A los tontos hay que saberlos padecer. Flaco, llorón y con cara de pan añejo. Hacía una trastada y se rascaba la cabeza, ¿Cuál? Tal vez, el cerebro de mosquito, que apenas tenía energía para mover aquel filamento de cuerpo, de maneras torpes y derrengadas.
Su ingenuidad y estupidez llevaron la comedia de golpes, trompicones, resbalones y carreras a niveles de fantasía, cuando el cine era más teatro y los actores en lugar de hablar enamoraban al público con sus gestos.
Este apósito humano cayó de bruces en este mundo allá por 1890, el 16 de junio para ser exactos, en Ulverstone, un pueblito medio perdido al norte de Inglaterra.
Su padre Arthur J. Jefferson, actor y empresario teatral, echó espuma por la boca apenas se enteró que su niño mimado –Arthur Stanley Jefferson– quería ganarse la vida en los musicales y el vodevil. Ni la madre, Margaret, pudo detener la ocurrencia del retoño y a los 16 años debutó con regular suceso.
El joven Arthur aprovechó su estreñido físico y aspecto de flan para hacer carrera con la troupé de Fred Karno. Aunque no ganó ni medio penique la suerte le sonrió, porque de vez en cuando sustituía a otro esperpento que se consagraría con el nombre de Charles Chaplin.
Los dos hicieron migas y decidieron emigrar, en 1911, a Estados Unidos donde fracasaron en el teatro, pero triunfaron en el naciente cine mudo, con aquellas comedias de persecusiones, acrobacias y pastelazos.
A los meses rompió con Chaplin, debido a que este era un envidioso y tomaba a mal el talento de quienes opacaban su brillo.
En la tierra de la esperanza conoció a Mae Dahlberg, su amiga especial; con ella formó pareja y para complacerla decidió acortar su nombre y buscar un apellido más artístico; así surgió Stan Laurel y ganó su primer contrato semanal por $75.
Con 27 años filmó Nueces en mayo , para los Estudios Universal, pero a causa de una reorganización lo despidieron y Joe Rock lo fichó para 12 cortos, con la exigencia de que Mae no saliera en ninguno por su inmanejable temperamento y carácter del demonio.
Se unió a la productora de Hal Roach y ahí fungió como director, guionista y actor; entonces ocurrió el golpe de suerte que cambió su vida, pues conoció a un gordo, de bigotito ridículo y aires de aristócrata venido a menos: Oliver Hardy.
Este llegó a California desde el aburrido estado de Georgia, donde probó suerte en varias películas desteñidas; el cineasta Leo McCarey descubrió la magia de ambos y los unió para siempre en De bote en bote , su primer largometraje. Los dos protagonizaron 23 películas más, además de 72 cortos y mediometrajes.
Una de sus cintas, La batalla del siglo , contiene la mayor guerra cinematográfica de queques; durante tres minutos llovieron sobre la pantalla diez mil pasteles, según el Libro Guinnes de Records.
El alma de la pareja fue Stan, quien escribió la mayoría de los chistes y pensó las situaciones burlescas; por eso ganaba más plata que El Gordo, sin que esto fuera molestia para Oliver.
Sopa de pato
La amistad con Hardy fue la relación más duradera de Stan. Tenían personalidades distintas, pero complementarias, y guardaban entre sí una lealtad entrañable.
Ambos fueron voluntarios en la United Services Organizations, la agrupación responsable de elevar la moral de los combatientes aliados en la Segunda Guerra Mundial.
Tanto quería Stan a Oliver, su compañero, que su vida se acabó cuando “Ollie” murió de una trombosis cerebral, el 7 de agosto de 1957.
Nunca se recuperó de perder “la mitad de su vida” y tampoco fue al funeral porque el médico se lo impidió, igual ya mostraba los síntomas del mal que lo arrastraría a la tumba, el 23 de febrero de 1965.
Si con Hardy se llevó de maravilla, nada de eso sucedió con sus mujeres puesto que –tras esa cara de baboso– anidaba un sicalíptico. Laurel se casó en cinco ocasiones.
Inició la maratón amorosa con Lois Nelson; con ella tuvo una hija –Lois– y un niño, Stanley Robert, que vivió unos pocos días y el traumático hecho colapsó el matrimonio.
Busco consuelo con Vera Ivanova Shuvalova, pero esta tampoco satisfizo sus expectativas; más bien, terminaron agarrados del moño y en medio de pleitos legales y monetarios.
Volvió con Virginia Ruth; como segundas partes nunca fueron buenas, esta relación acabó en divorcio y recayó en los brazos de la cantante de ópera Ida Kitaeva Raphael, de ascendencia rusa. Parece que Ida lo calmó, estabilizó y lo acompañó hasta el 23 de febrero de 1965, cuando la fulminó un ataque cardíaco.
El declive de Stan comenzó a partir de la Segunda Guerra Mundial; si bien sobrevivió al cine sonoro, no pudo con el desarrollo del largometraje, ya que este formato era poco propicio para su tipo de humor, alineado mejor con el corto y el mediometraje.
Con Utopía , de 1951, finalizó su carrera, y en 1960 recibió el Óscar Honorífico por su contribución al cine cómico. Dejó de filmar; se dedicó a escribir guiones y chistes para otros, como su gran amigo Dick Van Dyke
A los 72 años una hemorragia ocular lo dejó tuerto y, para peores, los médicos le diagnosticaron cáncer de paladar. Enfermó de diabetes y quedó postrado en una silla de ruedas.
Stan Laurel murió en su casa de Santa Mónica y se apagó, como dijo el actor Buster Keaton: “el hombre más divertido”.