Página Negra Piotr IlichTchaikosky: El artista de porcelana

Cuando se contempla El Cascanueces nadie se imagina que toda esa fantasía la compuso un alma atormentada, sumida en un desfiladero de dolor y frustración.

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Puntitos iridiscentes danzan de flor en flor en medio de la noche. Centellea el bosque y una dulce melodía acaricia nuestros sueños. ¡Sssshhh!, es ¡El Hada de Azúcar!

En el Reino de los Dulces las flores y los copos de nieve bailan en honor de dos invitados: Clara y El Cascanueces que, convertido en un gallardo príncipe, cuenta a los presentes como ella venció al rey de los ratones con un golpe de su zapatilla.

Cada año la celesta, los clarinetes, las violas y los bailarines con sus majestuosos vestuarios, se dan cita para revivir El Cascanueces , uno de los ballets más simbólicos de la Navidad, inspirado en un texto de Alejandro Dumas basado a su vez en un cuento mágico de E.T.A Hoffman. La obra se estrenó el 18 de diciembre de 1892, en el Teatro Mariinsky, en San Petesburgo.

La música de esa historia, plena de fantasía y entusiasmo, la compuso un artista depresivo, hipersensible, taciturno, neurótico, antisocial, flagelante y apasionado por los hombres. Todavía hoy se especula si se suicidó o murió de cólera, lo que si es cierto es que su vida fue un grito en medio de la soledad.

A pocos meses de morir, el 6 de noviembre de 1893 a los 53 años, Piotr Ilich Tchaikosky dirigió en Moscú su Sinfonía Patética , auténtico testamento que develó el drama atroz que carcomía sus entrañas como una sierra.

Como suele ocurrir con estos genios, sus acólitos y detractores disputan sus despojos en una rebatiña para dirimir asuntos tan baladíes como si murió de cólera o se suicidó, o peor aún, si era un marica. ¡Oh…pardiez! En aquellos tiempos, esto último era tan peligroso como orinar sobre un retrato del zar Alejandro III.

Contrario a lo que suelen pensar los “snob”, no hay que ser un experto en música clásica –o culta como decían los abuelos– para haber escuchado o tarareado, en algún momento de nuestra supina ignorancia, ciertas melodías de las magistrales obras de Tchaikosky.

Aparte del Cascanueces , una de sus piezas más populares es la Obertura 1812 , compuesta para conmemorar la victoriosa resistencia rusa, en ese año, ante las imperiales fuerzas de la Grande Armée de Napoleón Bonaparte.

Esta composición es el fondo musical de dos capítulos de Los Simpsons ; estalla en el final de la película Vendetta y en especial en La Sociedad de los Poetas Muertos , donde el inolvidable profesor John Keating –Robin Williams– suele silbarla a sus alumnos.

Desde los diez años Piotr, que los apóstatas citan como Peter, se “empunchó” con eso de la música, si bien su padre deseaba que fuera abogado y se consiguiera un puesto en la burocracia rusa, para asegurarse el sustento por el resto de sus días.

Sin duda le sobraba razón al progenitor, pues ayer como hoy los artistas viven a puñalada por bollo’e pan, solo que un suceso alteraría los planes de ambos y marcaría el sensible corazón del futuro compositor.

Adagio lamentoso

“Mamá está muerta”. Esta tres palabras, con que Albert Camus iniciaría su novela El extranjero en 1942, devastaron a Tchaikosky.

Apegado, más bien aferrado, a su madre Aleksandra Andréyevna, el artista de 14 años recibió la noticia de que ella había muerto víctima del cólera.

Desde ahí comenzaron sus vericuetos emocionales y encontró en la música un escape y una obsesión. Algunos biógrafos afirman, un poco al aire, que la madre poseía conductas neuróticas –¡no eróticas!– que heredó al niño, el cual la idealizó tanto que casi le fue imposible relacionarse con otras mujeres.

Para unos autores era fría, distante, amargada y poco dada a expresar su afecto al marido Iliá Petróvich y a sus hijos; para otros más bien los adoraba y consentía.

A los tres años Tchaikosky leía las partituras mejor que el cirílico y a los cinco recibía lecciones de piano. Pese a ello lo enviaron a los diez, en 1850, a la Escuela Imperial de Jurisprudencia de San Petesburgo, para que fuera un burócrata y se curara esas veleidades melómanas.

Lejos, muy lejos, a 1,300 kilómetros de su hogar en Votksin –en un internado preparatorio– Piotr vivió dos años mientras cumplía los doce reglamentarios para comenzar sus estudios, que se dilatarían por siete más.

Sin su madre, ni sus hermanos, desgajado de su familia y de su tierra el pequeño creció como un expósito, en una atmósfera sombría, dolorosa, melancólica y acibarada.

Siempre fue un inadaptado. Desconfió del éxito y nunca encontró sosiego consigo mismo.

Concluyó la carrera de abogado y obtuvo un cómodo puesto en el Ministerio de Justicia; pero lo abandonó para entregarse por entero a su pasión.

Los especialistas ubican a Tchaikosky al mismo nivel del Grupo de los Cinco o El Gran Puñado , un círculo hermético de compositores rusos que aspiraba a crear melodías alejadas de las escuelas europeas. Estos santones fueron César Cuí, Modest Músorgski, Nikolái Rimski-Kórsakov y Aleksandr Borodín.

Fiel a su espíritu solitario es difícil encasillarlo en ese movimiento nacionalista, porque plasmó en sus obras una visión cosmopolita a la vez que personal.

Quienes aman el ballet ven sin cansarse El Lago de los Cisnes y La Bella Durmiente . Cada Navidad, desde las presentaciones escolares hasta los más encumbrados teatros del mundo, lucen en cartelera una de las obras menos apreciadas por Tchaikosky: El cascanueces y El rey de los ratones .

La música de esta obra es muy variada. Incluye marchas, divertimentos, danzas, adagios y valses, entre estos el más fantástico es el Vals de las Flores.

Mitos del ballet como Rudolf Nureyev y Mikhail Baryshnikov lo interpretaron; también inspiró a Walt Disney para Fantasía , la cinta animada, y a piezas de jazz , musicales, comedias y hasta la insufrible de Barbie.

Réquiem

Los acosadores infantiles tienen en Tchaikosky un manual de cabecera, acerca de cómo transformar un niño feliz en un adulto desgraciado.

Para que el bullying surta el efecto esperado es necesario conjugar una familia empeñada en ningunear a la víctima; es imprescindible una hermanita como Zenaida, que lo manoteaba por un “quítame esa paja del ojo”.

Si encima el negocio del padre entra en picada y cada vez le cuesta más llegar a fin de mes, eso lo obligará a reducir los gastos y despedir a la institutriz –como la de Piotr– por la que el niño sentía una particular ternura y lo estimulaba a escribir poemas en francés y escuchar embelesado la música de Mozart.

Es de rigor una fuerte relación materna, con tendencias edípicas, matizada por los cambios de humor de Aleksandra –la madre–. Eso generó, en el caso de Tchaikosky, un apego tan terrible que cuando ella murió lo anuló emocionalmente.

Nunca sobra un padre, Iliá Petróvich, empeñado en que su hijo sea lo que no quiere y enviar al niño lejos de la familia, con tal de que estudie lo que él considera más provechoso.

Todo ello, mezclado en las dosis estipuladas, formará una personalidad culpable, insegura, taciturna, depresiva y temerosa, que plasmará en todas sus obras pero con particular énfasis en sus relaciones amorosas.

En este punto los maledicientes lo tildaron de homosexual, pero en aquellos días inefables eso era pan diario entre los aristócratas; desde el Gran Duque Sergio Alexandrovich, tío del zar Nicolás II, hasta los más enhiestos soldados de la Guardia Imperial, practicaban el vicio griego.

Lo que sí era real, o al menos así parecía, fue su afición por los jovencitos, al estilo del Emperador Adriano –del siglo I d.C– con el efebo Antínoo. Uno de ellos Eduard Zak, se suicidó a los 15 años. Tchaikosky afirmó que amaba su voz, sus gestos y miradas; suelen endosarle a ese afecto el tema de amor de su obra Romeo y Julieta .

También tuvo una relación peculiar con su joven criado, Alexei Sofronov; con la partida de este a realizar el servicio militar, Tchaikovsky sufrió una crisis nerviosa.

Lo que colmó la paciencia de la sociedad rusa fue el presunto affaire con Alexander Vladimirovich, de 18 años y sobrino del conde Alexei Alesandrovich Stenbok-Fermos. Cuando el tío se dio cuenta de las andanzas del Ganímedes le fue con el chisme al zar y acusó a Tchaikosky de homosexual y pervertidor de mancebos.

Es a causa de este rumor que el compositor –según ciertas fuentes– prefirió el suicidio antes que lo mandaran a Siberia o lo ejecutaran.

Otros argumentan que para evitar habladurías, en 1869, se prendó de la soprano belga Desirée Artot, pero esta le dio calabazas; razón por la cual se casó con Antonia Miliukova, una jovencita un poco tocada de la cabeza.

El matrimonio quedó en blanco, duró unas cuantas semanas y el artista padeció una crisis neurótica que lo llevó al filo del suicidio.

La paz le llegó en la última década de su vida, entre 1880 y 1890, gracias a su amor platónico con la acaudalada viuda Nadezhda von Merk. Ella fue su mecenas y nunca la conoció, solo mediante cartas.

En una misiva la aristócrata le dijo que estaba en bancarrota, le envió el dinero para que se mantuviera un año, con la promesa de que nunca la olvidara.

Ya fuera que se suicidó, que murió de cólera o cómo sea, de la mano de ese hombre desmesurado, hundido en un pozo de sombras, depresivo y fatalista, los niños viajan cada Navidad al Reino de las Nieves, al de las Golosinas y al de La Limonada al compás del Cascanueces .