“[David Bruce] llamó a su esposa: ‘¿Podrías ayudarme a sostener este mono?’ [']. Esa fue la forma en la que ella se convirtió en su asistente y permaneció siendo su mano derecha durante treinta años, acompañándolo a los agujeros más sucios y pestilentes que cualquier cazador de microbios haya visto jamás [...]. Es difícil creer que en un principio fueran tan torpes y mugrientos, pero, juntos, estos dos bacteriólogos recién casados trabajaron y descubrieron el microbio de la fiebre de Malta, pero fueron relegados de Malta por su terquedad.
”‘¿En qué cosas anda Bruce?’, preguntaron los altos oficiales médicos de la guarnición. ‘¿Por qué no se dedicó a tratar a los sufridos soldados? ¿Por qué razón se metió en ese hueco que él llama su laboratorio?’. Así, ellos lo declararon como un idiota, un soñador, un bueno para nada”.
Este relato es parte del célebre libro Los cazadores de microbios (1926), de Paul de Kruif, y recrea uno de los hallazgos clínicos más sobresalientes del siglo XIX, sobre el aislamiento del microbio causante de la brucelosis en soldados enfermos en la isla de Malta en 1887. El mérito del descubrimiento corresponde al cirujano británico capitán David Bruce, a su esposa Mary Steele y al médico Giuseppe Caruana-Scicluna, héroes de la micro-biología.
La brucelosis es una enfermedad crónica adquirida por la ingestión de productos lácteos no pasteurizados o por el contacto con animales infectados con la bacteria del género Brucella , y es por tanto una zoonosis. La enfermedad también se conoce como fiebre de Malta, fiebre mediterránea, fiebre de Chipre, fiebre ondulante y aborto contagioso, solo para señalar algunos nombres que hacen alusión a su origen y a sus principales síntomas: la fiebre y el aborto.
Plagas. Estudios de paleopatología y paleogenética de fósiles descubiertos en sitios arqueológicos en los que se han usado métodos como la resonancia magnética, el ultrasonido, la tomografía, la microscopia de fuerza atómica y la genética molecular, demostraron que la brucelosis fue una de las plagas que azotaron a los habitantes de los países alrededor del Mediterráneo y del Medio Oriente desde tiempos bíblicos, en particular después de la domesticación de los animales y del consumo de lácteos provenientes de rebaños infectados.
Se ha diagnosticado brucelosis en osamentas de la Edad Media en la ciudad de Butrint (en Albania) y en fósiles de la Edad del Bronce en Palestina y Jordania.
No es casualidad que esos lugares estén cerca de la Creciente Fértil, región en la que se domesticaron algunos de los hospederos más importantes de las brucelas, tales como las ovejas, las cabras y las vacas, hace unos 11.000 años.
Otro sitio arqueológico en el que la brucelosis fue un mal común en la Edad del Bronce, es Bahrein, en el golfo Pérsico. Este archipiélago pertenece a una zona en la que el camello dromedario, otro hospedero de las brucelas, fue domesticado hace 6.000 años.
El Antiguo Testamento da fe sobre la prevalencia del “abortus epidemicous” en el Sinaí, y menciona el síntoma principal de la brucelosis en los rebaños. En el pasaje del Génesis 31:38, cuando Jacob, como pago por Raquel y Lea, hijas de Labán, consintió cuidar los rebaños de este último, se revela: “En estos veinte años que yo he estado contigo, tus ovejas y tus cabras no han abortado, ni yo he comido los carneros de tus rebaños”.
Los estudios hechos en osamentas de sitios arqueológicos en Egipto, sugieren que la brucelosis ya era frecuente en el norte de África alrededor del año 750 a. C. Este período corresponde a la XXV dinastía, cuyos reyes egipcios y eventos son mencionados en la Biblia (ejs., Isaías 37:8-9 y 2 Reyes 19:8-9).
Por lo menos una de las plagas de Tebas se debió a la brucelosis, según sugieren la tragedia griega Edipo Rey , escrita alrededor de 430-420 a. C. por Sófocles, y estudios sobre sucesos históricos, incluida la narrativa de Tucídides sobre la plaga de Atenas que se produjo en la misma época en la que Sófocles escribió su magna obra.
Algunos de esos eventos se describen al inicio de la tragedia: “El quieto transcurrir de la vida en Tebas se rompe con la explosión de una epidemia de peste que destruirá la ciudad entera ['], se consume en los rebaños de vacas que pastan y en los infructuosos partos de las mujeres”.
Investigaciones sobre las variaciones genéticas que determinan la persistencia de la enzima lactasa para digerir el azúcar (lactosa) de la leche en las personas adultas, han demostrado que el origen más probable de esta persistencia se produjo en los lugares donde se domesticaron los hospederos de las brucelas.
Aún más, al menos hace 7.000 años, las personas de la región mediterránea de Anatolia ya sabían ordeñar y transportar leche, y procesar este fluido en productos bajos en lactosa, como yogures, cremas y quesos, todos vehículos de contagio de la brucelosis.
La brucelosis era común en los habitantes del imperio romano, según revelan la presencia de la bacteria en quesos enterrados y las lesiones óseas halladas en restos descubiertos en Pompeya y Herculano, ciudades destruidas por la erupción del volcán Vesubio en el siglo primero a. C.
Lo anterior sugiere que el contagio por medio de la ingesta de productos lácteos contaminados con brucelas era frecuente en los países alrededor del Mediterráneo, del Medio Oriente y de la península arábica durante el primer milenio a. C.
Sentencia. Las estirpes de brucelas en bisontes, renos y alces americanos corresponden a las europeas, lo que sugiere que la enfermedad no existía en América y que la bacteria fue introducida con el ganado traído por los conquistadores españoles. El hecho de que cerca del 100% de los amerindios y los inuit sean intolerantes a la lactosa indica que aquellos que poblaron América hace 12.000-4.000 años no tomaban leche y no tenían rebaños.
Por el contrario, en España, la brucelosis era habitual durante los siglos XV y XVI. Incluso se ha propuesto que parte de los delirios de santa Teresa de Jesús estaban matizados por una “fiebre tonta”, nombre que usaban los galenos de entonces para describir la fiebre insidiosa y poco predecible de la brucelosis. Posiblemente la había adquirido de la leche de cabras en la finca de su padre en Gotarrendura, Ávila
Durante el segundo viaje de Colón, en 1493, Bartolomé de las Casas escribió: “A 5 de Octubre, [Colón] tomó la isla de la Gomera, donde estuvo 2 días, en los cuales se proveyó á mucha priesa de algunos ganados, que él, y los que venian, compraban, como becerras, y cabras, y ovejas; y entre otros, ciertos de los que venian allí compraron ocho puercas á 70 maravedís la pieza. Destas ocho puercas se han multiplicado todos los puercos que hasta hoy ha habido y hay en todas estas Indias que han sido y son infinitos”. De este modo se difundió la brucelosis en el Nuevo Mundo, la que persiste en el ganado y, por contagio, en los humanos.
La propagación de la brucelosis ha seguido la dispersión del ganado en el mundo. En su afán por controlar a la naturaleza, por milenios los humanos se dieron a la tarea de domesticar rebaños. Sin embargo, nunca advirtieron que, cada vez que domaban a una bestia, también domesticaban a las brucelas y, sobre todo, a sí mismos.
En todas sus formas, la domesticación ha sido una sentencia, no solo para los animales sometidos, sino para sus amos. Mientras que, para el ganado, la condena ha sido una vida de servicio, para la sociedad fue la sumisión al destino de las bestias domesticadas, incluidos los microbios de estas.
El autor es microbiólogo, investigador de la UNA y la UCR, y Catedrático Humboldt del año 2012.