Cuando Walter Zamora tenía nueve años, los mayores de la escuela solían pegarle. Así que alguna vez ideó un plan y topó a uno de esos niños camino a casa.
Le salió de la nada y, cual si fuera un pleito del Viejo Oeste, cada uno corrió hacia el otro y ahí comenzaron los golpes.
La pelea la ganó Walter y, aunque luego lo interceptaron los amigos de ese chiquito y le propinaron una golpiza entre todos, recuerda aquel enfrentamiento como uno de los más gloriosos de su vida: le ganó a un niño más grande que él y se demostró a sí mismo que tenía carácter y que era capaz de darse su lugar.
Por supuesto que aquello fue solo un pleito de niños, uno al que nadie daría mayor importancia más de 20 años después, pero para Zamora tiene un significado especial: el sentimiento es el mismo que el que le recorre las venas cuando se gana una pelea sobre el octágono para coronarlo campeón nacional de las 145 libras o cuando ese mismo ímpetu lo llevó a convertirse en el primer tico en llegar a la UFC.
Con tan solo 26 años, logró materializar el sueño de cualquier luchador de MMA (artes marciales mixtas), al ganarse un espacio dentro de la empresa que alberga a los peleadores de mayor nivel en el mundo.
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El Burro Zamora –a quien un compañero del colegio alguna vez comparó físicamente con el burro de Shrek , y así quedó apodado– será uno de los protagonistas de la tercera temporada del reality show The Ultimate Fighter Latinoamérica, que se estrenará mundialmente el próximo 24 de agosto en UFC Network y que se transmitirá en Costa Rica a través del canal TD+ los sábados (a partir del 27 de agosto), a las 10 p. m.
Esa, a la que Zamora considera la mayor aventura de su vida, en realidad surgió tras una serie de traspiés y reveses que habían llegado a mermarle el ánimo.
Tres años atrás, la cadena realizó en México el castin para la primera temporada del show. Lleno de ilusiones, Zamora pidió dinero prestado para ir a probar suerte, en compañía de su entrenador, el también peleador Alejandro Mandarina Solano.
Tardarían dos años en pagar el préstamo a punta de peleas, pues la persona encargada de adquirir los tiquetes aéreos se equivocó y los compró en primera clase. No costó menos de $1.000 cada uno.
Pese a haber dado lo mejor de sí en el try out, el Burro no fue seleccionado. Su compañero de equipo, Alejandro Año Villalobos aún recuerda la tristeza que embargaba a Zamora, pues ningún tico había sido tomado en cuenta para el programa.
Pasó el tiempo y el Burro siguió acumulando peleas para llegar a un récord de nueve victorias, dos derrotas y cero empates. Acumuló también lesiones, como la fractura en el nudillo que lo dejó fuera del octágono entre setiembre y enero, luego de haber ganado su última pelea en Panamá; o el muslo partido y las tres puntadas sin anestesia que recibió en su más dolorosa derrota en Brasil.
Sin embargo, los bríos se le habían comenzado a agotar. “Yo había hablado con un amigo al que le doy clases y le dije que ya tenía pereza, porque nunca salen buenos eventos. Le dije: ‘Mae, este año va a ser el último. Si sale algo bueno, sigo, y sino, ahí veo a ver qué hago’”, admite Zamora.
La respuesta le cayó del cielo poco tiempo después, cuando una noche de tantas fue contactado a través de Facebook por UFC: la cadena lo requería en Brasil para realizarle pruebas médicas.
Transcurrió mucho tiempo luego de ese viaje y el Burro no recibía respuesta alguna y las esperanzas ya se habían disipado, hasta que una noche de tantas recibió la gran noticia: sería uno de los 16 peleadores latinoamericanos que viajarían a Buenos Aires, Argentina, para la filmación del reality show.
“No sabía qué hacer, me quedé en blanco. Me pasó un recuerdo de todas las peleas que tuve antes, todo lo que pasé, todas las lesiones... Luego ya reaccioné y salí a buscar a mi papá”, rememora.
El 14 de mayo, con una bandera de Costa Rica a cuestas, el Burro partió del Juan Santamaría convencido de que se había preparado lo mejor posible para dejar en alto el nombre del país.
Al llegar a Argentina, la producción le confiscó el teléfono celular y lo llevó a la casa en la que se internaría, sin comunicación ni posibilidad de salir, durante un mes completo.
Cuando Zamora regresó a Costa Rica, este 12 de junio, ni siquiera se había enterado del fallecimiento de Muhammad Ali, uno de los atletas por los que profesa mayor admiración. Ya ni siquiera recordaba la contraseña de su celular y volver a caminar por las calles lo hizo sentir como un preso recién liberado.
“Imagínese: estar encerrado con 15 maes todo el día, no ver a nadie, no saber qué está pasando afuera, no tener teléfono. No poder ver televisión ni escuchar música. En realidad hacen eso para desconcentrarte, tal vez que se armen líos dentro de la casa, que uno empiece a dudar de uno mismo... Todo es un juego ahí”, dice.
Dos veces al día, los participantes eran llevados a un estudio para entrenar durante dos horas y cada cierto tiempo, debían enfrentarse por equipos, uno dirigido por Chuck Liddell y otro por Forrest Griffin, ambos integrantes del Salón de la Fama de UFC.
Así, los participantes se iban eliminando hasta que solamente quedó uno de cada equipo, para un enfrentamiento final que se transmitirá en vivo el 5 de noviembre, desde Ciudad de México.
Debido a una cláusula de confidencialidad, Zamora aún no puede revelar los detalles sobre la convivencia dentro de la casa, la formación de los equipos y los resultados de las peleas.
Fiel a sus convicciones. El Burro Zamora nunca se visualizó a sí mismo en el olimpo de la MMA. “Como todo tico, quería ser jugador de fútbol”, admite.
No terminó el colegio y, de hecho, fue suspendido tres veces por pleitero, algo que ahora lamenta, pues reconoce que los peleadores modernos también son médicos, arquitectos, profesionales en cualquier rama.
A las artes marciales mixtas llegó cuando Mandarina Solano tenía una pequeña academia en San Miguel de Santo Domingo, la tierra que vio nacer al Burro.
Llegó con su hermano apenas dejó la infancia. Dejó de asistir y regresó a los 16 años sin ansias de competir. Empero, cada entrenamiento, cada patada, cada golpe recibido lo fueron absorbiendo y se convirtieron en una verdadera pasión.
“Me gustaba tomar mucho (durante la adolescencia) y ya grande también seguía en la fiestilla. Varias veces fui a entrenar después de tomar y era horrible, todos llegaban y le pasaban como un tren por encima a uno. Entonces llegó el momento en el que dije: ‘O soy profesional o soy un cualquiera’”, rememora.
De hecho, la disciplina y la constancia fueron, a criterio de Mandarina Solano, las claves para que Zamora destacara en medio de una generación que creció junto con el auge de las artes marciales mixtas.
“Ya uno no puede salir con amigos cuando quiere ni ir a fiestas porque si hay pelea o tiene que entrenar, no puede. Con los amigos, si me dicen que salgamos a comer, tal vez todos comiendo pizza y yo buscando dónde comprar una ensalada. O a veces ni salgo porque ya sé que si van a ir al cine, van a comprar palomitas y yo no puedo comer de eso”, explica el Burro.
“Y en lo personal, hasta tener novia es difícil, porque cuesta mucho entender a un peleador. Uno llega a la casa cansado, con hambre o solo con ganas de dormir. A veces andás estresado por una pelea y entonces es un poco complicado, y por eso estoy soltero”, continúa.
Aunque su padre constantemente le decía que buscara trabajo, pero Zamora estaba convencido de que algún día le llegaría su gran oportunidad.
Pero mientras aparecía esa opción por la que tanto había esperado, el Burro se mantuvo como un muchacho humilde, lleno de sueños, que supo abrirse trecho en un deporte con apoyo que sigue siendo limitado, asegura Año Villalobos.
“Es como si fuera mi hermano menor. De verdad que siento un orgullo muy grande, una satisfacción de verlo ahí (en The Ultimate Fighter ). Es como si estuviera yo, me siento así de feliz… por él”, asegura. “Mandarina y yo tenemos 12 años de andar detrás de esa oportunidad (un boleto a la UFC) y gracias a Dios se le dio a Burrito, que es del equipo de nosotros”.
Zamora está convencido de que este reality show dio un vuelco a su vida. Ya no se plantea dejar el MMA y tiene fe en que su participación en el programa lo ayude a conseguir patrocinios y, quizá, a lograr su ansiado espacio como peleador regular de la UFC.
Eso sí, el Burro se mantiene enfocado y fiel a sus raíces: “La fama es un arma de doble filo. Te puede ayudar a ser el mejor o te puede llevar a ser el peor”.