Dos aspectos a la vez opuestos y complementarios se conjugan en el desempeño de un intérprete de rango: el virtuosismo y la introspección. Es decir, por un lado, la capacidad para realizar proezas de extrema dificultad en el instrumento; por otro, la sensibilidad que induce al escucha a adentrarse en la intimidad y la quietud.
A menudo, estas cualidades se entrelazan en una misma obra; a veces, la obra tiende a excluir una u otra de ellas.
El recital del distinguido pianista ruso Kirill Gliadkovsky, ahora radicado en los Estados Unidos, ejemplificó en parte este aserto, en ocasión de la apertura del vigésimo Festival de Música Credomatic, el sábado 14 de agosto, en el Teatro Nacional (TN).
Los atributos de virtuosismo e introspección por igual se barajaron en las tres piezas de Fryderyk Chopin (1810-1849) que finalizaron la primera parte.
Kirill Gliadkovsky imprimió el necesario
La función terminó con la amena e idiomática interpretación que Kirill Gliadkovsky plasmó de cinco canciones del estadounidense George Gershwin (1898-1937), transcritas por el autor, para la sala de conciertos, de números tomados de obras de teatro musical estrenadas en Broadway en la década de 1920. Entre las selecciones, destacaron la sentimental
Tras los aplausos insistentes, Kirill Gliadkovsky complació, fuera de programa, con el
Si el pianista optó por un instrumento que produce un sonido que ya no es óptimo y arriesgó cierto grado de menoscabo en la calidad tonal de su rendimiento, ¿qué nos dice eso acerca de la idoneidad del nuevo Steinway & Sons, cuya opacidad sonora he señalado en varias ocasiones?
Acaso la nueva administración del TN podría hacer valer la garantía, si la hay, y, de darse un canje, esta vez buscar la asesoría calificada de expertos verdaderos.