Cuando terminé de ver el primer episodio de The Newsroom el año pasado hice todo lo que un adicto a la buena televisión hace en instancias similares: primero, volé a la web en busca de reseñas de los principales medios de comunicación. Luego, tras abrir cinco o seis pestañas, le caí a Tumblr para ver si los adictos del GIF habían rescatado ya las que a mi criterio habían sido las mejores citas del capítulo.
Por supuesto, los amigos del infinito tiempo libre no defraudaron... ahí estaban al instante disponibles las imágenes animadas de Jeff Daniels interpretando a Will Mcavoy en lo que de inmediato se convirtió en uno de los más memorables berrinches en la historia de la televisión moderna. ¿Lo recuerda? Seguramente algún contacto de Facebook se lo pasó... una joven estudiante le pregunta inocentemente a McAvoy porqué en su opinión es EE. UU. el más grandioso país del mundo. Sucede que... Will no piensa que lo sea y no se guarda detalles para ilustrar sus motivos. Fue en ESE preciso instante que supe que The Newsroom sería sin duda una de las mejores series del año y precisamente eso esperaba confirmar en las críticas de la serie.
Lejos de halagos, encontré hachazos a lo bestia. Quedé perplejo. Desde el New York Times hasta The Guardian , pasando por el Washington Post , el Wall Street Journal , la Time , la New Yorker ... hasta el Huffington Post , uno tras otro los grandes medios se traían abajo la serie tildándola de poco menos que basura autoindulgente.
Me pareció irónico: acusaban con tanta vehemencia a Sorkin de arrogante que no reparaban por un segundo en la patanería de su tono altisonante. Estamos claros, la crítica puede permitirse jugar con el sarcasmo y la ironía, es parte de lo que la hace amena... pero en este caso la sensación era más bien tenebrosa: había un tufo neblinoso a “no se atreva de decirnos cómo deberíamos estar haciendo nuestro trabajo”.
Esta respuesta casi generalizada de los medios “proper” me resultó intrigante y apasionante por partes iguales. Llegué a preguntarme si Sorkin la disfrutaba tanto como yo, si sería parte de un plan al mejor estilo Inception , sembrando en los periodistas la semilla apropiada para que por sí solos terminaran germinando sus complejos y sus inseguridades. Cuesta creerlo, pero para ser una profesión tan mal paga, viene acompañada de un peligroso complejo divino que va de la mano con aquella frase que me enseñó mi profesor de ciencias en cuarto grado: la información es poder. ¿Y el poder? Pues sí, el poder corrompe.
The Newsroom no solo le recuerda esto a las grandes voces de la televisión moderna capaces de mejenguear cualquier discusión en segundos, se lo recuerda también al televidente y esto es mucho más importante. Una verdad incómoda: el ego del periodista no vale nada frente al pensamiento crítico del espectador despierto, el que sabe que su deber es contrastar opiniones, informarse en más de un medio y, por supuesto, cuestionarlo todo (hasta esta reseña).
Algunos de los críticos han resentido el hecho de que The Newsroom decidiera dedicar cada capítulo de su primera temporada a un evento noticioso reciente, “para demostrarnos cómo debió cubrirse”. No solo cuestionan el mérito del recurso, lo ridiculizan por ser, literalmente, “old news”. Tal crítica es absurda y solo demuestra una vez más cuánto incomodó Sorkin al status quo de la comunicación colectiva moderna.
El ejercicio de recapitulación de recientes bombazos noticiosos (la muerte de Osama Bin Laden, el derrame de petróleo en el Golfo de México, la revolución egipcia, etc) resulta más bien una valiosa oportunidad de revisitarlos y verlos con otros ojos, tratando además de imaginar cómo se habrán vivido estas noticias en las redacciones de los más importantes medios del mundo.
En el camino, en efecto, Sorkin (por medio del “mesías” McAvoy) se atreve a incomodar a propios y extraños recordándonos que el verdadero periodismo se debe a la búsqueda de la verdad y no a la obsesión por la primicia... especialmente cuando la primicia no es tal, visto que la noticia tampoco lo es.
El año pasado, por ejemplo, CNN se dio el lujo de anunciar que el Obama Care había fracasado en la Corte Suprema... cuando había sucedido todo lo contrario. En la era de la desinformación estas “no-noticias” son pan de cada día; hemos llegado al punto en el que se cavan tumbas antes de tiempo.
Es por esto que, cuando en el capítulo cuatro el equipo de la redacción decide no dar por muerta a la congresista Gabrielle Giffords (a pesar de que todos los grandes medios ya anunciaron su fallecimiento), no podemos evitar acompañar su elección y celebrar el momento en el que se confirma que sigue con vida. Por supuesto, la música de Coldplay y el edulcorante emocional de las relaciones interpersonales de los protagonistas le ponen más sazón a la cosa pero si pudimos tolerarlo en Melrose Place y Ally McBeal sin duda lo sobreviremos aquí.
Sí, a lo largo de los 10 episodios de la primera temporada encontramos espacio para lugares comunes, generalizaciones y clichés (el chico indio genio de las computadoras...). Esto no me molesta. Ni me parece que sea prudente tomarse tan en serio el show ni me parece que sea necesario obviar lo obvio: si en Estados Unidos hay decenas de miles de chicos indúes genios de las compus. ¿Cuál es la bronca con retratarlo así?
En una serie que adrede no se permite muchos grises ,Will McAvoy se nos vende como un redentor del periodismo, un visionario que pretende cambiar las reglas del juego y devolverle al noticiero su insumo cerebral, su derecho a reportear lo que vale la pena reportear e informar lo que es realmente relevante. En palabras de MacKenzie (productora del noticiero y exnovia de Will): “Prefiero hacer un buen show para 100 personas que uno malo para un millón”. En momentos en que todo se mide por rating y recordación y alcance y masa... ¡frases como esta incomodan! Pero alguien tiene que decirlas. ¿De forma pedante y ficticia? Sí. Quien quiera un acercamiento más aterrizado a la vida real siempre tendrá a mano precisamente eso: la vida real.
The Newsroom no es televisión perfecta. No habitará en el cielo de Sopranos o de Seinfeld, pero definitivamente está muy por encima del show promedio y en tiempos modernos eso ya es mucho decir.
A la serie se le acusa de ser demagogia pura porque nos manipula y emociona a placer mientras juega con nosotros para mantener nuestro interés en la pantalla. Pero... ¿no se supone que haga precisamente eso la televisión de entretenimiento? Preocupante sería que lo hicieran los noticieros... ¿No cree?