Puntarenas. Trabajan como hormigas obreras, no descansan ni con el sol queriéndolos cocinar vivos; ellos son los trabajadores que aprovechan las fiestas del Puerto para llevar el sustento a su hogar.
Tienen en común ser los primeros que arriban al lugar, y posiblemente sean también los últimos en llegar a sus moradas.
Hugo Calero es uno de ellos. A punta de esfuerzo se gana el pan de cada día desde su puesto de carne asada, justo al lado de la tarima de conciertos.
Ayer prometía ser un buen día para él. Si la faena seguía así, viento en popa, podía vender entre 75 y 100 pinchos de carne de cerdo, cada uno de estos a ¢1.000.
“Cada vez que hay fiestas aprovecho y vengo a vender carne. Me voy a quedar como hasta las 9 de la noche”, confesó Calero. Sudaba frente a la parrilla hecha con lo que alguna vez fue un aro de auto.
Calero tenía un ojo en las brasas y otro en los alrededores; estaba atento para esquivar un robo, o sortear un pleito que pudiera traerse abajo la parrilla y el carbón.
Entretanto, Carmen Ruiz, a sus 57 años, encontró en el alquiler de cabañas sanitarias una opción para ganar dinero, junto a tres de sus hijas. Sin embargo, aseguró que el negocio no estaba dejando la ganancia que esperaba.
“Para ponerlas (las cabañas sanitarias) nos cobraron ¢300.000 y la semana pasada solo hicimos como ¢30.000. No nos ha dejado nada, solo pérdidas. Somos jefas de hogar y nos estamos ganando una cochinada”, dijo la vecina de barrio Fray Casiano, en la Perla del Pacífico.
En sus reglas del juego, si alguien quiere usar la cabaña sanitaria tiene que pagar ¢ 400, pero a veces ¡solo les dan ¢100! O, peor aún, hay quienes se meten sin pagar.
Desesperanza, angustia e incertidumbre. Eso viven estas tres mujeres que confían en que, entre ayer y hoy lograrán, al menos, recuperar la inversión y no tener que asumir que, esto de las cabañas, fue el peor negocio de sus vidas.
Empaparlos. Si alguien tuvo un trabajo “refrescante” ayer durante el concierto en el Puerto, ese fue Rodrigo Loría.
Él y otros empleados de Transagua tuvieron la tarea de bañar a los miles de asistentes con parte de los 7.000 litros de agua que llevaron desde Paso Ancho (San José) hasta la concurrida playa.
Y otro josefino que llegó a Puntarenas a hacer negocio fue Edgar Trinidad: ofrecía lentes contra el sol y también vendía juguetes. Ayer estaba un poco molesto; decía que el concierto no le dejaba muchas ganancias, pero reconoció que los días anteriores el negocio le había salido bueno.
Mientras Edgar Trinidad terminaba de quitar el polvo de sus artículos, reflexionaba. Dijo que para que el viaje le diera frutos económicos era necesario comenzar temprano y estar dispuesto a ver partir a casi todos a sus casas.
Ya con las calles casi despobladas podía regresar a su cabina y dormir un par de horas antes de comenzar de nuevo la jornada.