Los Ángeles, EE. UU. Invisible, la voz en off que dominaba el teatro Nokia advirtió a la joven audiencia quién era Diana Ross y por qué había que recibirla como toda una diva... casi como si se tratara de Taylor Swift.
Ross fue la única verdadera leyenda de la música que pasó la noche del domingo por el escenario de los American Music Awards... y sin duda la única artista que superaba los 50 años.
Frente a ella tenía a un auditorio lleno de adolescentes cuyos padres ni se conocían cuando ella era la reina de las listas de popularidad.
En los American Music Awards (AMA, en confianza, o, mejor aún, #AMAs) los artistas del momento son los que cuentan, los que importan, los que existen. Las categorías en disputa son pocas y en muchas se repiten los mismos nombres, justo esos cuyas canciones han sonado sin descanso en la radio, en YouTube y en Spotify.
Si bien los premios llevan el apellido “American” (sinónimo acá de “estadounidense”), su espectro incluye a estrellas foráneas de altísimo consumo en Norteamérica.
Por eso a nadie extraña que la boyband más consumida hoy en todo el mundo, la inglesa One Direction, saliera como la máxima ganadora de la noche... justo como sucedió en su momento con los New Kids on the Block y los Backstreet Boys.
La reina de la colmena. Si bien los AMA se rindieron ante One Direction, la reina de la velada fue Taylor Swift.
La delgada rubia es la perfección en tacones: cara de ángel, voz aceptable, cuerpo de anuncio de máquina de ejercicio y un carisma innegable.
Las cámaras siempre estuvieron sobre ella y Taylor respondió: bailó, sonrió, lloró... encantó.
Para efectos de la industria del entretenimiento, Taylor es ya una leyenda. A sus 24 años está en la cresta de la ola, sus discos aún se venden por millones en una época en la que ya nadie compra compactos y por eso se le dio la primera versión del premio Dick Clark a la excelencia.
Clark fue el hombre de radio y televisión que inventó estos premios en los 70, cuando ABC perdió los derechos de emisión de los Grammy y sobre su legado es que hoy los AMA están cimentados.
Taylor recibió su nuevo premio de manos de Diana Ross, la veterana diva a la que el animador tuvo que presentar a la joven audiencia en un corte comercial.
Todo esto sucedía en las primeras filas, reservadas para los artistas en competencia y otras celebridades locales. Ahí Taylor se abrazó con su amiga Lorde y unos metros más allá los One Direction se fundían en un abrazo cada vez que un premio les era conferido.
Eso que no se ve... Está de más decir que una premiación como la AMAs está pensada en función de la televisión. Por esto, durante los cortes comerciales se desatan protocolos muy particulares que quienes están en casa ignoran.
Entre lo más curioso están los “ocupa asientos”. Resulta que si un invitado se levanta para ir al baño o a comprar algo de comer (comprensible en una actividad de casi tres horas), algún joven corre a ocupar su puesto, a fin de que en las tomas no se vean vacíos. Una vez que el dueño de la silla regrese, aquel desconocido se despide cortés y busca un nuevo hueco para llenar.
Igualmente, el público que en cámaras se ve interactuando con los artistas, bailando a su alrededor, es gente que entra específicamente para eso. Así, los productores se garantizan rostros felices, cuerpos que sí saben moverse y cero riesgo de un arrebato groupie que ponga en peligro a las estrellas.
Algo que nadie vio en casa, a menos que viva en China, fue la grabación de dos segmentos exclusivos para la audiencia de aquella nación. Ninguno de los medios de comunicación presentes estaba al tanto de que los AMA tenían categorías internacionales en las que, al parecer, solo compiten estrellas de la música china. Aún así, la audiencia presente en el teatro Nokia aplaudió la actuación del dúo Chopsticks Brothers (presentados como un fenómeno de la escala del Gangnam Style) y el premio al ídolo Jason Zhang, quien sorprendió no solo hablando en inglés, sino proclamando su amor por Michael Jackson.
Del anfitrión, Pitbull, poco se puede decir nuevo: Estados Unidos sigue encantado con el rapero cubano, quien es por mucho más popular en estas tierras que en Latinoamérica.
Su spanglish hace gracia, cae bien, y su pinta elegante evita asociaciones innecesarias con los desaliñados inmigrantes ilegales que cruzan el desierto y tanto asustan a los republicanos.
De las actuaciones musicales, difícilmente alguien mayor de 30 años (como en mi caso) puede considerarse su target .
Entre lo mejor de la noche se puede contar a Lorde –compite en una liga aparte– y a unos Imagine Dragons que finalmente están cantando canciones nuevas.
De lo peor de la noche, sin duda, fue Fergie, quien ya luce desesperada por seguir en la misma frecuencia que artistas 15 años menores que ella, como Iggy Azalea o Ariana Grande. No lo logró.
Para el cierre, el trasero más conocido del mundo (a pesar de los patéticos intentos de Kim Kardashian).
Jennifer López hizo de su retaguardia una marca registrada, un ícono de la cultura pop desde que debutó en la piel de Selena, hace ya casi 20 años atrás.
Hoy JLo sigue viéndose espectacular y su música mantiene la intrascendencia de siempre.
Por eso, la dueña del trasero no se asustó ante la competencia y más bien supo sacarle provecho a la fama reciente de la anatomía de Iggy Azalea.
Su dueto Booty no es tal: en realidad es una pésima canción dedicada a los traseros hecha como excusa para que sean esos, los traseros de Jennifer e Iggy, los que “dialoguen” frente a la cámara. Aquel choque de carnes es hoy un video descaradamente viral y en los AMAs se dio la esperadísima primera interpretación en vivo de la colaboración.
Y así terminó la noche: con Iggy chocando sus nalgas con las de una hot latina que podría ser su mamá.
Aquello fue un encuentro de proporciones apocalípticas.