Murió la bailarina Alicia Alonso, leyenda de la danza iberoamericana

La gran dama del ballet falleció a los 98 años de edad este jueves. Su legado únicamente está cargado de elogios y un estilo artístico absolutamente incomparable

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La vida nos la dio durante mucho tiempo, pero la pérdida igual se resiente. Alicia Ernestina de la Caridad del Cobre Martínez del Hoyo, mejor conocida como Alicia Alonso, falleció este 17 de octubre a sus 98 años.

La bailarina cubana ingresó este jueves en un hospital de La Habana por un padecimiento de la tensión arterial. Según informó el Ballet Nacional de Cuba, Alonso murió de un fallo cardíaco.

Justo este diciembre, la flamante artista de puntas perfectas cumpliría 99 años.

Esta bailarina fue una leyenda absoluta de la danza, tras consagrarse como prima ballerina absoluta del Ballet Nacional de Cuba (ostentoso título otorgado a bailarinas excepcionales; Alonso fue la única latinoamericana en obtener el reconocimiento). Fue mundialmente reconocida y se destacó en Estados Unidos con el Ballet Theatre.

En su natal Cuba formó la compañía Ballet Alicia Alonso en 1948, que luego pasaría a llamarse Ballet Nacional de Cuba, donde fungió como coreógrafa.

Fue ampliamente aplaudida por sus interpretaciones en Giselle y Carmen, lo que la convirtió en el más importante rostro del ballet iberoaméricano.

“Alicia Alonso se ha ido y nos deja un enorme vacío, pero también un insuperable legado. Ella situó a Cuba en el altar de lo mejor de la danza mundial. Gracias Alicia por tu obra inmortal”, escribió en Twitter el presidente cubano Miguel Díaz-Canel, durante su visita a México.

Los inspiradores movimientos de Alicia en el escenario nunca serán olvidados y, lo que queda, es rememorarla en señal de tributo.

La vida de la bailarina excepcional

Alonso nació el 21 de diciembre de 1920 en el cuartel de Columbia de La Habana. Muy pequeña, fue llevada con su hermana mayor a España, donde hizo clic con la danza: conoció las castañuelas del folclor española y, junto a su familia de Cádiz, se fascinó por el movimiento.

Con nueve años, Alonso se convirtió en discípula de uno de los grandes nombres de la danza, pues tuvo de mentor al maestro ruso Nikolai Yavorski, quien se había asentado en La Habana e institucionalizado la Sociedad Cultural ProArte Musical. Allí realizaría su debut con el ballet El Cascanueces, el primero de muchos clásicos que interpretaría en su vida.

En 1937, viajó a Estados Unidos y se casó con Fernando Alonso (fallecido en el 2013), maestro del ballet y hermano del coreógrafo Alberto Alonso. Justamente, Fernando y Alicia se habían conocido bajo las clases del maestro Yavorski.

Con el empuje dancístico a sus espaldas, y la carta de recomendación del maestro ruso, Alicia entró en el School of American Ballet, donde encontró a nuevos maestros que, más que suplantar a Yavorski, le abrieron los ojos del mundo de la danza, entre ellos los connotados Enrico Zanfretta y Alexandra Fedorova. Posteriormente, debutaría en Broadway a finales de los treinta.

Sin duda, su gloria se vio alimentada por la experiencia en la compañía Ballet Theatre (que luego pasaría a llamarse American Ballet Theatre), de la cual fue una de sus miembros fundadores a comienzos de los cuarenta. En 1943 Alonso sustituyó con creces a la connotada Alicia Markova en el papel de Giselle, la inocente campesina del clásico de Jules Perrot y Jean Coralli, lo cual significó su catapulta al altar de la danza mundial.

En total, Alonso estuvo en tres etapas de esta compañía: de 1940 a 1948, de 1950 a 1955 y de 1958 a 1959.

En ese lapso, y a sus 20 años, quedó con ceguera parcial, tras sufrir un doble desprendimiento de retina. “Ella bailó casi toda su vida guiándose por las luces sobre el escenario”, dijo en una ocasión su segundo esposo y director del Museo Nacional de la Danza, Pedro Simón. En 1972, Alicia sería operada de nuevo.

“Nunca sufrí invidencia total. Fue una lucha sin descanso buscando soluciones escénicas para que el resultado artístico no afectara y el público jamás notara las dificultades. Nunca necesité la indulgencia del público por problemas de mi vista”, dijo la diva de la danza en una entrevista previa con La Nación.

Para finales de los cuarenta, hubo una pausa de acción en el Ballet Theatre. Alonso aprovechó para regresar a su isla natal para ser invitada por ProArte Musical, donde había realizado sus primeros estudios. Aprovechó ese retorno para cumplir uno de sus sueños: fundar el Ballet Alicia Alonso, que sería rebautizado como Ballet de Cuba y a partir de 1959 tendría el nombre de Ballet Nacional de Cuba.

Esta fundación le abrió la mente para pensar en una carrera más allá de la interpretación: ser coreógrafa.

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Muchas de sus obras fueron ampliamente alabadas. De hecho, su obra Ensayo sinfónico se estrenó en 1950 con rotundo éxito, tanto como para alcanzar al año siguiente una representación por parte del Ballet Theatre. Después vendrían otros títulos como Lydia en 1951, El pillete en 1952, Narciso y Eco en 1955, La carta en 1965, El circo en 1967, Génesis en 1978, Misión Jorad en 1980 y Muerte de Narciso en 2010.

La agencia AFP resumió muchas de las características que concentraron la carrera de Alonso, pues “muchos evocan a la bailarina de cuello de cisne, disciplinada y temperamental como pocas, que seducía al público con sus giros virtuosos, así como a la coreógrafa exigente que hacía repetir incansablemente los movimientos en busca de la perfección”.

Otros la ven como la gran dama cubana que entregó su alma a la insurrección del fallecido Fidel Castro; una diva que se codeaba con reyes, poetas y políticos. Fue con el apoyo de Fidel que su escuela creada en 1948 tomó impulso después del triunfo de la revolución en 1959.

Incluso, Alonso fue una de las primeras bailarinas de occidente que logró ser invitada en el prestigioso Teatro Kirov, conocido hoy como Teatro Mariinski; y en el Teatro Bolshoi de Moscú, durante la fase más intensa de la Guerra Fría.

Finalmente, fue Italia el país que despidió a la artista a mediados de los noventa, en un discreto retiro. A la bailarina le había llegado su hora; la danza la esperaría desde otros frentes, y ella quiso que sus últimos momentos se vivieran desde el silencio.

“No quería hacer una despedida dramática o doliente, que el público supiera que era la última vez. Pensaba que era cruel para ambos. Cuando terminé de bailar dije: no bailo más. Nadie lo sabía”, confesó la artista en el 2016 a un medio cubano.

Patricia Carreras, directora de la Escuela de Ballet Clásico Ruso, asegura que atestiguó ese rasgo de la personalidad de Alonso, con quien compartió en distintas oportunidades. “Era una personalidad sin comparaciones”, señala. “No creo que el talento de ella se pueda describir, porque existía Alicia la fabulosa bailarina, Alicia la intérprete técnicamente fuerte e interpretativamente única... Su legado alcanzó muchas generaciones: creó un estilo y dotó al ballet de Cuba con una fuerza de voluntad impresionante”.

Alonso realizó una visita al país en los noventa y más recientemente en marzo del 2017. En esa última ocasión, la bailarina recibió el doctorado Honoris Causa por parte de la Universidad de Costa Rica. Arribó al país con el Ballet Nacional de Cuba. “Agradezco mucho los aplausos y honores de donde vengan”, dijo para esa ocasión.

Alonso colgó sus zapatillas de punta en noviembre de 1995 a los 74 años, pero nunca abandonó el ballet. Ahora, la gran dama del ballet continuará su viaje en puntas para siempre, a sabiendas de que los mitos nunca mueren.