En el siglo XIX, en Rusia, así como en otros lugares de lo que se consideraba entonces la periferia de Europa, hubo un fabuloso auge artístico de la mano con el proceso de construcción de las nacionalidades. Respecto a la música, esta explosión creativa se ha identificado tradicionalmente con el movimiento nacionalista, del cual las tres obras que integraron el programa inaugural de la Temporada Oficial de la Sinfónica Nacional el viernes pasado son piezas fundamentales.
Del mismo modo, estas partituras son exponentes de la gran paradoja del nacionalismo ruso en su aspiración de crear un lenguaje musical original que al mismo tiempo fuera reconocido y apreciado en las grandes metrópolis europeas. Esto, sin duda, obligó a los compositores a mantener una sólida conexión con elementos comunes de la cultura musical europea.
Obertura. La obertura de la ópera Ruslán y Liudmila , de Mijaíl Glinka, es un fiel ejemplo de esta contradicción. Construida a partir de la estructura clásica tradicional de la forma sonata, la pieza contiene ya rasgos melódicos y armónicos específicamente rusos, además del carácter general de impetuoso optimismo característico en la representación épica del Bogatir (héroe legendario ruso). Por ello, y a pesar de contener varios temas que se interrelacionan a la manera de las formas clásicas, no hay pausas perceptibles y toda la música fluye en un solo impulso vertiginoso que requiere de gran virtuosismo y ágil digitación especialmente en los instrumentos de cuerda, lo cual me temo que aún nuestra orquesta no consigue plenamente.
Este aparente contrasentido entre las formas clásicas europeas y el espiritu autóctono está también presente en el espléndido concierto para violín y orquesta que Piotr Chaikóvski compuso en 1877, definitivamente emparentado con las más importantes partituras para violín y orquesta del siglo XIX.
Sin embargo, y a pesar de la acritud de los nacionalistas de la Maguchaya kuchka (Los cinco) hacia Chaikóvski, su concierto para violín es una de las obras más rusas jamás compuestas, tanto por su extraordinario melodismo derivado de la romanza de tradición urbana, como por la presencia directa del folclore eslavo y gitano en el tercer movimento.
Solista. Formidable provecho obtuvo Philippe Quint de las posibilidades de su Stradivarius (el famoso Ruby de 1708), gracias a una enérgica adherencia y espléndida conducción del arco sobre las cuerdas.
Sin embargo, fue notorio algo de inseguridad en los pasajes virtuosos al inicio del concierto de Chaikóvski, superada totalmente durante la interpretación de un segundo movimiento de amplias melodías y bellísimos contrastes en intensidad y colorido.
Con extremo virtuosismo Quint abordó también el movimiento final, a lo cual se sumó una orquesta conducida de manera precisa por Carl St. Clair, a la que sin embargo le sigue faltando pulimento en los detalles.
Obra sinfónica. Respecto a Cuadros en una exposición de Modest Músorgski, cabe recordar que su autor militaba en el grupo de Los Cinco y su obra está fuertemente orientada tanto hacia el nacionalismo musical como a la representación realista.
Por ello, algunos de los cuadros son referencias al mundo fantástico de cuentos y leyendas folclóricas rusas ( Gnomus, Baba Yagá, La Gran Puerta de Kiev ) pero otros son simplemente representaciones musicales realistas ( Il vecchio castello, Tuileries, Bydlo ) o incluso la expresión musical del habla popular, como es el caso del diálogo entre un judío rico y uno pobre (Goldenberg y Schmuyle).
Por otro lado, agrios comentarios de parte de músicos y público acompañaron la presentación de un nuevo uniforme de la agrupación, el cual a algunas personas les pareció más apropiado para una orquesta de baile. La verdad es que, cuando cuando la Sinfónica ocupó el escenario, yo mismo tuve que reprimir las ganas de gritar “¡mambo!”, aunque debo reconocer al menos una virtud del nuevo vestuario: por contraste, hace parecer elegante el atuendo que generalmente usa el director titular.
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En términos generales, nuestra orquesta y su director tuvieron una actuación destacada en todo el programa, con excepción de los solos de trompeta en la obra de Músorgski que padecieron serios problemas de emisión y fraseo.
Ahora bien, el brillo de un programa compuesto por obras de gran calado y del gusto de todo el público, así como la presencia de un solista de primera línea, no pueden ocultar el hecho de que la Orquesta Sinfónica Nacional se encuentra en un momento importante de su historia ante la disyuntiva de continuar progresando o estancarse.
FICHA ARTÍSTICA
FECHA:Viernes 3 de marzo, 2017
LUGAR:Teatro Nacional, 8:00 p. m.
DIRECTOR TITULAR: Carl St. Clair
VIOLÍN SOLISTA: Philippe Quint
Obras de Glinka, Chaikóvski y Músorgski