Perder una persona querida nunca es fácil, sobre todo si se trata de alguien con quien no hubo una despedida. A eso hay que sumarle perder el trabajo, los amigos y, sí, la buena reputación. Este es el panorama que atraviesa ahora Gina González, la exnovia del futbolista Alfredo Di Stéfano.
Con la consigna de hallar algo de paz y un nuevo empleo, cambió su lugar de residencia de Madrid a Buenos Aires, específicamente a Barracas, el barrio donde creció quien quiso llevarla al altar.
Fue ahí donde recibió la noticia de que la Saeta Rubia había sufrido un infarto y que se encontraba grave en un hospital de Madrid.
“Desaparecida” es uno de los calificativos que más veces se han utilizaron en la prensa española para referirse a González desde que los hijos del ícono del Real Madrid interpusieron medidas cautelares para alejarla de Di Stéfano.
El día en que falleció, fue el propio padre de Gina, el abogado Jorge González, quien le expresó su preocupación a través de Facebook al no saber dónde y en qué condiciones se encontraba su hija.
“Me habían robado el teléfono. Justamente, coincidió que yo no tenía celular cuando pasó lo de Alfredo, entonces mi familia no me podía llamar. Por más que me llamaran, yo estaba en shock , no respondía emails ni nada, no me comuniqué”, explicó a Viva.
Bien podría pensarse que la idea de empacar los recuerdos en una maleta e irse a vivir a Argentina es una medida masoquista para alguien que ha vivido dramas como el de González, pero ella opina lo contrario,
“Yo estaba más torturada en Costa Rica. Aquí me siento supercerca de él. La gente en la calle habla como él (de Di Stéfano), me hacen recordarlo. Donde quiera que esté yo no lo voy a olvidar, y aquí es como si le estuviera haciendo un homenaje”, dijo.
Luego de su partida de España, vino a Costa Rica para pasar un tiempo junto a su familia. Llegó el 7 de noviembre y de inmediato acudió a una iglesia evangélica para buscar refugio en Dios.
Ella asegura que recibió señales que la hicieron tomar la decisión de buscar nuevos horizontes en el país natal de quien fue su prometido. “Primero, el nombre de la ciudad: Buenos Aires. Además, el sol de la bandera argentina es la luz que necesito para reconstruir mi vida”.
Desde hace algún tiempo se dedica a hacer voluntariado en una organización que ayuda a personas en riesgo social, cuyo nombre no puede mencionar, pues las monjas que la administran tienen temor de que llegue la prensa. Según dice, ayudar a otros de alguna manera le aliviana la factura emocional que le pasó su romance de tres años.
Tanto es así, que pretende subastar en Madrid el anillo de compromiso que Di Stéfano le obsequió y donar las ganancias a los niños de escasos recursos de Barracas.
Sin embargo, su estadía en Buenos Aires dependerá de que logre conseguir un trabajo como periodista deportiva, algo que se le ha complicado pues el escándalo con la familia del expresidente honorario del Real Madrid mermó sus oportunidades de trabajo.
Justamente, el alto nivel de la liga de fútbol de Argentina es otra de las razones de su mudanza. Por ahora, ha tocado puertas y se encuentra en negociaciones, pero prefirió reservarse los detalles.
Lo que sí tiene claro es que a España no regresará y por eso ni se molesta en cuestionarse si las puertas ahí se le cerraron para siempre. “No me interesa el Real Madrid ya. No me interesa laboralmente, ni tener una puerta abierta ahí para nada porque no me planteo volver a vivir a Madrid, sin Alfredo sería una tortura. Sin él yo no aguanté. Con todos los recuerdos que tengo de él ahí, jamás...”, afirma.
Eso sí, aún conserva su sueño de ser entrenadora de fútbol –pues es una de las pocas mujeres con licencia A de la FIFA– solo que ya no del conjunto merengue. ¿Y ahora cuál club le gustaría dirigir? Pues el River Plate, obvio, el mismo que vio nacer a Alfredo Di Stéfano.