'El Nica': un monólogo de César Meléndez que se transformó en un fenómeno

El Nica nació en 1998 como un ejercicio universitario; en el 2001 ganó el Certamen de Monólogos y Diálogos, de la Compañía Nacional de Teatro

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Lunes 22 de setiembre del 2003: El Festival de las Artes había llegado a Limón el viernes y la provincia se abocó a las artes de una forma impresionante. Por la noche, a César Meléndez le correspondía presentar El Nica, que venía recomendada por el boca a boca e impulsada por premios y comentarios de los más diversos tipos; la sorpresa fue que a las 4 p. m. ya había fila y a las 7:30 p. m. había tal gentío para entrar al gimnasio Eddy Bermúdez que hubo empujones, "colados", gritos y un conato de desorden... No cabía un alma más en el lugar y quedaron 119 personas afuera. Todo se resolvió cuando se programó una función extra para las 11 p. m., la cual terminó en la madrugada del martes, cuando la gente aplaudió a más no poder y salía conmovida.

La situación se repitió después en Guápiles, otra sede de la actividad. No obstante, a algunos directores extranjeros de otros festivales invitados en aquella época no les gustó la obra porque la consideraron "larga" y "panfletaria".

Para entonces, ya El Nica era un fenómeno artístico: triunfaba donde quiera que fuera, creaba polémica, daba de qué hablar, confrontaba al país con el tema de la xenofobia, recibía un caluroso recibimiento de la crítica especializada, conquistaba premios y recibía también duras valoraciones negativas, especialmente cuando su autor, director y actor la amplió más.

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César Meléndez era uno de los sorprendidos con el meteórico ascenso de este trabajo. Al preguntarle ese año acerca del éxito de la pieza, respondió: "No sé ni siquiera si ha sido un éxito. Si tomamos en cuenta que en un inicio nos dijimos que lo sería si la gente daba la oportunidad de terminar la función, entonces podríamos decir que sí ha sido un éxito (...). Esto yo no lo pedí así: parece ser que somos un instrumento para decir algo, no importa si lo ves desde el punto de vista religioso o místico. Hay una fuerza más allá interesada en que esto ocurra".

Sabía que, junto con el impresionante recibimiento del público, recogía críticas negativas y sonreía al decir: "Todas las críticas han sido bien intencionadas y me han ayudado a crecer como actor y como director".

Para entonces, la obra se le había convertido ya a César Enrique Meléndez Espinoza en una tarea para ayudar, una suerte de cruzada del artista.

El Nica, un monólogo en que el obrero de la construcción José Mejía Espinoza le cuenta a un Cristo crucificado sus experiencias en busca de una mejor vida en la Costa Rica a la que migró, recorrió un camino en que tuvo presentaciones y reconocimientos en países como Estados Unidos, Canadá, México, Cuba, Argentina y España. Fue vista por más de 500.000 en más de 700 comunidades de Costa Rica, detalla el Teatro La Polea, grupo de Meléndez, en su página web.

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La génesis y el espaldarazo

Después de hacerse un nombre en el medio nacional como cantante, César Meléndez se decidió por el teatro y en esta travesía nació El Nica.

Empezó en 1998 como un ejercicio para sus clases en la carrera de Artes Dramáticas en la Universidad de Costa Rica. "(...) y solo con el ánimo de cantar la canción Pobre la María, de Mejía Godoy, para desahogar su vocación de cantante", detalló la periodista Aurelia Dobles en un texto del suplemento cultural Áncora en el 2001.

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"Solo que cuando presentaba el ejercicio me llegó un texto de Rodrigo Soto, Yo también soy nica, que escribió en Tinta Fresca en el 97. Me impactó brutalmente y quise conocerlo, preguntarle si él es nica... 'Qué ganas de escribir esto en el ejercicio', me dije; le pedí permiso para incluir literalmente palabras de su texto en la obra", contó Meléndez en aquella información.

El ejercicio evolucionó y se convirtió en una pieza que presentó en el 2001 en el Certamen de Monólogos y Diálogos, de la Compañía Nacional de Teatro. Ganó; aquel fue el primer espaldarazo.

Para entonces, César trabajaba en el Coffee Tour de Café Britt y les ofreció una idea para utilizar el teatro en una época en que bajó drásticamente el turismo tras los ataques de las Torres Gemelas en Estados Unidos. "Teníamos actores y teatro sin público. César me habló del proyecto, y me pareció algo muy positivo porque era una opción para el público local e hispanoparlante", contó Steve Aronson, fundador de Café Britt. Empezaron en enero del 2002.

"Después pasábamos sold out (boletos agotados), tanto que no aceptábamos reservaciones... La experiencia con César fue el inicio de que lo ahora es el Teatro Espressivo", agregó Aronson.

Tras una función en el Teatro Dionisio Echeverría, en Barva de Heredia, el severo crítico Andrés Sáenz escribió en su crítica: "¡Por fin teatro de verdad! Por fin una actuación poderosa, honesta, sentida. Por fin un texto emotivo, serio, hondo, coloreado con pinceladas de humor risueño. Por fin un autor teatral comprometido con nuestra actualidad. Por fin una obra que alcanza el mayor logro estético del arte dramático: la comunión entre el escenario y la sala, actor y espectador convertidos en una unidad indivisible. ¡Por fin teatro de verdad!".

Y agregó: "Con escuetos recursos escenográficos, la pieza y la actuación de Meléndez revelan el alma y las circunstancias de un humilde trabajador nicaragüense, obligado por la mala situación económica de su país a emigrar a Costa Rica. Sin recriminaciones ni amargura, la obra denuncia los prejuicios y humillaciones que los emigrantes nicas a menudo sufren en nuestro país; con gracia, expone a los ticos algunas verdades desagradables que necesitamos oír y aceptar, y, además, en su alegato a favor de la comprensión y la tolerancia, habla directamente al corazón del espectador y resalta no pocas de las virtudes cívicas que benefician a la comunidad costarricense".

Vinieron giras, entrevistas, aplausos, agradecimientos, polémicas y cientos de presentaciones.

Después de dos años y siete meses de trabajar en los zapatos de José Mejía Espinoza, Meléndez recogió otra sorpresa: le dieron el Premio Nacional de Teatro al mejor actor.

Sin duda, ese obrero y el actor escribieron en conjunto una página de historia en el teatro costarricense.