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La 85.ª entrega de los galardones de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos –conocidos como Premios Oscar– se celebra hoy en Los Ángeles. Ningún premio es un axioma absoluto; todos se hallan determinados por la subjetividad de las personas que intervienen en el proceso de selección. No obstante, los Oscar son uno de los lauros cinematográficos más controvertidos por cuanto en su adjudicación anual intervienen diferentes elementos extraartísticos.
El Oscar es un reconocimiento que muchas veces peca de enaltecer las virtudes industriales del cine por encima de sus funciones artística, ideológica o identitaria.
En los Estados Unidos se deben estrenar algo menos que un millar de filmes al año. Es imposible que los casi 6.000 votantes de la Academia los vean todos.
Por tanto, en los Oscar no gana necesariamente la mejor película, sino la que con más eficacia logró insertarse en el mercado; la que, con su despliegue millonario en publicidad, causó más impacto en los miembros de la Academia que luego votan.
La impronta industrial de los Oscar es fácil de ejemplificar. Recordemos dos de las cintas que más premios de la Academia han ganado: Titani c, de James Cameron, y El señor de los anillos: El regreso del rey, de Peter Jackson, con 11 Oscar cada una. Titanic es la segunda película y El regreso del rey es la sexta que más dinero han recaudado en todo el mundo.
El Oscar es vocero de un cine estrictamente comercial y clásico, y hay que saber apreciarlo desde este punto de vista. La Academia suele premiar estructuras narrativas y estrategias de producción convencionales, pero también es cierto que la innovación y el riesgo son asumidos por muy pocos, sobre todo dentro de una industria donde prevalecen las ganancias sobre otros valores.
Político o politizado. El Oscar no es solo un premio artístico; también posee una remarcada impronta –una huella– sociopolítica. Son los lauros que más cobertura y promoción acaparan de los medios de información, y esta parafernalia es la que obnubila, en la audiencia, la relación que existe entre el Oscar, la industria y el poder.
Por ejemplo, algunas de las cintas candidatas en la categoría de Mejor Película este año son reflejo de la política estadounidense: La noche más oscura , acerca de la cacería de Osama Bin Laden; Argo , sobre el rescate de diplomáticos norteamericanos en Irán; y Lincoln y Django desencadenado , estas dos últimas sobre la esclavitud (coincidencia aciaga cuando hay un presidente negro sentado en la Casa Blanca).
El Oscar no ha sido creado para premiar el riesgo intelectual o estético. Ya sabemos que la Academia, de manera general, suele ser escolástica y conservadora: de ahí que haya obviado a notables directores del cine de habla inglesa, como Charles Chaplin, Stanley Kubrick u Orson Welles.
Welles constituye el ejemplo clásico de la influencia que ejerce la política sobre la Academia de cine hollywoodense. Ciudadano Kane , dirigida por Welles, es considerada por varias encuestas especializadas como la mejor película estadounidense de la historia. Sin embargo, el filme solo ganó un Oscar al mejor guion original, y en ello influyó sobremanera la nefasta presión desplegada por William Randolph Hearst, magnate de los medios de comunicación cuya vida personal constituía el argumento de la película.
Además, como símbolo de Hollywood hacia el exterior, el Oscar es igual de “politizado”: salvo en raras ocasiones, va a manos de producciones que pretenden legitimar y perpetuar la hegemonía de la cultura estadounidense.
Oscar o festivales. Ahora mismo, las salas de cine aprovechan el repunte mediático de los Oscar para exhibir las cintas propuestas. Está bien acceder a la docena de buenas películas que hace la industria estadounidense en un año, pero también sería justo (para el público) poder ver las que ganan en Cannes, Berlín, Venecia o San Sebastián, porque el Oscar no es un premio de categoría internacional.
El Oscar es solo el reconocimiento de la Academia de Cine de Estados Unidos. Equivale a los Bafta de la academia británica, a los Ariel de la mexicana y a los Goya de la española.
Los Oscar no son los premios de la mayor industria del cine. En la India se producen más de mil películas anualmente, y los estadounidenses apenas superan las 700.
Los Oscar no premian a las mejores películas del mundo. Quedan fuera, por regla general, grandes filmes de otras latitudes que se estrenan y reciben reconocimientos en los festivales de Clase A, acreditados así por la Federación Internacional de Asociaciones de Productores de Cine (FIAPF).
Amour , del austriaco Michael Haneke, ganó la Palma de Oro en el más reciente Festival de Cannes; César debe morir (Italia), de Paolo y Vittorio Taviani, obtuvo el Oso de Oro en el Festival de Berlín 2012; Pietá , del sudcoreano Kim Ki Duk, ganó el León de Oro del pasado Festival de Venecia; En la casa (Francia), de François Ozon, se llevó la Concha de Oro en el último Festival de San Sebastián. De todas estas ganadoras en los festivales de cine más prestigiosos del mundo, solo Amour está entre las candidatas a los Oscar del 2013.
La gran diferencia que hay entre el principal lauro de la Academia estadounidense y esas otras estatuillas, es que el Oscar exalta la condición de espectáculo del cine, mientras que la Palma, el Oso, el León y la Concha premian el ejercicio intelectual del cineasta.
Por eso Woody Allen es tan venerado en Europa y no así en su país natal. Ha ganado varios Oscar, pero nunca ha asistido a ninguna de las ceremonias de entrega y sí ha hecho gala de su comicidad al hablar de ellos: “Los guardo en casa de mi padre, que los abrillanta. Desde luego que no voy a guardar Oscars en mi casa”.
No obstante, deberíamos aclarar que, en ambos casos –tanto los festivales como en la Academia–, no existe la objetividad, sino el propósito de imponer cada perspectiva. Por tanto, los premios se destinan a realzar los intereses y cánones de cada uno.
La mejor película extranjera. El premio en la categoría de Mejor Película de Habla no Inglesa es el más sincero que otorga la Academia. A veces, las cinco propuestas en este rubro suelen ser más sugerentes que la cinta ganadora del galardón a la Mejor Película.
De manera general, el gran público no logra recordar cuál fue la ganadora a la Mejor Película de hace tres o cuatro años. Sin embargo, es difícil olvidar clásicos de la historia del cine premiados con el Oscar a la Mejor Película Extranjera, como El ladrón de bicicletas (Italia), de Vittorio de Sica; Rashomón (Japón), de Akira Kurosawa; El discreto encanto de la burguesía (Francia), de Luis Buñuel; La historia oficial (Argentina), de Luis Puenzo, y Cinema Paradiso (Italia), de Guiseppe Tornatore.
Quizás muchos de aquellos directores jamás pensaron en ganar un Oscar, o ni siquiera lo querían. De hecho, Luis Buñuel una vez afirmó: “Nada me disgustaría más que ganar un Oscar”.
La realidad demuestra que en Sudcorea, Italia y Dinamarca también se hace buen cine, pero crecimos yendo a la sala oscura para deslumbrarnos con Hollywood. Es parte de nuestro imaginario.
No obstante, podríamos quedarnos con la tonada melancólica de Casablanca , la disección de cada personaje de El Padrino , la neurosis sentimental de Annie Hall , la desacralización de Forrest Gump y la poesía ordinaria de Belleza americana : todas, películas oscarizadas, pero no es la estatuilla de 34 centímetros lo que las hace perdurables. A fin de cuentas, el Oscar es un premio (como cualquier otro) cuya única finalidad es ensalzar la vanidad del ser humano.