La tarde del pasado lunes ya casi era historia cuando el alma se me hizo pedazos. Aquel “parece que se murió Robin Williams” me heló la sangre.
En menos de 10 minutos ya era un hecho confirmado: Robin Williams estaba muerto y todo el mundo horrorizado, porque no solo nos tocaba asimilar la súbita partida del genio sino también las dramáticas circunstancias detrás de ella. “Suicidio” y “depresión” son palabras que nadie imaginó ligadas al obituario de un hombre que logró hacer reír a todo un planeta.
Robin Williams estaba, según nosotros, para morirse de viejo y contento. No así, no tan humano, no tan como la gente común. Así de brillante fue, que siempre nos hizo creer a todos que esa alegría que imprimía en los demás también lo revestía por dentro.
Esa noche sé que no fui el único que sintió que se le había muerto un pariente, como si nos avisaran que falleció el tío vacilón, el que siempre animaba las fiestas familiares, sin tener la oportunidad de despedirnos, de darle el último abrazo y las gracias por los buenos momentos (y no es cuento: Robin Williams me dio mejores recuerdos que muchos tíos políticos que han ido y venido a lo largo de las décadas con más pena que gloria).
A Robin lo conozco desde niño, cuando me sentaba con mis hermano frente al tele de perilla para carcajearnos con sus nanu-nanu y reportes a Orson.
Por Robin desarrollé el hábito de disfrutar de las películas animadas en su versión original en inglés, pues para mis efectos el genio de Aladino solo puede tener una voz: la suya.
Por Robin quise mandar al quinto infierno a varios profesores mediocres de mi colegio, pues él idealizó a los docentes en La sociedad de los poetas muertos y nos enseñó que lo más importante que se aprende en un salón de clases no proviene de un libro o examen.
Por Robin lloré a lágrima viva cuando su personaje sonríe previo a recibir una paliza en The Fisher King , y con él reí a lágrima viva gracias al diálogo sobre pedos que tiene, con Matt Damon, en Good Will Hunting .
En estos días en que todos recordamos trabajos inmortales suyos yo guardo un apartado especial para su pequeño aporte en una película poco querida como Nueve meses . Cierto, fue una mala comedia de la que solo se rescató la participación de Williams como el desesperante obstetra ruso Kosevich. La escena del parto es una joya, un lujo, un exceso... y todo gracias a él, a Robin.
A Robin le perdí la pista hace rato; sus trabajos en los últimos años ya no me llegaron. Sin embargo, como tío lo lloro, extraño y respeto. Gracias Robin Williams por hacer reír al mundo sin frenarte por la procesión que llevabas por dentro.