Salieron como bachilleres de aquellas aulas y regresaron pocos años después graduados como maestros y profesores a impartir su conocimiento en las escuelas del cantón de Tilarán, Guanacaste, o en el joven liceo del cual se habían egresado.
Luego, hubo quienes partieron a formarse como abogados, médicos, ingenieros y más. Muchos debieron resignarse a no poder trabajar en su tierra, por la falta de oportunidad en su campo.
Es la historia común de Nelson y René Campos, Vital Vargas, Thelma Murillo, Isaías Salas Herrera y centenares de jóvenes a quienes una institución, que nació con el nombre de Escuela Complementaria de Tilarán, les abrió las puertas a otro destino que no fueran las labores agropecuarias o el servicio doméstico.
La aspiración de muchos jóvenes por estudiar más allá de la escuela y labrar una carrera fue posible también para aquellos que vivían en Cañas y Abangares. El nuevo liceo fue regional.
En el Tilarán de 1952, cuando llegar al Valle Central podía demandar tres días de viaje a caballo, lancha y tren, cuajó el sueño que incubó don Maurilio Alvarado Vargas, un educador herediano que se asentó allá y pensó en ampliarles los horizontes a las gentes que lo habían acogido.
Esta semana, los tilaranenses están festejando los 60 años de su colegio, que desde 1985 lleva el nombre de quien fue su fundador y primer director.
Antes y después. Hoy, cuando se mira en retrospectiva la creación de un centro de educación secundaria en la altura guanacasteca, nadie duda que ha dejado una huella profunda en el desarrollo del cantón, fundado en 1923.
René Campos, uno de esos egresados que retornó como profesor, lo resume así: “La creación del colegio trajo un cambio de grandes magnitudes; dio oportunidad a los jóvenes de estudiar” y eso repercutió en el progreso económico y social de Tilarán.
Thelma Murillo, exprofesora de Ciencia, coincide y destaca la erección del liceo como “un antes y un después” porque implicó la apertura de nuevas escuelas e e incentivó a cantones vecinos a luchar por tener su propia institución.
La calidad de los profesores que abrieron brecha en los los primeros años –agregó– “desarrolló en los estudiantes deseos de superación personal y avance profesional”.
Uno de esos docentes fue monseñor Héctor Morera Vega, obispo emérito, quien impartió clases entre 1959 y 1978. Para él, el liceo “arrancó con buen fundamento, con profesores que llegaron a formar a los muchachos con una gran responsabilidad académica”.
Ahora, las riendas del plantel las maneja Isabel Rojas Sirias, quien se graduó allí en 1976.
El Liceo Maurilio Alvarado cuenta con 915 estudiantes, 80 profesores y laboratorios de Informática, Química y Biología, Taller de Artes Industriales, aulas de Música y Artes Plásticas, y un gimnasio, que se unen a los tres pabellones originales y el salón de actos.
Aunque ya no es el único centro de su tipo en el cantón, a sus instalaciones acuden jóvenes de casi todos los distritos e inclusive cinco que vienen de Cañas.
En lo fundamental, para Rojas uno de los retos básicos es mantener la calidad educativa.
Pero, en las últimas semanas, su atención se centró en organizarle un gran cumpleaños al sesentón por cuyos pasillos han desfilado generaciones y generaciones de Tilarán y más allá.