El narrador, un escritor de novelas policiacas, desea escribir una novela sobre su amante, Mercedes, sobre la belleza, y dejar de lado las intrigas y los asesinatos. Sin embargo, en esa relación idílica, casi inocente, se inmiscuye la presencia de Cienfuentes, esposo de Mercedes, hombre de recursos y negocios obscuros, de imagen pública intachable, pero que lleva una doble vida. Vivir en la sombra de Cienfuentes es el refugio de Mercedes y paulatinamente también el tormento del escritor.
El personaje y narrador confiesa que hará un “ejercicio de escritura”, y, de hecho, la novela parte como un ensayo de novela, tanto en su contenido como en su forma: el escritor intenta elaborar lo que parece un relato imposible: el retrato de su amada, con la ayuda de poetas (por ejemplo, Darío, Lorca).
Por otra parte, en la novela aparece un discurso fragmentario sobre el lenguaje y la literatura, donde la novela parece hablar más de sí misma, de sus recursos, de sus imposibilidades que de sus personajes.
Aquello que es la trama se desdibuja entre los planos, y, en medio, el mal, constante, perturbador, que organiza la trama.
La narración consiste, pues, en una serie de planos que se sobreponen en la voz de este escritor, viejo e hijo de un único éxito editorial: el relato de la vida cotidiana con Mercedes, llevado casi como un diario, su discurso erótico y sublime , los diálogos con ella, sus averiguaciones sobre Cienfuentes, la recurrente aparición de unos personajes sombríos, sicarios que discuten sobre el límite de la violencia y sus elucubraciones sobre la destrucción del mal.
En cada plano, el mal es resignificado y pinta cada vez de una manera diferente las condiciones del relato porque la presencia o la ausencia de aquel condiciona la historia. La novela se convierte en una constante discusión sobre sus propias condiciones sin que por ello la narración tome fin. El ejercicio de escritura sobrepasa las diferencias que hay entre los diversos planos.
Parece decirnos el autor que solo el mal, porque existe o por querer destruirlo, desencadena los acontecimientos y sus posibles relatos. En este sentido, la novela es una novela de tesis, verdaderamente un ensayo que gira entorno al mal.
El mal es tema y personaje: Mercedes y el escritor discuten sobre él, lo hacen también esos sicarios XYZ, FGH, el jefe…, y no es posible el relato sin el mal. Como aparición y como ficción, el mal es una necesidad para el relato, para toda historia; o –como dicen en filosofía– no hay historia sin mal .
Para el personaje principal, esta necesidad conduce a una oposición entre la belleza y el mal, cristalizada la primera como lo cursi de la relación amorosa, el lugar donde el recurso a los versos de los poetas se transforma en un gusto kitsch por la privacidad y la soledad, donde todo es inocencia y la cotidianidad del escritor quiere expresarse como algo sublime; y el mal no aparece por ninguna parte; pero, si no la destrucción del mal, su desaparición revela la imposibilidad del relato sobre Mercedes.
El mal está ausente, falsamente ausente, porque se ha hecho de la habitación del escritor, entre las sábanas y los folios, un refugio frente a los demás; pero fuera está el mal.
El mal no está ausente, incluso si no se piensa en él; pero más aún si lo inventa, se lo busca y se lo imagina.
En efecto, huir del mal, aislarse de todo cuanto produce daño alguno debería aumentar nuestra potencia en algún sentido; pero, entonces, ¿qué convivencia con el otro es esa? ¿Es acaso posible pasar del otro? ¿No es el otro el que puede aumentar también nuestra potencia para vivir mejor, o el otro es, por el contrario, un enemigo furtivo que nos tiende constantemente acechanzas? Sin embargo, así, ¿no soy, no puedo ser yo el mal para el otro? ¿Dónde está el mal?
Los diferentes planos conducen al lector de la diferencia entre la ficción y la realidad al tema de la novela en la novela, y de este a la metanovela, para interrogarse sobre el mundo del autor, que aquí es tanto personaje como autor, y para preguntarse cómo el mal ingresa en sus vidas.
En La ausencia del mal , esos planos son indispensables para el desarrollo de la intriga y facilitan a la vez el desenlace. Si, al final, los acontecimientos cierran el relato –lo acaban–, la interpretación de lo que significan y de su necesidad permanece.