Tristeza irresistible en la obra de Guillermo Barquero

Caemos atrapados en sus escritos: es imposible escapar cuando se quiere estar cautivo.

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“¡Escribir, escribir, escribir! ¿Para qué hacerlo? Para congelar instantes, buscar la comunión con el otro, pero, sobre todo, para hablar con mis muertos, para buscar a mi abuelo en sus sombras. Por él es que han pasado todas estas cosas, al fin y al cabo”. Así explica Guillermo Barquero Ureña la razón por la cual plasma en un papel historias, recuerdos, ideas que invaden su cabeza y que, de forma imperativa, requiere expresar.

Barquero ha publicado tres cuentarios y dos novelas, ha ganado premios literarios, a menudo lo invitan a charlas y ferias; pero, para él, la palabra “escritor” es muy pomposa.

Escribir se ha llegado a ver como un proceso intelectual de reflexión y análisis, mas, para Barquero, tal concepción es exagerada. Él escribe de forma natural, como una necesidad.

Además, llamarse “escritor” lo encapsula en un arte, en un oficio, cuando, en el perchero de este hombre de 34 años, también está el abrigo de un microbiólogo, el de un químico (grados de la Universidad de Costa Rica), de un director de una editorial y de un fotógrafo.

“Si no busco lo diminuto con los instrumentos de la microscopia, intento congelar lo que muere en instantes con la fotografía, o, si todo aquello fracasa, tomo los retazos de las palabras oídas, de las imágenes recordadas, de los fantasmas que se escurren, y escribo relatos y novelas”, ha dicho el autor sobre su trabajo.

Barquero siempre escribe de lo mismo, del pasado. Para él, a veces no existen el presente ni el futuro; todo es el pasado, pasa recordando para escribir.

“Me baso en lo cotidiano, en cosas que he visto. Sinceramente, no tengo mucha imaginación, casi todo viene de experiencias propias. El narrador soy yo, a veces es otra persona, pero siempre estoy yo dándole materia prima. Hay escritores que son buenísimos creando mundos; yo no puedo: me baso en lo que he vivido”, nos dice Guillermo.

Es así como hasta en El diluvio universal, su obra más compleja, la trama parte de un hecho verosímil: un mensaje que Guillermo envió a un instituto de ciencias del Canadá y que nunca fue respondido. De algo tan insignificante y cotidiano surgió la novela ganadora del Premio Áncora del 2011 y que recibió mención de honor en el Premio Nacional de Cultura Aquileo J. Echeverría del 2010.

Íntima y lúgubre. Su narrativa es íntima, transporta al lector, lo envuelve en un ambiente lúgubre y casi siempre desesperanzador. Cuando quien lee se reconoce dentro del mundo de Barquero, ya es demasiado tarde para escapar: condenado está a llegar al final de la historia pues, por más dura y dolorosa que esta sea, está cautivo en su trama, en sus personajes.

Dentro de esa esfera, opaca y desgarradora, hay dos temas recurrentes en las obras de Barquero: las enfermedades, tema que lo obsesiona desde niño y que explica que se haya decantado por la microbiología en la universidad; y la tristeza. ¿Por qué la tristeza? No lo sabe; todo lo que empieza a escribir termina con un tono triste, aunque se proponga lo contrario.

“No puedo escribir de otra forma. He hecho el esfuerzo de escribir distinto, pero todo termina igual, triste… Tiene que ver un poco con mis lecturas favoritas, de tragedia y dolor, y de autores como Dostoievski”.

¿Dónde está el encanto de la tristeza? En que uno siempre puede identificarse con episodios de infortunio que alguna otra persona narra. A lo largo de los relatos ajenos se encuentran pistas sobre experiencias propias, y el lector se va sintiendo parte de esos mundos imaginarios.

En cuanto a las enfermedades, Barquero recuerda dos episodios. El primero ocurrió cuando descubrió un libro de medicina en la biblioteca de sus padres. Las imágenes lo cautivaron: los tumores, la degeneración del cuerpo...; el segundo, cuando en décimo año del colegio lo pusieron a hacer un trabajo sobre enfermedades venéreas: el tema lo apasionó.

“La gente piensa que, cuando algo no es feliz, es feo; pero eso no es así: se puede hacer algo bien hecho y dejar una estela triste, generar una reacción”, expresa el autor.

Sin embargo, tal narrativa no refleja la personalidad de Guillermo; él es un tipo como cualquier otro, simpático, que ríe con facilidad y que le guarda especial cariño a su difunto abuelo, quien le contagió el hábito de la lectura.

“Mi madre fue a sembrar flores al camposanto, donde yacen sus padres (mis abuelitos). Me mostró unas imágenes de las lápidas, y mi sorpresa fue que los tíos usaron como texto una dedicatoria que escribí al inicio de El diluvio universal , una de mis novelas. De hecho, esa novela fue escrita para ellos, y solo Abuelita pudo leerla. Valió la pena, así, escribir ese libro”, publicó el autor en su cuenta de Facebook un lunes por la tarde.

Fotógrafo y editor. Para Barquero, escribir un cuento y tomar una fotografía es lo mismo: contar una historia que cada cual interpretará a su modo, aunque siempre el texto vence a la imagen; es decir, cuando no puede tomarle una foto a algo, escribe un cuento; la fórmula no funciona al revés.

Empezó con la fotografía traveseando una vieja cámara cuando era niño. Muchos años después decidió convertirse en profesional. Actualmente estudia el bachillerato en fotografía en la Universidad Técnica Nacional.

Las imágenes que captura corren la misma suerte que sus textos: están destinadas a retratar la tristeza. Incluso en su faceta más comercial, como fotógrafo de bodas, Barquero logra registrar su sello, generando un ambiente tenso y sombrío, pero al mismo tiempo, lleno de vida.

En su portafolio fotográfico, los registros documentales tienen un lugar privilegiado, así como una carpeta llamada “Muerte”, en la que captura objetos de los que emana desolación.

Sus dotes de escritor y fotógrafo los fusiona en las Ediciones Lanzallamas, la cual creó en el 2009 junto con un amigo, el escritor Juan Murillo.

“Editamos lo que queremos, como queremos”: así resume Barquero la quijotesca aventura, que tiene como norte dar vida a libros que sean atractivos de leer, no solo por su fondo –sustancia esencial–, sino también por su forma: portadas bonitas, márgenes amplios…

Con Lanzallamas han publicado autores costarricenses como Rodolfo Arias, Rodrigo Soto y Catalina Murillo, así como los foráneos Andrea Jeftanovich (chilena) y Mauricio Orellana (salvadoreño).

El negocio marcha bien. De una Feria Internacional del Libro a otra, cada año, las ventas de Lanzallamas se han duplicado.

Así las cosas, hace mes y medio, Guillermo renunció a su empleo como microbiólogo para vivir de Lanzallamas y de las fotos. Guillermo pretende depender de lo que escribe: escribe como una forma de sacar sus recuerdos, de exponer sus obsesiones y de enmarcar la tristeza, sentimiento del que nadie escapa y que todos quieren compartir.