Sumergirse en el verismo más puro y acendrado, sacudiendo las fibras más íntimas y desnudando los sentimientos más escondidos, tiene un precio que se paga sobre el escenario. Ello ocurrió en el estreno de la dualidad operística denominada popularmente Cav/Pag , y que responde a los dramas de Cavalleria rusticana de Pietro Mascagni, y Pagliacci , de Ruggero Leoncavallo.
Óperas: Cavalleria Rusticana de Pietro Mascagni
Libreto de Giovanni Targioni-Torzetti y Guido Menasci sobre romanzo de Giovanni Verga
Pagliacci de Ruggero Leoncavallo. Libreto del compositor sobre el drama La femme de Tabarin de Catulie Mendès y Un drama nuevo de Estebañez (Manuel Tamayo y Baus)
Intérpretes: Belem Rodríguez, Carlos Galván, Fitzgerald Ramos, Glenda Juárez, Melissa Soto, María Marta López, Michael Corvino, José Daniel Hernández, Efrayn Cruz y Carlos Quesada.
Director Musical: Enrique Patrón de Rueda / Director escénico: Alejandro Chacón
Escenografía y Vestuario: José María Junco
Coro Sinfónico Nacional: Ramiro Ramírez, Director
Coro del Instituto Nacional de Música: Marcela Lizano, directora
Compañía Lírica Nacional: Patricia Conde, Directora
Orquesta Sinfónica Nacional, Jueves 20 de junio de 2013
‘Cavalleria rusticana’. La más pura representación del verismo italiano fue abordada con decisión, por un elenco disímil. La disparidad en los solistas fue obvia e incómoda y no permitió la coherencia que hubiese sido deseable.
Pese a sus innegables condiciones, el tenor mexicano Carlos Galván acometió de entrada una Siciliana carente de matices y de imaginación.
Conocidas son las dificultades que presenta la pieza para el intérprete, que se ve obligado a cantarla en una tesitura ingrata cuando todavía el órgano vocal no ha culminado su proceso de calentamiento.
Innecesariamente gritón, y de musicalidad dudosa, el resto de su prestación vocal ostentó las mismas condiciones señaladas, aunque un par de frases emitidas en mezza voce (media voz), al iniciar su Addio alla madre , nos convencieron de que el intérprete posee recursos interpretativos que, extrañamente, no utilizó en el resto de la ópera.
La mezzosoprano Belem Rodríguez ofreció una bella voz en el papel de Santuzza, aunque sus agudos sonaron, por lo general, destemplados y estridentes. Se percibió en ella una tendencia general hacia la sobreactuación y fueron constantes los episodios en los que su manejo escénico lucía sucio y fuera de lugar.
En el rol de Alfio, Fitzgerald Ramos, el barítono costarricense, lució seguro musicalmente, apoyado en movimientos sobrios y eficaces. Su hermosa voz resaltó entre los solistas por su innata calidez y autoridad. Entre los comprimarios, Melissa Soto (Lola) se vio nerviosa y con escasa proyección. Su voz evidencia un proceso técnico inconcluso y, por secciones, se percibe blanca. Glenda Suárez, de mayor trayectoria, desperdició un órgano vocal de primer nivel en un rol que, por lo general, es abordado por cantantes en proceso de retiro.
No hay duda de que Enrique Patrón de Rueda es un gran director, con oficio indudable en materia operística. Empero, resultó discutible su manejo del coro, innecesariamente fuerte en ocasiones, lo que restó ambientación bucólica o religiosa a sus participaciones.
Ejemplo de lo anterior fue el Regina Coeli , iniciado abruptamente, contra lo indicado en la partitura, lo que devino en carencia total de matices.
Por lo demás, exceptuando tres o cuatro notorios desfases, el maestro Patrón de Rueda mantuvo buena comunicación con el escenario. Su dominio de la masa orquestal fue evidente y la interpretación del Intermezzo , plena de poesía y buen gusto, fue lo mejor de la noche. El Coro Sinfónico se mostró afinado y equilibrado, ya que que las salvedades señaladas no son de su responsabilidad. La Orquesta Sinfónica Nacional, respondió estupendamente a los requerimientos de la obra, y fue tal vez lo más destacado de la velada.
El movimiento escénico general fue torpe y limitado. Circunstancias de precario gusto, como la innecesaria escena de amor entre Turiddu y Lola en el mero inicio de la ópera, restaron calidad al espectáculo. El director escénico dejó sin resolver situaciones teatrales básicas, algunas de las cuales ensuciaron el movimiento y el discurrir argumentativo. El diseño de luces se vio estacionario, limitado y carente de imaginación.
‘Pagliacci’. El tenor mexicano Carlos Galván, sustituyendo emergentemente al costarricense Ernesto Rodríguez en el papel de Canio, mejoró ostensiblemente su participación ya reseñada. Su voz disminuyó claramente en estridencia y hasta se dio el lujo de lucir alternativamente su media voz con resultados favorables.
María Marta López, pese a ser una intérprete estrictamente belcantista, acometió las dificultades de un rol excesivamente central (y en ocasiones grave) para su lírica tesitura. No obstante, defendió su participación con una excelente escena, fluida y convincente.
El norteamericano Michael Corvino (Tonio) evidenció una excelente condición técnico-vocal, y un eficiente manejo escénico. El Silvio de Fitzgerald Ramos fue indiscutible y musical. José Daniel Hernández en su doble rol de Beppe y Arlecchino lució una hermosa voz de tenor leggero , y una más que digna actuación, pese a la incierta afinación de su Serenata . Los particchini (partiquino) de Carlos Quesada y Efrayn de Jesús Cruz fueron correctos. El Coro Sinfónico fue punto alto en el montaje.
Nuevamente fueron las limitaciones escénicas, y la torpe concepción del movimiento, los responsables de la mayoría de los problemas que evidenció la puesta.
Movimientos falsos como el que se genera antes del uxoricidio de Nedda; el desplazamiento de Beppo hacia el cuerpo exánime de aquélla, que incluye un lamento que no se entiende; y las carcajadas mefistofélicas de Tonio tras ello, merecían una justificación más elaborada y coherente.
Por lo demás, fue el propio responsable de la regie quien dificultó el movimiento, introduciendo elementos estorbosos en medio de la escena, y asumiendo ángulos inconvenientes para desarrollar la trama.
En ambas producciones, la escenografía fue bella, si bien carente de funcionalidad. Por lo general, provocó situaciones irresolubles y mal diseñadas. La concepción del vestuario de Milo Junco fue acertada y correctamente ejecutada.
¡Inconcebible! En la mitad del tórrido coloquio de amor entre Silvio y Nedda, un ringtone de celular irrumpió en escena sin ser invitado. Fue tan notorio el incidente que el maestro Patrón de Rueda hubo de suspender, por casi un minuto, a que la propietaria del adminículo silenciara el mismo. ¿No cansa ya la irrefrenable polada y mala educación del costarricense?
El programa de mano incluyó dos paupérrimas sinopsis de la trama de cada una de las óperas, que –en el caso de Cavalleria – tendía a confundir al espectador. Ni tan siquiera se tuvo la cortesía de indicar las fechas en las que cantaba cada uno de los personajes doblados. Lleno de horrores ortográficos, datos de veracidad dudosa, y deficiente redacción, dicho programa constituyó un claro retroceso en la materia.
El montaje de Cav/Pag constituye un indudable esfuerzo de diversificación, que –al menos en la noche del estreno– no encontró correspondencia en la reacción del público, que llenó escasamente la mitad del Teatro. Es de esperar que la afluencia del público aumente con el avance de las funciones, pues se trata de un espectáculo que salta por encima de sus propios obstáculos.