Óscar Castro: El relato de un poeta que vivió 17 años en la calle

Durmió en aceras, comió de la basura y se bañaba en una fuente. Hoy, 12 años después, tiene su propio libro y se ha presentado en importantes festivales de poesía, tanto en Costas Rica como a nivel internacional

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Un día estaba en la Unión Soviética estudiando, preparándose en política; y al otro, sin percatarse y sin entender cómo había sucedido, estaba buscando sobros de comida entre la basura, mientras cargaba una bolsa negra llena de papeles por el centro de San José.

Fueron 17 años los que Óscar Castro vivió en la calle, preguntándose cómo había llegado hasta allí y cuándo iba a salir de esa espiral.

Este hombre nació en 1967,en Paraíso de Cartago, y se considera un fiel seguidor del periodista y poeta uruguayo Mario Benedetti.

Su pasado había sido prometedor: era un buen alumno, se había involucrado en movimientos sociales y conocía de política. Siendo apenas un joven estudió en La Habana, Cuba, y al poco tiempo recibió una beca para estudiar filosofía en La Unión Soviética.

Durante todos esos años se había caracterizado por ser un buen poeta, era una pasión que no podía ocultar y que nació luego de ganar un concurso en la escuela Fray José Antonio de Liendo y Goicoechea, con un poema sobre Cristóbal Colón que su maestra, Antonieta Coghi, le pidió escribir.

“Yo busco cómo interpretar mi pensamiento en un papel. Siempre ha estado ahí (esa pasión). Obviamente ha ido transformándose y creo que sigo aprendiendo. Yo lo que hago es un ejercicio de comunicación, de lo que pienso, de lo que me ha pasado”, explica Castro.

De hecho, nunca ha dejado de escribir, ni en sus años de indigencia. Según relata, fueron muchas situaciones las que enfrentó y que lo llevaron a plasmar en papeles de periódico y cartones sus sentimientos, su desahogo.

Hoy reúne muchos de esos versos en su libro Indigente, que lanzó el año anterior.

“Es mi primer proyecto estrella. Rescaté lo que me quedó de lo que había escrito en la calle, que me acordaba y lo plasmé en un libro”, detalla.

Actualmente trabaja como gestor cultural en su propia agencia, que lleva por nombre Palabra Cero. Ha viajado con la poesía por varios países y desarrolla un proyecto de bien social. Además, fue invitado recientemente al Tercer Festival Internacional de Poesía de Laâyoune, en Marruecos.

No obstante, cada vez que pasa por San José, recuerda la etapa más difícil de su vida.

La bola de nieve.

Al regresar del extranjero, Óscar no tenía nada. Se las fue arreglando para poder sobrevivir, salir adelante, y se involucró en proyectos sociales y ecologistas, acordes a su ideología política.

Sin embargo, conseguir trabajo era cada día más complicado, y el alcohol y la droga comenzaron a ser sus aliados para huir de los problemas.

Al principio alquilaba un cuarto, pero pronto se quedó sin techo porque no tenía cómo pagarlo. Se vio obligado a recurrir a sus amigos más cercanos para que le permitieran pasar la noche en su casas, hasta que las amistades se acabaron, se cansaron del excesivo consumo de droga y desconfiaban de él.

Cuando se miró, despertó solo en un parque de Cartago.

“Ese torbellino me absorbió con todo lo que la calle incluye. Se fue cerrando el círculo, ahí comenzó mi pesadilla y eso provocó que paulatinamente fuera perdiendo todo”, dice.

Durmió en un dique, en calles, cafetales y cementerios y, al no tener opción de conseguir piedras de crack (porque ya nadie le prestaba o le regalaba dinero), emigró a la capital, ya que “la oferta era muy activa” y “era el caldo de cultivo que yo necesitaba”.

“Yo andaba en la búsqueda de muchas respuestas, andaba buscando cómo tener un proyecto de vida, pero tenía el agravante de que la problemática de consumo que ya estaba presente no me permitía desarrollar nada y entonces me iba hundiendo poco a poco, hasta que me sumergí”, recuerda.

Pronto estaba comiendo sobros de los restaurantes de comida rápida, dormía en alguna esquina de la avenida central, se bañaba en la fuente del Jardín de Paz, frente a la Escuela Metálica –el cual consideraba su ‘jacuzzi personal’–, y conseguía ropa en las bolsas de basura que registraba o en la ropa americana.

Llegó a recitar sus poemas en los parques capitalinos junto a algunos trovadores, principalmente, en el Parque Nacional y en La California, y allí conseguía el dinero que utilizaba para comprar droga.

Para ello ideó un plan: no se bañaba y trataba de lucir bastante sucio, porque sabía que así iba a conseguir más dinero.

“Mi vida era consumir”, agrega Castro, quien llegó a ingerir hasta 30 piedras por día.

Los años iban pasando y la salida a sus problemas se veía cada vez más oscura. Los poemas eran lo único que tenía; su desahogo a los diez años que llevaba sumido en ese mundo. El inicio del fin había llegado.

“Me acuerdo que para el año nuevo del 2000 yo me estaba fumando una piedra de crack para celebrar, y fue ese día que me sentí miserable”, cuenta.

Posteriormente otra señal lo hizo entender que necesitaba cambiar su estilo de vida: al pasar por un edificio capitalino y verse sucio reflejado en los ventanales y con una bolsa negra al hombro, vio en lo que se había convertido realmente.

“Me daba miedo perderlo todo y con todo me refiero a un tubo de antena de carro que usaba para fumar, una bolsa de basura y un cartón”, detalla.

Al tiempo lo invitaron a un importante evento de poesía y mientras recitaba sus versos frente a decenas de personas entendió que debía hacer el esfuerzo por cambiar y dejar de consumir. La gente le repetía que tenía el talento.

Recayó muchas veces hasta que decidió dejar San José e irse a Corcovado.

“Tenía tanta incertidumbre porque me preguntaba adónde iba a vivir y qué iba a comer. Aparte de que la necesidad de consumo era terrible, me tenía poseído, atado, era una cadena que no podía soltar y entonces ese proceso de retorno se hacía fuertísimo, hice uno y mil intentos”, afirma.

Hizo yoga, respiraba aire puro, y poco a poco comenzó la desintoxicación. Regresó a Cartago y aquellos amigos vieron un cambio que le empezó a abrir puertas. Encontró un trabajo en construcción, y como no tenía casa, dormía en la bodega y se alimentaba de pan y agua.

“Lloré muchas veces, me hinqué muchas veces a pedirle al Dios en el que creo, que me diera la oportunidad de encontrar una cosa: paz. Ya no me importaba el dinero, ni la comida, ni zapatos; yo necesitaba sacar ese monstruo que llevaba dentro”, comenta Castro.

Luego vinieron mejores trabajos al punto que terminó encargándose de una radio; allí se dio cuenta que su vida había cambiado y que ese futuro que imaginó, mientras estaba acostado en un cartón y cobijado con una bolsa plástica, era real.

Poesía.

Ahora se dedica de lleno a la poesía, su arma más fuerte, la que lo ha ayudado a salir adelante y lo ha obligado a luchar por lo que quiere. Empezó a trabajar como gestor cultural en la Municipalidad de Paraíso y se encargó de una oficina de apoyo a las personas que se encuentran en adicción.

Ha participado en ferias del libro nacionales, lo invitan como conferencista a diferentes eventos, se presentó en el Salón de Expresidentes de la República de la Asamblea Legislativa, y ha llevado sus poemas a países como Cuba y, más recientemente, Marruecos, donde, incluso, recibió una condecoración.

“Empecé un proceso de creer que con el arte iba a poder sobrevivir y ahora quiero compartir mi conocimiento con otras personas. El arte es capaz de transformar a una personas y la convierte en una herramienta para cambiar la calidad de vida de otras personas”, indica.

Óscar tiene claro que no quiere ser un escritor más, y para ello tiene que hacer las cosas diferentes, por lo que ha iniciado con un proyecto de bien social que ha crecido de manera inimaginable, tan solo en cuestión de un año.

Para este 2019, esos proyectos son más ambiciosos y su intención es que sus libros de poesía sean inclusivos, por ello, forma parte de la organización sin fines de lucro TSIÖ, que busca mejorar la calidad de vida de personas en riesgo social o con alguna discapacidad.

Por ello, Indigente tiene una versión en audio, otra en macrotipo (para personas con baja visión) y una más en braille. Además, en cada una de sus presentaciones lleva un intérprete de lesco.

Este es un proyecto que recién empieza, ya que la intención es donar y equipar las diferentes bibliotecas del país con un total de 25 mil libros en braille.

“Estamos trabajando en la gran biblioteca nacional de braille, que es hacer una gran convocatoria de escritores costarricenses para rescatar ese legado de pensamientos para transformarlos en formato braille, que serán distribuidos en 100 bibliotecas y centros de educación especial”, destaca.

Además, está escribiendo una autobiografía, y espera que esta sea un impulso para las personas que la adquieran, y que los motive a cumplir sus sueños esforzándose y con valentía.

Cicatrices.

Han pasado 12 años desde que decidió dejar la vida de la calle, pero las secuelas comienzan a aparecer.

Óscar quedó sordo del oído izquierdo y en el derecho oye un 50%. Asegura que fue por la ingesta de droga tan elevada durante casi dos décadas.

Pero esa no es la única complicación, ya que frecuentemente sufre de hemorragias nasales por el consumo de cocaína, crack y marihuana, que terminó por destruirle las fosas nasales.

Aunque son problemas que lo acompañarán de por vida, para el poeta son solo secuelas que no se comparan a lo que ha logrado alcanzar en los últimos años, en los que ha podido cumplir sus sueños, esos que hace dos décadas no existían.

Castro resume, así, su historia de vida: una tormenta con un bello atardecer.