encajando. Llama al Myrmecophaga (1980), parte de la colección del Museo de Arte Costarricense (MAC), una de sus obras cardinales. Su pasión por la animalística lo volvió asiduo visitante de los zoológicos; en una ocasión, en el Zoológico de Londres encontró un oso hormiguero que alguna vez se vio en Costa Rica, pero que luego desapareció. Entonces, lo capturó, siempre buscando la síntesis, en unos dibujos; luego hizo una talla en madera y después lo pasó a bronce en una fundición en Alajuelita; salieron dos piezas: una es esta del MAC, la otra está en Turín (Italia). Sus trabajos se encuentran en colecciones en Bélgica, Italia, Estados Unidos, Canadá y Kirguistán, entre otros. El diseño lineal curvilíneo de este oso hormiguero parece provocarle especial orgullo. En dibujo tuvo a un gran maestro en el Liceo de Costa Rica: Juan Manuel Sánchez (1907-1990); sus conversaciones fueron largas y enriquecedoras.

Maternidad perezosa: Florencia y Mariana

Florencia, su primogénita, dio a luz a Mariana, también primogénita, e hizo a José Sancho abuelo la primera de dos veces en su vida en 1992. Conmovido al ver a su hija amamantar a su nieta, el escultor encontró la inspiración para una maternidad a su estilo. Y así empezó a trabajar en una perezosa con su cría. El resultado fue una maternidad perezosa que le obsequió luego a Mariana. “Es una pieza con un gran simbolismo… Para nosotros (la familia), hay muchas esculturas que significan muchísimo”, expresa Florencia. Y para el escultor también: no solo la destaca entre sus trabajos, sino que su mirada se llena de brillo diferente cuando observa una pieza similar en su casa.

Sierpe (1984): Encantador de serpientes

A José Sancho lo hechizan las serpientes con la infinidad de posibilidades que le abren sus sinuosas formas. Frente al bloque de mármol, el canto de río o la madera, él desentraña la sugerencia del material y llega hasta la forma que siempre estuvo escondida. De tanto esculpirlas se volvió un encantador de serpientes. Carlos Francisco Echeverría, historiador y crítico de arte, lo explicó claramente en un texto sobre el escultor para la exposición en Turquía en el 2017: “(...) donde hay más poder concentrado, más potencia hipnótica y estética, es sin duda en las serpientes. En la escultura de serpientes es donde el Sancho tallista alcanza su plenitud. El animal en sí mismo es una misteriosa suma de elegancia, reposo y fuerza letal. Inevitablemente evoca tanto la vida como la muerte. Enroscadas, envueltas en sí mismas, algunas de las serpientes cobran forma de vulva, de sexo femenino. Talladas en mármol negro, en grandes dimensiones, tienen una fuerza interior estremecedora”. Una de esas poderosas figuras se encuentra en los Museos del Banco Central, bajos de la plaza de la Cultura. Se titula Sierpe y está tallada en mármol negro de Bruselas. Sierpe que significa serpiente grande, Sierpe que es río, Sierpe que es serpiente y río; de pronto, en sus curvas azabache encontramos ecos que remiten a las culturas precolombinos, a mitos y dioses, a historias antiquísimas. Su exploración es imparable y en los últimos tiempos, sobre todo, disfruta de encontrarlas en piedras de río.

Androginus (2002): Doble sugerencia

Al crear Sierpe, el escultor descubrió que, al colocarla de otra forma, aquella figura podía aludir a los genitales masculinos o femeninos. De esta forma, José Sancho trabajó en un gran bloque de granito de Zimbabue; con la colaboración de ayudantes y maquinaria, fueron seis meses de trabajo en Carrara (Italia), ya que este es un material duro y difícil de tallar. Androginus nos remite a un enorme torso desnudo y es parte de la colección de la Fundación José Sancho; está en los jardines de su taller y casa en Escazú, donde ofrece un recorrido por la naturaleza que crece y la que él ha creado desde su contemplación. Doblemente poético.

Torso puente (2009): Turgentes líneas

Ya sumergido en los misterios de la talla y dedicado por completo a la escultura, allá en el primer quinquenio de los años 80, José Sancho comenzó a buscar un ideal de belleza femenino en su trabajo artístico. A partir de una modelo, hizo una talla en madera de una mujer de cuerpo entero, que llegó a convertirse en una suerte de mascarón de proa en su hogar y en su creación. De allí, de esas formas (torso curvado, glúteos y senos turgentes), han salido decenas de sensuales torsos; erotismo con líneas suaves. En su Torso puente (2009), también de la colección de la Fundación José Sancho –que manejan sus hijos (Leonardo, Sebastián y Florencia) y nietas (Mariana y Lucía)– encontramos un torso haciendo el puente: espalda arqueada, senos levantados…; en este caso está tallado en madera y partido en dos. “Sigo buscando ese ideal de belleza. Solo van saliendo, no hay guion. Los materiales son los que me sugieren formas y yo aprovecho eso… Describir ciertos procesos no es fácil en palabras: en mi mente hay una serie de posibilidades plásticas; están en estado latente. Eso lo aunamos a lo que podemos hacer con materiales y herramientas hasta que la idea cuaja (...) Es un proceso más de las vísceras que del cerebro”, manifiesta este hombre de cabellera blanca y camisa a rayas, que se sienta en un silla de madera hecha por él (sale el carpintero que siempre tuvo dentro).

Columna arboriforme (2009): Crecimiento en rojo lujurioso

Como una incitación a la armonía, en el 2009 se colocó la escultura monumental Columna arboriforme, 17 metros de acero pintado de rojo, en el parque de la Paz. Con este tipo de obras, José Sancho quiere evocar el crecimiento de la naturaleza, de la flora. La idea de estas columnas parte de su observación –y estudio– de obras clásicas como obeliscos egipcios, columnas romanas y trabajos como la Columna sin fin, del rumano Constantin Brancuși. El primer antecedente de este trabajo en su propia carrera lo encontramos en una pieza con chatarra en que se ven dos arcos superpuestos. Luego, comenzó una serie con el Arboriforme 1 (2003), que se encuentra en la EARTH; estas especies de árboles no han parado de poblar su universo creativo. El ascenso, el crecimiento, la búsqueda de la luz y hasta las diferentes provincias del país están en la Columna arboriforme. ¿Por qué siempre los pinta de rojo lujurioso? “Es un rojo muy pensado porque es el color que más se nota en un entorno verde. Este color es conocido como “rojo Sancho” y viene del rojo de las heliconias”, agregó el artista de 83 años.

Gran guaria roja (2018): Reinterpretación y modestia

La última gran escultura monumental del artista quedó instalada frente a Escazú Village en febrero del 2018. La Gran guaria roja es una flor de 10 metros en que Sancho hace una reinterpretación de la flor nacional y apela a su esencia. Son tres pétalos y sépalos con cierta oscilación. Trabajar en obras monumentales le da a Sancho satisfacciones y posibilidades para impactar profundamente al espectador. Con el Premio Magón, José Sancho corona una trayectoria prolífica y reconocida con galardones como el Áncora en 1976, la Medalla de Oro Salón Anual de Escultura en 1978 y 1983, el Premio Aquileo J. Echeverría en Artes Plásticas en 1985 y el Gran Premio de la Bienal de Escultura en 1997. Aún así, con un poco de rubor y una risilla, responde a cada felicitación y llamada de esta forma: “Estoy muy contento, con mucho júbilo; a veces pienso si me lo mereceré… Sin embargo, lo disfruto mucho”.