Murió de una sobredosis de sí misma. Vivió a toda mecha, amó impetuosamente y falleció joven. La parca la pescó en una curva y se fue al barranco. Con los $1.500 que dejó en herencia, unas 200 personas montaron una tremenda borrachera en su honor.
Sobre las aguas del Océano Pacífico aún flotaban sus cenizas, lanzadas desde la playa Stinson, conforme a su postrer deseo. Contrario a la francachela, al servicio fúnebre solo asistieron sus padres y una tía.
Después de hacer el amor con 25 mil personas en el escenario, se iba sola a su casa, a rumiar sus frustraciones y estrujarlas en cocteles de alcohol, heroína, anfetaminas, cocaína y speed .
Su cadáver hedía cuando lo encontraron los empleados del hotel Landmark, de Los Ángeles, el 4 de octubre de 1970. Tenía 27 años. Como suele suceder, el tiempo consagró su talento y de ser una blanca con alma de negra, pasó a convertirse en la Reina del Blues , la de los hippies y hasta del rock .
Le bastaron cuatro álbumes, entre ellos Pearl editado tras su muerte, para que aflorara todo el talento y el arte de Janis Lyn Joplin, y fuera considerada una de las estrellas más rutilantes de la contracultura norteamericana de los años 60.
En la portada de ese disco quedó grabada la imagen que sobreviviría a Janis: sentada en un sillón, sonriente, con una copa en la mano y en la otra un cigarrillo. Por algo, en su natal Port Arthur, la habían elegido como el “muchacho más feo” del colegio.
Y es que la vida de Joplin fue una lucha perenne contra ella misma, hambrienta de cariño, atención y de reconocimiento a su capacidad creativa.
Sus padres la despreciaron. Cuando regresó triunfante a su pueblo, encontró la casa vacía porque se habían marchado para no recibirla. La madre llegó a arrepentirse de haberla parido.
En la secundaria la trataron de gorda, fea, mal vestida y acomplejada. Alguna vez, para retar a sus compañeros, se tiñó el pelo de color naranja y fue la primera artista en lucir un tatuaje; antes de ella solo lo hacían los marineros o los expresidiarios.
Una profunda soledad la carcomía. Sus canciones eran más bien los aullidos de una mujer especial, que comió a trancazos, bebió sin pausa, lo probó todo y nada la dejaba ahíta.
Meses antes de morir tuvo su primavera y se fue de vacaciones a Brasil con una amiga. En una entrevista con The Rolling Stone reconoció: “Me he dado cuenta, por primera vez, de que no tengo que estar sobre un escenario doce meses al año”.
Conoció a David Niehouse, se enamoraron, viajaron en motocicleta por la selva amazónica y regresaron a San Francisco. Estuvo alejada de las drogas pero volvió a las andadas y la tristeza le engulló el alma.
Así entró al satánico Club de los 27, que recibió con alborozo a su primera mujer. Le habían precedido en la tumba Brian Jones (julio de 1969), Alan Wilson y Jimi Hendrix (setiembre de 1970); la siguió Jim Morrison el 3 de julio del año siguiente. La particularidad de este club consiste en que todos sus miembros mueren a los 27 años, y en idénticas circunstancias.
Janis Joplin colocó su nombre a una época; en lugar de cantar suplicaba y poseía una voz poderosa capaz de estrujar el corazón y producir escalofríos en el espinazo de sus oyentes.
Flor suicida
Janis vivió en un tiempo donde cumplir 30 años era ser un anciano, y en la que se debía vivir a todo trapo. “Prefiero tener diez años de superhypermost , que cumplir 70 y estar sentada ante un maldito sillón, delante del televisor. Se vive ahora. ¿Cómo vamos a esperar?”.
Fue una beatnik cuando nadie sabía ni qué diablos era eso. Nació en la ciudad de Port Arthur, en Texas, el 19 de enero de 1943.
Su padre, Seth, trabajaba en una refinería; la madre, Dorothy, era ama de casa y poseía buena voz. La familia la completaban dos hermanos, Michael y Laura, pero Janis era la incómoda de la casa y según su mamá “Ella era infeliz e insatisfecha. La relación no era la más adecuada”.
En la adolescencia hizo amistad con un grupo de marginados que la conectaron con la música negra, interpretada por Bessie Smith, Ma Rainey y Lead Belly, quienes marcarían su trayectoria artística.
Recorrió los bares de Luisiana y se empapó del blues y el jazz , lo cual –por supuesto– no les gustó para nada a sus padres, pues ellos querían que fuera maestra de escuela.
En sus primeros años de colegio comenzó a sentir rechazo por ser “amiga de negros”, oponerse al racismo y a los convencionalismos sociales imperantes en aquellos días.
Pronto se manifestaron sus trastornos de personalidad sobre todo por su aspecto físico: chiquitilla, regordeta y con la cara llena de espinillas no era precisamente lo que necesitaba para ser popular. Encontró refugio a sus depresiones en la música, la pintura y la poesía.
Ya a los 17 años deseaba ser cantante, pero quiso estudiar Bellas Artes en la Universidad de Texas. Una entrevista en el periódico The Daily Texan la presentó así: “ Ella va descalza cuando se siente como ella misma, lleva Levi´s a clase porque es más cómodo, y carga su autoharp adondequiera que va por lo que, en caso de que tuviera el impulso de romper a cantar, le será muy útil. Se llama Janis Joplin”.
Conoció y cantó en casi todos las cantinas de los alrededores universitarios y se hizo una merecida reputación de bebedora; por esos días hizo yunta con la banda Waller Creek Boys.
Cansada de los moldes, decidió tirar el canasto y se marchó de Texas a San Francisco, porque quería “estar lejos, porque mi cabeza estaba en un lugar muy diferente”.
En la ciudad de Los Ángeles se unió al grupo Big Brother and The Holding Company; sorprendió con tonos desgarradores que sacudían las fibras íntimas de los oyentes, aderezada con sus arrebatos, sus cabellos desordenados y sus numerosos collares.
Así creó un particular estilo por el cual algunos le endilgaron el apodo de Reina del Bluesrock o La Dama Blanca del Blues .
La diferente
Las cenizas de Janis fueron lanzadas al Océano Pacífico y aunque carece de tumba, bien podrían haber grabado sobre su lápida: sexo, drogas y rock´n´roll .
El afán autodestructivo de Joplin la sumió desde muy joven en el mundillo de las drogas y el abandono físico. En San Francisco vivió como en una montaña rusa, el alcohol y los narcóticos la elevaban y después se desplomaba en caída libre. En una de esas llegó a pesar 35 kilos.
En ese lugar conoció a su amante Ron “Pigpen” McKernan –integrante del grupo The Grateful Dead–; más tarde lo cambiaría por Peter LeBlanc, con el cual estuvo a punto de casarse, pero la pareja no funcionó y Janis se convenció de que nadie la quería.
Aún para aquellos días de amor libre y todos contra todos la vida sexual de Janis era extravagante y caótica; mantenía relaciones con muchos hombres y mujeres en lo que algunos calificaban de “orgías animales”.
En el libro biográfico Scars of Sweet Paradise: The Life and Times of Janis Joplin , escrito por Alice Echols en 1999, a los 20 años Janis conoció en un bar a Jae Whitaker, que junto con Linda Gottfried, sería una de sus amantes preferidas.
La misma Gottfried comentó: “ Jae solía venir a casa a pasar la tarde con una botella de vino y sandwiches. Janis sacaba la hierba, bebíamos, fumábamos…y yo después me iba con mi novio Bob, Janis y Jae se quedaban haciendo el amor”.
Según Linda, la cantante era abiertamente bisexual. “ De hecho su relación con Jae era muy abierta. Se querían mucho, pero luego Janis se acostaba con otros hombres o mujeres con total naturalidad”.
Jae y Joplin vivieron juntas pero la relación comenzó a ir cuesta abajo; aunque se separaron siguieron viéndose con frecuencia, y cuando Janis ocupaba dinero, Jae se lo daba.
Los amigos de la roquera decían que era bisexual, la prensa la calificaba de heterosexual y las lesbianas de lesbiana. Ella, por su parte, nunca se arrimó a ningún bando y solo afirmó ser simplemente “sexual”.
Después de avanzar en la grabación de su álbum Pearl , el 4 de octubre de 1970, se fue a celebrar con su pandilla de amigos y se emborrachó. Perdió el control y en la habitación 105, del Hotel Ladmark, se inyectó heroína de alta pureza y explotó.
Los mozos del hotel encontraron el cadáver 18 horas después. Cuando Jae se enteró –por los noticieros de televisión– que Janis había muerto gritó, enojada y herida a la vez: “¡Maldita zorra estúpida!”