Crítica de música: Reto inconcluso

Música sinfónica de gran dificultad. El pájaro de fuego de Stravinsky ha sido el más importante desafío artístico que la OSN se ha impuesto este año.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Enfrentar la enorme complejidad de la partitura completa del ballet El pájaro de fuego de Stravinsky ha sido el más importante desafío artístico que la Sinfónica Nacional se ha impuesto este año. Afortunadamente, el trabajo ha estado a cargo de Christoph Campestrini un director de notables cualidades.

Además de lograr empalmar esta música intrincada, el director debe imprimirle el carácter mágico que exige el argumento y el vuelo melódico, al cual Stravinsky como buen ruso no renuncia en sus composiciones.

Si a todo esto le agregamos una paleta de intensos contrastes dinámicos (algunos de los cuales se quedaron cortos) podríamos acercarnos a entender la verdadera naturaleza del reto asumido por Campestrini.

Por si fuera poco, en este noveno concierto de temporada se incluyó la Alborada del gracioso de Maurice Ravel, que aunque más breve no deja de ser muy difícil en su delicada construcción y sutilezas rítmicas y melódicas.

Aunque en la suma final al pájaro le faltaron plumas y a la alborada gracias, hay que reconocer que nuestra orquesta demuestra enormes capacidades cuando al frente se sitúa un buen director.

El trabajo obviamente no está concluido y debe continuar con obras de este calibre, no solamente con aquellas que buscan contentar a la audiencia de la manera más fácil.

En este sentido, también es una buena noticia que el público haya recibido con interés y ovación final la interpretación en concierto –es decir, sin ballet– de la formidable pieza de Stravinsky, repleta de texturas y detalles de color ensamblados en un alambricado tejido rítmico y formal.

No es simple de tocar ni tampoco de escuchar, y tanto la orquesta como el público merecen un honroso aprobado en sus repectivas tareas.

Valga señalar que además hubo destacadas intervensiones solísticas como las de Carlos Ocampo, fagotista principal de la Sinfónica, en el extenso solo de Ravel y muy especialmente en la deliciosa berceuse que representa el apaciguamiento de las fuerzas maléficas gracias a la magia del Pájaro de fuego.

De igual manera los solistas de la velada, Rosa Matos y David Calderón, ofrecieron interpretaciones limpias y sensibles de las obras contemporáneas para dos guitarras y orquesta que completaron el programa: Cita concertante, del cubano Eduardo Martín y Patricia y el aire, del costarricense Edín Solís, ambas con notable factura guitarristica.

Me causó extrañeza que Solís haya optado por el camino más cómodo al remitir su obra, compuesta por encargo de la Sinfónica para ser estrenada en esta ocasión, al estilo musical de Joaquín Rodrigo. Múltiple lugar común para un material temático obviamente español con dos guitarras solistas e inspirado en textos de Lorca.

No deja de asombrar tampoco la paradoja presente en este programa de que la música de Ravel y Stravinsky compuesta hace un siglo suene en nuestros días mucho más contemporánea e innovadora que la de Solís y Martín, quienes parecen haber renunciado a la originalidad en sus obras.