Cuando el Tope Nacional se vive lejos del epicentro de la fiesta

Los Palma y los Rojas acostumbran instalarse en las inmediaciones del bar y restaurante Meylin, punto de inicio del desfile de caballistas. Desde ahí disfrutan todo el esplendor de una actividad a la que ya les es tradición asistir

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En los alrededores del bar y restaurante Meylin, en plaza González Víquez de San José, la fiesta del Tope Nacional muestra otra de sus caras.

El lugar no solo es el punto de inicio del tradicional desfile que celebra el Día del Caballista Nacional, el espacio también es propicio para que algunas familias lo elijan como “palco” para presenciar la actividad.

Los primeros metros de ese recorrido están fuera del ambiente de fiesta que significa el Tope Nacional cada 26 de diciembre. Ahí no hay tarimas con animadores, no hay cámaras de televisión, tumultos ni nada más allá que pueda competir con los protagonistas de la jornada: los caballos y jinetes.

Ese panorama es el predilecto para las familias Palma y Rojas, quienes cada año eligen tramos de esa recta para instalar sus sillas, hieleras y comidas para disponerse a disfrutar de una actividad a la que ya tiene como una tradición asistir.

Unos 50 metros sobre la orilla de una misma acera distancian a una familia de la otra. Ese espacio parece que fue construida para que ellos estén ahí el 26 de diciembre.

El panorama dista mucho de años anteriores, aseguran ambas familias. Según ellos, en otras ediciones del Tope Nacional ese sector luce con un poco más gente, siempre en mucha menor cantidad respecto a las aglomeraciones de la avenida segunda y el paseo Colón, por donde camina el desfile de caballistas.

Este 2019, la zona lució con menor presencia de público de la ya acostumbrada, lo que hace para los Palma y los Rojas el ambiente aún más propicio para que ellos armen y vivan su propia fiesta.

“Venimos a este sector porque nosotros vivimos por Cristo Rey y es más cómodo instalarnos acá. Nos queda cerca y no tenemos que lidiar con el tema del tránsito de San José que es un poco pesado en esta fecha. Dejamos el vehículo por acá. Pero también este punto lo elegimos porque nos permite ver el tope desde el inicio hasta el final”, refirió Reiner Palma, quien tiene cerca de 13 años de asistir al Tope Nacional junto a sus dos hijos, su esposa y un cuñado suyo.

Palma dice que siempre se han instalado en esa misma zona siempre que el Tope Nacional lleve el sentido de plaza González Víquez-paseo Colón.

“Hoy (este jueves) está más desolado. Este lugar tiene la particularidad de estar fuera de todo tumulto y eso nos gusta porque así evitamos que los chiquillos salgan golpeados y otro montón de situaciones que se pueden generar cuando hay muchas aglomeraciones, entonces para evitar eso, buscamos un área un poquito más tranquila”, señaló Palma minutos después de finalizar una conversación con dos policías que, parecía, solo estaban ahí para él y su familia.

Pero la zona para los Palma tiene olor a nostalgia. “Ella se crió por estos lados y entonces también hay una parte sentimental importante al estar aquí”, recalcó don Reiner.

En otro sector, debajo de un árbol que en principio los cubriría del sol y después de la lluvia que acompañó la jornada equina, permanecía la familia Rojas, otros que tienen por tradición asistir a la celebración del Día del Caballista Nacional.

“Esto es una tradición, todos los años venimos. Toda la vida hemos tenido fincas y nos ha gustado eso de los caballos, de hecho teníamos caballos y participábamos en el Tope Nacional, pero ya la edad nos alcanzó y nos hemos venido retirando”, dijo Carlos Rojas, quien se acompañó de su esposa, hermanos y nietos en el desfile equino.

Los Rojas afirman que siempre, desde que son público del Tope Nacional, disfrutan del desfile a unos metros del Meylin porque la zona es mucho más amigable para ellos.

“Ese ambiente que se arma allá más adelante nosotros lo armamos aquí. Nos gusta más venir aquí porque es más tranquilo, hay menos gente y, como estamos un poco mayores, estamos más seguros aquí. La policía está más avispada porque más allá con tanta gente cuesta más que lo cuiden a uno”, refirió Carlos Rojas.

Los Rojas llegaron a la zona a las 9 a. m. y para descontar las horas para el inicio del desfile se equiparon con picadillos y tortillas palmeadas.

“Todo lo traemos nosotros. Siempre nos preparamos así. Es una tradición”, remató este aficionado al arte equino, quien lamentó que las nuevas generaciones no se sumen a estas pasiones de antaño.