Sin pelos en la brocha: el pintor Rodolfo Stanley es un rebelde con causa

Rodolfo Stanley sigue siendo el mismo de hace treinta años. La pintura de este artista alajuelense continúa siendo irreverente y provocadora

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“Yo nunca recuerdo mis sueños”, dice Rodolfo Stanley con los ojos cerrados. Recostado en un sillón, y rodeado de decenas de sus pinturas, la frase se torna increíble: colores pastel, pisos movedizos, conejos, humanos y hasta bailarinas embaucadas en ciudades imposibles dan una impresión de sueño inducido. “A mí no me gusta el realismo como tal, me gusta lo onírico, lo que va más allá”, sentencia el artista plástico.

Tras más de 50 años de dedicarse intensamente a la pintura, Stanley se toma las cosas con calma. En medio de su taller, el pintor nacido en Grecia pasa buena parte de sus horas entre el universo que él mismo creó.

Durante décadas, Stanley ha sido conocido como el gran artista irreverente de la pintura costarricense. Sus obras, permeadas por la fantasía, exploran la intimidad, el sexo, la corrupción política, la prostitución y muchos otros temas que, según el autor, parecen ser vetados en nuestra lengua.

“A mí me cuesta entender por qué nos da tanto miedo hablar de todo esto si nosotros somos así”, confiesa el artista. “Y no es que yo tenga una obra contestataria por plata, si más bien entre más polémico más cuesta vender una obra. Eso no es lo principal. La idea es hablar de los temas que son necesarios de hablar”, señala con certeza.

Con su última exposición, llamada La intimidad de las bailarinas, Stanley refuerza sus dos mundos preferidos: el íntimo y el de los sueños. Nuevamente, el artista da fe de una carrera que ha demostrado todo menos censura.

Con las brochas de frente

La casa de Rodolfo Stanley es uno de esos sitios donde se dan dos pasos después de la puerta e inevitablemente se mira hacia arriba. Cuadro sobre cuadro, las paredes se llenan de esculturas y pinturas que recuerdan a noches estrelladas que solo se miran cuando el ser humano abandona la vigilia.

La música de Chopin y Mozart enmarcan cada pintura y dentro de esta casa desaparecen las bocinas que irrumpen la tranquilidad moraviana. Son cientos de historias las que cuentan el detrás de escena de las obras, pues Stanley ha visitado prostíbulos, playas, bares gays, suburbios alejados y distintos territorios inexplorados para convertir lo común en algo inolvidable, mediante series de pinturas.

“Si tengo un concepto claro, desarrollo una serie. Eso me permite renovarme y no amarrarme a un tema o estilo. Así puedo tirarme al vacío y caer parado, algo que es muy difícil”, dice entre risas.

Ese vacío al que se refiere Stanley ha sido objeto de seducción durante toda su vida.

El artista no ha tenido contenciones para pintar a expresidentes de la República con antifaces de ladrones, así como a un sector del clero dentro de connotaciones pedófilas, como lo hizo con la serie Mi patria querida.

“Esa irreverencia me ha costado la poca venta de mis obras. Usualmente, al ser Costa Rica un país tan pequeño, la gente se conoce y al saber de que mis pinturas pueden ser políticamente incorrectas, no las compran”, confiesa.

Con Mi patria querida, Stan-ley también ofreció un vistazo costumbrista del país pero no de la manera convencional. El sonado robo de una vaca en taxi en el 2008, el caso de las narcoabuelas del 2010 y otros retratos de una Costa Rica contemporánea sumida en la prostitución y violencia le han generado muchos enemigos.

Muchas personas se han acercado a los oídos de Rodolfo Stanley para decirle la misma oración: “en otros países matan por estas cosas”, frase que intimida poco al pintor.

“Yo me he dicho que quién sabe cuántos años van a pasar para que un expresidente vaya a la cárcel, igual con la gente injusta, que maltrata a las mujeres, que explota a los niños… Seguramente me moriré y no parará eso, así que hay que hablar de esto”, dice el artista.

Para Stanley, de poco sirve ser políticamente correcto si siempre habrán personas que se ofenden ante cualquier percepción personal.

“Recuerdo cuando un doctor compró un cuadro de un bar gay. La esposa le dijo que no ponía un pie en la casa hasta que quitara eso. El tipo llamó a la galería y yo se lo cambié por una pintura de los bailongos”, recuerda Stanley. “Yo pinté la serie de los bailongos tal cual la vi: gente con ropa de la época y mujeres con el pantalón bajo donde se les ve el arco de bikini y resulta que la señora tampoco aceptó ese cuadro porque veía a las mujeres como putas. Siempre va a haber gente descontenta, es inevitable, pero no por eso se va a perder una conversación necesaria”, afirma.

En otra ocasión, Stanley recibió una llamada inesperada en la puerta de su casa. Detrás del timbrazo, una mujer lo esperaba para decirle que su obra podría ocasionarle traumas a su hija.

“A veces pasan estas cosas que, obviamente no dan con la intención de mi trabajo. A mí me interesa el erotismo y lo onírico, y es curioso que estamos en una sociedad embaucada hacia el sexo y existen resentimientos fuertes con este tema”, apunta.

Aunque nunca he recibido una amenaza explícita, Stanley confiesa que sí ha temido por su vida en más de una ocasión, como le ocurrió con la inauguración de la serie Mi patria querida, donde un grupo de personas se quedó fuera del museo para manifestar su descontento.

“Hubo una vez que iba en carro y sentía que me seguía un par de tipos gigantes. Fueron a la muestra en el museo y yo no me quería bajar. Resulta que uno de los tipos era uno de los agentes que salía en la pintura de las narcoabuelas y hasta quería tomarse una foto conmigo”, señala entre risas.

Con Mi patria querida, una de sus series más recordadas, Stanley no vendió ni una sola pintura. Incluso, prefirió no colgar estas pinturas a su sitio web, para evitar problemas legales.

“Ahora para pintar tengo que estar consciente del presupuesto que tengo porque hay temas que simplemente se van a quedar aquí, en el taller. Hay temas que simplemente prefieren ser evitados, pero no quiero dejarme influir por ese temor”, augura el artista.

¿Y ahora?

Rodolfo Stanley sube las escaleras que dan hacia su taller y respira con profundidad. “Ya estoy viejo”, se dice a sí mismo el artista de 68 años.

Aunque no le preocupa que su cabeza no tenga pelo o que las contracturas a veces lo obliguen a alejarse de los pinceles durante algunas semanas, Stanley teme por lo que pueden significar las pinturas a su edad.

“Es difícil porque ahora estoy mayor y hay algunos temas, como los eróticos, que pueden provocar que a uno le digan ‘viejo verde’”, dice el artista con la mirada perdida.

Si bien, las censuras nunca le han preocupado, a Stanley le preocupa la imagen que pueden tener sus nietos sobre él.

“Por ejemplo, ahora pienso en estas niñas que, desde temprana edad, se ven expuestas a la sexualidad, a ser objeto de deseo… ¿Cómo pinto este y otros temas así si ya estoy mayor y se puede ver muy mal?”, confiesa mientras se rasca la cabeza.

En medio de sus cavilaciones y dudas, Stanley sí tiene algo muy claro: no cree que todo tiempo pasado haya sido mejor, a pesar de que ya no se encuentra en sus años de juventud.

El artista no duda en que problemas como la explotación sexual han existido antes y seguirán existiendo, pero que en el siglo pasado resultaba más difícil de abordar.

“Aún así, sigue habiendo problemas. No todas las galerías van a exhibir algo así y, de por sí, ya es difícil vivir de la pintura. A veces llegan estudiantes de artes a la casa y yo les confieso lo difícil de dedicarse plenamente a algo tan arriesgado”, dice.

¿Pero lamenta haber dedicado su vida a una obra que puede no venderse tanto?

“No, no lo lamento. Es una maravilla. A pesar de ser irreverente y erótica, es algo diferente que puede refrescar mucho y me divierte”, afirma el artista.

“Cuando he querido pintar estos temas, aparecen obras que son difíciles de encontrar comprador, pero que pueden significar mucho para todos nosotros y, en la de menos, para los que vengan”, finaliza.