Es un mortal, pero con un talento único e innegable para escribir canciones que llenan de nostalgia, que incitaron a dictadores y que, por igual, se anidan en el corazón de jovencitos y ancianos con mil historias en su memoria.
Ese es Joan Manuel Serrat , quien llegará el viernes a sus siete décadas de vida, un cantautor español que con sus versos puso alas a los sueños de libertad de una España franquista y de muchos países latinoamericanos.
No es un cantor del montón, este catalán desafió al régimen del dictador español Francisco Franco; pagó en carne propia las consecuencias –lo vetaron en radio y televisión de España, y se tuvo que exiliar en México–, pero siempre se mantuvo fiel a sus ideales.
Ese espíritu de lucha lo llevó a integrar un grupo de artistas catalanes que se oponían al régimen, y llegó a ser símbolo de esperanza entre quienes querían un país libre.
¿Qué tiene de especial?, la respuesta variará según a quien se le consulte. Hay quienes le admiran su habilidad para componer versos hermosos y acompañarlos con melodías contagiosas. Otros valoran la forma como retrata en sus canciones la dureza de la vida, de los menos afortunados, como él y su familia.
Su buen verbo es otro deleite de este músico que nació en 1943, en el barrio Poble Sec, en Barcelona.
Hay que escucharlo recordar en sus conciertos anécdotas de sus viajes por América. Miles de ticos recordarán todavía cuando él los puso a reír en La Sabana, en el 2011 , al narrar sus periplos por Brasil.
Pero, ante todo, Serrat es un soñador, porque no hay otra forma de llamar a quien está seguro de que es posible cambiar el mundo.
“Creía, firmemente, que el mundo se podía cambiar y que para eso bastaba la voluntad de querer cambiarlo”, aseguró el artista al canal 13 de Chile.
Años duros. Serrat nació en una España donde su familia pertenecía al partido político de los vencidos en la guerra civil. Su familia era de clase obrera, no la pasó tan mal como para no tener comida en su casa, pero nunca tuvo lujos o grandes posibilidades, según la biógrafa Margarita Rivière.
Nunca soñó con llegar a ser cantante, menos en inspirar a cientos de miles de personas. Eso sí, se pasaba su niñez escuchando la radio, cantando y escuchando las historias de pueblos y familias que su madre le narraba.
A la música llegó sin buscarlo. En el colegio técnico se unió a unos amigos que querían formar un grupo, y a él le atrajo porque era una forma de acercarse a las mujeres.
En 1964 debutó en el programa Radioscope , ahí gustó mucho y fue impulsado por el presentador Salvador Escamilla, para tocar las puertas de un sello disquero pequeño y grabar una canción.
La historia de ahí en adelante es más conocida. Su primer reto al régimen de Franco ocurrió al pretender cantar en el festival Eurovisión en Catalán, lengua prohibida. Años más tarde criticó la pena de muerte, y eso le valió el no poder regresar a su país.
Para la libertad , Tres heridas , Penélope , Hoy puede ser un gran día y muchas otras se transformaron en himnos al amor, a las luchas, al optimismo y a la libertad. Sin embargo, ese estilo contestatario, que pretendía sacudir el pensamiento de los dormidos, le valió ser persona no grata durante 17 años en Chile.
Por eso, el concierto que ofreció en el Estadio Nacional de Chile, en 1990, cuando el país se libró del dictador Augusto Pinochet, marcó un hito en su relación con ese país.
También libró luchas más personales: en el 2004 se difundió la noticia de su lucha contra el cáncer de vejiga, que lo llevó a cancelar su gira Serrat sinfónico . De ese trago amargo también salió airoso.
Con Costa Rica. La relación de este español con Costa Rica comenzó en la década de los 70. Sus primeras visitas las gestaron españoles radicados en Tiquicia.
Alfredo Chino Moreno, músico y programador de radio, recordó que a principios de esa década el autor de Lucía se presentó en el Gimnasio Nacional. Por esos años, Moreno tenía una de las pocas baterías de calidad en el país, por eso se la pidieron para usarla en el recital.
Él aceptó, con la condición de ser él mismo quien la ensamblara. Así fue como gestó uno de sus buenos recuerdos de juventud de conocer en persona al español.
Tanto Moreno como el cantautor Humberto Vargas confirman que el intérprete de Pueblo blanco es una persona que influyó a muchos músicos en el país, además de ser un conversador muy inteligente y divertido.
Arnoldo Herrera, productor de varios de los conciertos del español en el país, explicó que el Serrat que no ve la gente es una mezcla entre persona tranquila, apasionado hasta el tuétano del F. C. Barcelona y alguien que disfruta del buen comer, en restaurantes josefinos como El Chicote y Fuji.
“Serrat siempre ha dicho que le gusta Costa Rica, que la pasa bien aquí; en algunas giras se ha quedado más de lo necesario”, dijo Arnoldo Herrera.
En este país realizó conciertos memorables. Uno de esos fue el que ofreció al aire libre, en el balneario Ojo de Agua, en marzo del 2007.