Víctor Alba de la Vega es un filósofo y ensayista que ha probado fortuna con fortuna en la novela: La ausencia del mal (Ediciones Lanzallamas). “El libro tiene diferentes capas: una lírica, poética, erótica; otra más reflexiva, con preguntas sociales y políticas; y una capa de estilo policial, de intriga y suspenso”, dice Alba y aprovecha el domingo para responder.
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La novela de Víctor Alba de la Vega.
–¿Cómo creó la trama del libro?
–La trama de esta novela es como un efecto secundario. Es la mínima necesaria para sostener el argumento: la ausencia del mal ansiada por el protagonista también sería una ausencia de historia (y de trama). Tiene prioridad una atmósfera psicológica, obsesiva.
–¿Son perceptibles sus ideas filosóficas en esta obra de ficción?
–No sabría decir cómo. Estudié filosofía, pero, aparte de la literatura, mis principales intereses no son filosóficos, sino científicos; y no porque sean excluyentes, sino porque mi visión del mundo y de los humanos la derivo más de enfoques científicos que filosóficos.
–¿Percibió influencias?
–Los epígrafes de las secciones evidencian una: La peste, de Camus; también, en entresijos, los orígenes evolutivos de nuestra particular moralidad, y mi predilección por una escritura íntima, tipo diario, aunque igualmente ficcional.
–¿Tiene usted un “lector imaginario” para el que escribe?
–Lo más cercano a eso soy yo mismo en otras épocas: ¿me habría gustado leer este libro hace diez o veinte años?, ¿me gustará en el futuro? Creo que, al complacer mis propias obsesiones y preguntas, el libro por sí solo encontrará otros lectores que lo disfruten. No me interesa complacer a ciertos públicos ni a cierto tipo de lector.
–¿Presenta los originales a amigos antes de publicar el libro?
–A muy pocos. En sentido editorial, los buenos amigos no son los mejores lectores: tienden a interpretar los textos con base en lo que conocen de la biografía de uno, y eso no le conviene a una novela.
–¿Cuándo escribe?
–Es muy variable. Soy traductor independiente, y esto entraña un horario enloquecido. Siempre tengo a mano un cuaderno donde anoto todo: ideas, frases, escenas, diálogos, argumentos. Cuando dispongo de mucho tiempo me convierto en obseso y paso días enteros escribiendo y puliendo un texto.
–¿Pudo evitar la distracción?
–Al escribir la primera versión, no. Vivía en una calle transitada por buses y tráileres, en el segundo piso de una veterinaria, con tres perritos en un apartamento sin patio: ruido por todo lado. Acaso por esto quise aislar del mundanal ruido al protagonista de la novela. Para las siguientes versiones, ya en otra casa, sí me concentré a placer.
–¿Rehízo partes del libro?
–Sí, todo varias veces. La versión publicada es la cuarta. La primera era del 2006. El fondo, algunos párrafos y escenas sobrevivieron.
–¿Cuándo y cómo corrige?
–Mientras escribo me devuelvo constantemente y cambio lo necesario para darle mayor coherencia al conjunto. Hago cambios al vuelo. Luego releo repetidamente el texto, de principio a fin, cuidando que cada coma quede en el lugar “perfecto”: deben gustarme el ritmo de la oración, su sonido, los cambios de velocidad del texto.
–¿Qué le costó más crear: ambientes, personajes, diálogos...?
–Los diálogos. No situé la novela geográficamente y quería mantener cierta neutralidad en el lenguaje. El narrador delira por viejos poetas españoles y su estilo debía reflejarlo.
–¿Qué cambiaría en el libro si debiera escribirlo otra vez?
–Las características del protagonista y el sentido de la novela requerían un estilo algo lírico, rebuscado; en algunas páginas quizá me excedí con ese tono. No lo cambiaría, pero le bajaría el “volumen”.
–¿Le interesan las críticas?
–No. Un libro debe poder defenderse solo; cuando un autor lo defiende a capa y espada, sospecho que le interesa más alimentar su ego que crear buenos textos. Siempre, unos lectores disfrutarán un texto y otros no; esto no me concierne: mi trabajo terminó al publicar el libro. Prefiero concentrarme en nuevos proyectos.
–¿Qué libros lo sedujeron?
–Muy joven deliré por Hesse. Me habría encantado escribir El lobo estepario. Luego me desviví por el estilo –de vida y de obra– de Henry Miller: Trópico de Cáncer es un hito; también, El túnel, de Sabato; El extraño, de Camus, y obras de Stendhal, Pessoa, Bowles, Coetzee.
–¿Sus libros preferidos?
–Mis lecturas predilectas versan hoy sobre la historia evolutiva humana. Quiero desarrollar una visión integral que me permita comprender y reunir, en pocos hechos, imágenes y tesis, los orígenes de nuestra moralidad, su universalidad y lo que se podría derivar, social y políticamente, con miras al futuro, de esa comprensión.