Escribo desde el pasado para comprender el futuro, o al revés: este artículo se escribió lunes, se editará el miércoles y se publicará el domingo, dos días después del viernes 22 de julio, día en que se estrena –estrenará, estrenó– la tercera temporada de Bojack Horseman , la serie animada de Netflix que fue portada de la pasada edición de esta revista.
Para el momento en que usted lea esto, dos amigos y yo ya habremos visto ese tercer ciclo en su totalidad y, muy posiblemente, todavía estaremos conversando al respecto. Probablemente estaremos todavía desarmados por los diálogos existenciales, risueños por los chistes absurdos y consternados por la espera por nuevos episodios, que sepa dios cuándo llegarán a nosotros –si es que lo hacen.
En dos temporadas, Bojack ha probado ser un tema que se agota con dificultad; una serie que de animada no tiene más que la técnica, porque en sus dibujos lo que se esconde es un reflejo del absurdo infinito, de los recovecos, de los extremos, de la crueldad y la belleza que implica estar vivo.
Una escena en particular, con la que comienza el último episodio de la primera temporada, todavía me mantiene despierto por las noches, todavía me obliga a buscarla en YouTube para intentar comprender, todavía no logro comprender –mucho menos digerir– en su totalidad.
En 1973, Secretariat es el más famoso corredor de carreras de caballos de Estados Unidos. Atiende a una entrevista en un programa de televisión, en el que demuestra su atractivo, su candidez. El entrevistador le muestra a Secretariat un diario en el que se acusa al corredor de haber cometido fraude. Secretariat desestima las acusaciones con su personalidad encantadora.
Luego, el entrevistador procede a leer una carta de un niño de nueve años. El pequeño Bojack Horseman asegura ser fanático de Secretariat y le pregunta, con la sinceridad de un infante, cómo hace para no sentirse triste.
“Es una gran pregunta”, dice Secretariat, momentáneamente desencajado ante el cuestionamiento. “Bojack, cuando tenía tu edad, me sentía triste. Mucho. No venía de un buen hogar, pero un día comencé a correr y se sintió bien, así que seguí corriendo. Bojack, cuando te sientas triste, corre hacia adelante y sigue corriendo, no importa qué. Habrá gente en tu vida que intentará detenerte, aminorar tu paso, pero no se lo permitas. No dejes de correr y no veas lo que hay atrás. No hay nada para tí atrás. Todo lo que existe es lo que está adelante”.
La escena corta a un mes adelante. Dos comentaristas de radio confirman la noticia del fraude de Secretariat, quien ha sido descalificado de las carreras de por vida. Las voces tratan el tema a la ligera mientras la escena muestra a Secretariat saltando de un puente. Suicidio.
La vida es eso. No existen recetas ni fórmulas mágicas. Nos esforzamos por presentar una fachada sólida, encantadora, que genere likes ; poco importa que, por debajo, lo que exista sea un espíritu enfermo. Tememos enfrentarnos a nosotros mismos. Nos aferramos a lo que queremos que piensen de nosotros.
Bojack Horseman es un espejo. Mirarnos en él es comprender que el primer paso para correr hacia adelante es reconocer, precisamente, que por dentro estamos rotos. Y que eso está bien. Hablar desde la tristeza para comprender quiénes somos, o al revés.