E n la botadura del Costa Concordia, en setiembre del 2005, no todo resultó como se esperaba.
Según la tradición naval, el barco debe recibir un “bautismo” en el que se le tira una botella de champán, la cual debe romperse cuando choca contra la proa. Si no lo hace, es de mal presagio.
En el caso del Concordia y tal como también le pasó al Titanic, el recipiente rebotó dos veces y nunca se quebró...
Para los supersticiosos, eso explicaría los dos accidentes que tuvo ese barco: el primero, en el 2008, cuando chocó, sin grandes daños materiales ni pérdidas humanas, contra un muelle flotante en el puerto de Palermo.
El segundo y esta vez sí, totalmente trágico, fue a unos 300 metros de la Isla del Giglio (Italia) el 13 de enero del 2012. Allí, chocó contra una piedra, lo cual desestabilizó el barco al punto de que se volcó. 32 personas murieron.
A la mañana siguiente del accidente, la compañía Costa Cruceros empezó su víacrucis en el recuento de los daños. A la vez, buscaba quién podía ayudarlos a enderezar el buque.
Los elegidos fueron la empresa italoamericana Titan-Micoperi y el experto en reflotes, Nick Sloane, quien en su currículo tenía hasta el momento el rescate de embarcaciones no tan grandes.
“Es mi mayor reto. Ni juntando todo lo que he hecho en mi carrera llegaría a alcanzar el nivel de esta misión”, dijo en aquel momento Sloane en conferencia de prensa. Nunca dudó que pudiera lograrlo, o al menos no demostró sus miedos frente a cámaras.
Todo el proceso para el reflote del crucero lo podrá ver en el documental El rescate del Costa Concordia , que transmitirá el canal NatGeo.
¿Cómo fue? Desde el 14 de enero, día después del accidente, Sloane se puso a trabajar y analizar lo que rodeaba al Concordia. Mandó a un grupo de buzos para que inspeccionaran el costado que estaba bajo el agua.
El tiempo era oro, así que seis días después trabajaban en la solución para evitar una tragedia mayor. El 20 de enero del 2012, los buzos colocaron 16 cables de acero en la parte expuesta del barco, los pasaron por debajo para amarrarlos a cuatro gigantes bloques de anclaje.
20 meses después ya tenían el plan, aunque no se atrevían a lanzar campanas al viento. La idea era que, con ayuda de gran tecnología, unas cuerdas tensadas jalaran el barco y lo colocaran sobre una plataforma acuática de acero.
El 16 de setiembre del 2013 fue el día de poner a prueba todo lo que habían previsto y ensayado. Miles de periodistas cubrían la noticia de la misión del año, que costó unos 600 millones de euros.
19 horas tardó la operación: minutos antes de las 4 a. m. del 17 de setiembre, el Costa Concordia estaba enderezado. Todos lo celebraron.
Con todo el trabajo que significó el rescate, el Costa Concordia estaba de pie y no fue hasta julio de este año que abandonó, a paso lento, su tumba acuática para dirigirse a un depósito de chatarra de Génova, en Italia.