Tenía unos nueve años cuando, siendo parte de la chiquillada limonense y pegado a la malla del Juan Gobán, observó las movidas de un jugadorazo que se ganó su admiración infantil por todas las razones: la forma en que se conducía con el balón, su interacción con sus compañeros, un señorío impresionante que deslumbró al pequeño, ya practicante activo del fútbol de barrio.
Aquel niño era Enrique Díaz Harvey, quien años después se convertiría en un figurón del fútbol de Primera División, concretamente en el Deportivo Saprissa, y sería un baluarte de la Selección Nacional a lo largo de la década de 1980.
El caso es que en aquel momento se impresionó tanto con las maneras y los decires del entonces jugador de Liga Deportiva Alajuelense que antes de que finalizara el partido corrió, en un tris consiguió una servilleta y le pidió un autógrafo al manudo, quien con afabilidad y cariño le estampó calmadamente su autógrafo en aquel “documento oficial” y memorable que marcó un sentimiento teñido de rojinegro hasta el día de hoy: la firma decía: “Att Juan José Gámez, LDA”.
Próximo a cumplir 63 años el 23 de febrero, Enrique Díaz explica por qué, incluso jugando con Saprissa, donde labró una prolífica carrera, siempre guardó un cariño especial por el archirrival Alajuelense, gracias a aquella anécdota estampada en sepia hace más de 50 años.
De su faceta manuda hablaremos más adelante con un par de anécdotas hermosas que rememoran el pundonor y la hermandad que se pueden decantar entre lo que muchos llamamos el deporte más lindo del mundo, el fútbol.
Claramente este no es un caso de amores encontrados, pues Enrique Díaz porta con orgullo su estandarte como figura y leyenda del Deportivo Saprissa y atesora no solo los 12 años que jugó con los tibaseños, sino los 14 en los que continuó ligado a la institución como visor de las ligas menores. Enrique sabe bien que él es un emblema para el saprissismo y mucha gente lo sigue reconociendo en la calle y pidiéndole una foto, un autógrafo y manifestándole agradecimiento por todos los momentos de felicidad que generaron sus jugadas durante tantos años.
Hoy, a 25 años de su retiro del fútbol oficial, el limonense de nacimiento repasa la actualidad de su vida, un anecdotario de su pasado, sus rutinas cotidianas, el disfrute de su soltería, sus hábitos para mantenerse en buena forma físicamente y un emprendedurismo que ideó en plena pandemia y que hoy lo tiene ocupado e ilusionado.
Sus inicios
Enrique comenzó su carrera deportiva en su natal Limón jugando para las ligas menores del Deportivo Güilo y el Deportivo Cavallini. En 1977 debutó en la Primera División, a los 18 años de edad, con Limonense. Además, militó un año con Ramonense antes de pasar, en 1980, al Club Sport Herediano.
Con los florenses ganó el título de 1981 y, tres años después, se integró al Deportivo Saprissa, donde permaneció 12 años consecutivos y con el que sumó cuatro títulos más en su hoja de vida.
Como seleccionado jugó 55 partidos internacionales, disputó unos Juegos Panamericanos, las Olimpiadas de Los Ángeles 1984 y dos eliminatorias a la Copa del Mundo.
Aunque es un tema del que no le gusta hablar mucho en la actualidad, es obligatorio citar uno de los pasajes más polémicos de la carrera del Zancudo, como lo bautizó en sus inicios el inolvidable comentador deportivo Manuel ‘Pilo’ Obando.
Se trata de la gran decepción que se llevó cuando supo que, tras haber participado en 10 partidos eliminatorios consecutivos en la ruta que finalmente llevó a la Sele a su primer mundial mayor, Díaz se quedó fuera de la lista de jugadores que Bora Milutinovic, el director técnico de Costa Rica, llevó a Italia 90.
“Vieras que no me gusta mucho hablar de eso, pero sí sé que es un tema que hay que tocar cuando se habla de mi carrera deportiva. Lo que pasa es que más de 30 años después casi siempre me preguntan lo mismo y bueno sí, claro que me dolió, fueron 900 minutos en esos 10 partidos en camino a la clasificación. Diay, no sé, me hubieran llevado, digo yo, aunque fuera en la banca... ¡aunque fuera a pasear!, pero bueno, así se dieron las cosas y ya con el paso de los años no pienso en eso. Conforme uno va sumando años, al menos en mi caso, trato cada día de que nada me robe la paz, menos algo que pasó hace tantos años y que diay, ya pasó”, reflexiona Díaz sin un ápice de resentimiento.
Tras su retiro, en 1996, llevó varios cursos y se licenció como director técnico. “Yo estudié para ser entrenador Licencia A, fueron tres años en el Proyecto Gol junto con los Drumonds (Jervis y Gerald), Alonso Solís, Paté Centeno, Daniel Torres y Víctor Badilla. Lo que pasa es que yo soy muy perfil bajo y como no estoy en la argolla, mucha gente no sabe que yo he estudiado y he sacado mi profesión”, dice siempre con algo de guasa al hacer alusión a “la argolla”.
Sin embargo, tras retirarse del fútbol su formación hizo que Saprissa lo fichara como parte de los visores de ligas menores, hasta que fue cesado del cargo junto con otros compañeros en el 2015, cuando Paulo Wanchope se convirtió en gerente deportivo morado.
“Ahí llegó el hombre, hizo una limpia y en esas me fui yo. Pero entonces me enfoqué en trabajar con equipos privados y en escuelas, siempre me he mantenido activo y ahora me faltan como dos años para pensionarme. Yo seguí cotizando y aunque no es mucho lo que voy a recibir, no me quejo porque tengo muy buena salud y energía para seguir trabajando... ¡ah y es que no le he contado!
“Diay la pandemia me afectó mucho porque las escuelas de fútbol cerraron y bueno yo estuve entre los afectados, pero no me desesperé. Empecé a ponerle mente a otra forma de generar plata y hasta que estoy asustado de ver cómo me ha ido de bien haciendo ¿sabe qué? ¡Haciendo rice and beans!”, dice con entusiasmo y orgullo.
Enrique vive solo desde hace años en Calle Blancos y es ahí donde arma su ritual cada día antes del fin de quincena para preparar los rice and beans que distribuye personalmente contra encargo. “¡Ah no, viera usté! El negrito compra todos los ingredientes, pongo música, adobo bien el pollo y disfruto mucho todo el proceso. Tengo ya encargos fijos, desde las 11 de la mañana empiezo a repartir los pedidos; ¡este 15 de marzo voy a vender rice and beans. Ponga, ponga ahí para que la gente sepa y pruebe la mano del ‘Zancudo’”, dice con entusiasmo.
— ¿Está seguro, pongo el número de teléfono?
— ¡Tsss, póngalo, póngalo!
— No se diga más: 8400 7076
Entre las actividades que más disfruta Enrique Díaz están las constantes invitaciones que recibe por parte de excolegas y amigos para que se desplace a jugar amistosos en diferentes partes del país. “¡Dios libre no haga la avioneta después de un gol, la gente me lo pide y yo lo disfruto muchísimo!, afirma
Solterón feliz
Divorciado desde hace casi 20 años, es padre de seis hijos —cinco varones y una mujer— y abuelo de siete nietos, seis mujeres y un hombre.
Entre risas cuenta la curiosa composición de su prole, pues su hija Valeria, la única mujer entre cinco varones, es la mamá de su único nieto varón, mientras que sus hermanos han sido padres solo de mujeres. Caso, por ejemplo, de Junior Díaz, el hijo más conocido de Enrique por haber seguido sus pasos en el fútbol.
Con la misma gambeta que lo caracterizó como futbolista, esquiva hábilmente una que otra pregunta sobre su situación sentimental. “¡Qué va! El Negrito está soltero y sin compromisos, no quiero más cargas ni problemas, más ahora que lo localizan a uno: a veces me han dicho ‘fuiste a Palí, después de Palí te fuiste para Heredia’ ¡Y así lo tienen todo marcado a uno! (risas). No, no, yo quiero tranquilidad, yo le digo a Diosito que me lleve cuando Él quiera, ojalá a los 90 pero por eso le digo, trato de llevar una vida sencilla y tranquila, nada de novias”.
Su rutina diaria está provista, sí o sí, de acondicionamiento físico. Se levanta tipo 6 de la mañana y lo primero que hace es leer el Salmo 91, también el 23, 27 y 28 pues dice que se siente encomendado a Dios desde que arranca el día y que, para él, es muy importante tener una buena coraza espiritual.
Dedica hora y media a caminar y luego hace pesas un día, y al siguiente trota durante el mismo lapso. Llega directo a hacerse un buen gallo pinto con huevos y demás, pero ante todo “mucho, mucho tomate, buenísimo para el potasio”, dice, al tiempo que agradece a su mamá por haberle enseñado a cocinar y a realizar todas las faenas del hogar desde que estaba muy pequeño.
La conversación se va bifurcando, tantas son las anécdotas, pero poco a poco vamos aterrizando.
— ¡El famoso avionetazo, Enrique, no se nos puede olvidar eso! ¿Cómo se originó, cómo lo inventaste?
— Ahhh es que yo muchachillo me iba a ver las avionetas a la pista de Limón y como ya era mi sueño convertirme en un buen futbolista, desde ahí se me ocurrió que cuando hiciera mi primer gol, lo celebraría “haciendo la avioneta”. Y así fue, desde el primer gol que hice con Limón, la avioneta se convirtió en mi sello personal para el resto de la vida.
De hecho, entre las actividades que más disfruta Enrique Díaz están las constantes invitaciones que recibe por parte de excolegas y amigos para que se desplace a jugar amistosos en diferentes partes del país. “¡Dios libre no haga la avioneta después de un gol, la gente me lo pide y yo lo disfruto muchísimo, de hecho este domingo voy para Puntarenas”.
Y aunque agradece y reconoce que el fútbol profesional le prodigó muchas cosas buenas en todo sentido, afirma que no hay nada como jugar para divertirse como lo hace ahora, con los veteranos: “Ahí no hay maldad, ni mala intención, no es como en el fútbol profesional que hay jugadores a los que no les importa quebrarlo a uno y dejarlo con una lesión grave. Soy mucho más feliz jugando ahora, en ese sentido”.
Enrique también era reconocido como buen bailador de reggae y soca, incluso llegó a armar uno que otro bailecito tras anotar un gol, pero lo suyo es la salsa, según afirma. Es lo que pone a todo volumen mientras cocina su afamado rice and beans.
“Yo antes no salía de La Caribeña o de Dinasty (bares bailables muy de moda en décadas pasadas), me pegaba las bailadas, me tomaba dos cervezas y me iba para la casa. Siempre había que cuidarse, había entrenadores que prohibían que uno saliera pero yo siempre pensé que era tontera que le quitaran a uno un rato de disfrute, el que quería emborracharse se podía tomar 15 cervezas encerrado en la casa ¿entonces?”.
Otro tema obligado es la exitosa carrera futbolística de su hijo mayor, Junior.
En una entrevista publicada en mayo del 2019, Enrique declaró a La Nación:
“Mi hijo Junior logró lo que yo siempre quise y no pude... Ir a un Mundial y jugar en Alajuelense. Es que vea, cómo no voy a estar feliz. A mí no me llevaron al Mundial y él sí fue a un Mundial. Yo siempre quise jugar con la Liga y no se me pudo dar ese sueño, pero todo eso que a mí no se me dio, ahora sí le está saliendo a él”, manifestó el exfutbolista en charla en aquel momento.
Recordó que él tuvo toda la intención de jugar con los rojinegros, pero “Roberto Chacón Murillo no quiso pagar lo que yo pedía, entonces no nos pusimos de acuerdo. Saprissa sí me lo pagó y ahí estuve por 12 años”.
Siempre en la mencionada entrevista, declaró que prefería ser sincero y hablar de sus colores sin tapujos para disfrutar más la etapa de Junior como jugador de Alajuelense. Además, no encuentra razón para que los saprissistas se molesten, pues asegura que en la cancha siempre se comportó como un profesional.
“Desde que yo llegué en 1984 al Saprissa, yo iba de goleador, llevaba 11 goles y vino un periódico a entrevistarme y yo dije en ese momento: ‘Yo soy liguista de corazón’. La afición de Saprissa tuvo que asimilar eso, porque en ningún momento dejé de demostrar mi talento en el Saprissa, yo más bien jugaba todos los puestos que me ponía cualquier entrenador y así le rendía, ahí fue donde tuvieron que asimilarlo y hasta apoyarme para que yo jugara mejor”.
Y vaya que es consecuente Enrique Díaz, porque al preguntarle durante la presente entrevista si consumía fútbol nacional o internacional, no titubeó: “¡Claro! Todo lo del Barcelona, aunque ya no esté Messi. Y también cuando juega la Liga”.
“Con sus piernas largas y su lengua afuera, Enrique Díaz hizo mil travesuras en la cancha de fútbol. Corría la banda izquierda mientras se las ingeniaba para hacer una pirueta o sacar un remate que terminaba abrazando la red”, afirma la anteriormente mencionada crónica de La Nación.
Pero Enrique también reconoce que él no era de tintas medias: en sus famosos disparos de larga distancia o clavaba el balón en el marco o lo “zampaba” en la gradería.
Pero bueno, no por nada muchos aún recordamos el grito de miles en el Ricardo Saprissa en el juego de despedida de Evaristo Coronado (agosto de 1995) cuando prácticamente era un hecho que Díaz iba ya rumbo al retiro.
“¡Díaz no se va, no se va!” era el ensordecedor lema que, a la postre, fue escuchado por la directiva morada y por el ídolo, quien aceptó jugar las dos primeras vueltas del campeonato que estaba por iniciarse.
El entonces técnico Luis Augusto García resumió en pocas pero vehementes palabras por qué se había tomado la decisión de continuar con Enrique en el equipo: “Sería una lástima que alguien como Díaz no esté en el equipo; él irradia alegría y es muy querido por la afición”.
Nada más que agregar.