La exposición acaba de ser inaugurada en la antigua estación del tren al Atlántico, y el dibujante Luciano Goizueta está sentado fuera del edificio en una banca de madera, como si todo aquello no fuese con él. Por otro lado, la artista Silvia Piranesi recorre el salón con una copa de vino en la mano y una extrema sinceridad en la descripción de su obra: “Fue producto del aburrimiento, nada más”.
El trabajo de los dos artistas forma Nociones bajo la almohada , una muestra muy tímida pues apenas quiso mostrarse durante una semana: comenzó el martes 12 de agosto y cerrará sus puertas el martes 19.
Sin embargo, aquellos trabajos son una breve parte de la verdadera exposición que Luciano Goizueta y Silvia Piranesi hacen en sus libros, Pillowbook y Many Brilliant Notes , muestras que son permanentes si uno las consigue: pueden admirarse en cualquier lugar, a cualquier hora.
Las Nociones bajo la almohada son como una canción punk : breve y frenética. La exposición acoge un arte que nació en páginas de cuadernos como una expresión para el desahogo: como si los autores hubieran estado frente a un vidrio y hubiesen decidido quebrarlo solo por la satisfacción que ello brinda.
Descargas de energía. La obra de Goizueta heredó el nombre de un filme de Peter Greenaway: The Pillowbook (1995), y parte de la antigua tradición japonesa de esconder los diarios personales en las almohadas. El dibujante no tuvo merced con el papel: la tinta siguió un curso espontáneo durante 188 noches consecutivas, totalmente sujeta a su humor y su ánimo.
Por su parte, Piranesi intervino con tinta china, recortes y cromos en un libro usado que compró en alguna tienda de descuentos. Todo formó un collage que, según la autora, es una ironía pura: comenzó como un capricho personal, por nada y con una intención incierta, hasta que otra persona lo vio y lo quiso para sí.
Ambos libros son una compilación de confesiones noctámbulas. Goizueta se impuso el reto de hacer un dibujo en un libro que compró, justo antes de dormir. Dice él que las reglas que estableció fueron simples: “Hacer un dibujo con plumilla y sin boceto, y “no cagarla” en ninguno”.
Así, el arte se convirtió en rito, como una plegaria o como lavarse los dientes. La diferencia reside en que el resultado de ese nuevo hábito alcanzó un valor que ameritó su publicación, tal cual, sin correcciones ni censuras.
“Cambié la lectura por el dibujo; apenas me acostaba en la cama, la rutina era agarrar el libro y hacer un dibujo. Hubo noches en las que llegaba de una fiesta, y estaba durmiéndome; en otras tenía todo el tiempo, pero la intención era capturar ese momento, sin importar que el error quedase, y quedó”, explica Goizueta.
Piranesi tuvo un método más irregular: los collages combatían al aburrimiento cuando este llegaba por las noches y luego se convirtieron en anfitriones en la casa de la artista: “La gente que llegaba a mi casa quería mirar el libro; entonces surgió la idea de hacer algo más con él”, comenta la autora.
Convención de retazos. Los artistas aprovecharon su nuevo hábito para retomar ideas “en limpio” que venían desde todas las direcciones: “Desde hace tiempo tenía ideas que quería rehacer. Luego tomé como referencia las cosas que llegaban a mis manos: revistas viejas, recortes, e incluso los dibujos que hizo mi hermana cuando tenía cuatro años de edad”, relata Goizueta. Él los tomó y los enderezó –o los retorció aun más–.
Los artistas no esquivaron temas. Aquello era un ejercicio que resumía sus mundos durante unos minutos. Los artistas se propusieron retratar aquello que pasara por sus cabezas y plasmarlo sin cocción, con crudeza, sin pretensiones.
Ellos admiten que omitir la noción de que otros ojos juzgasen las obras amplió su creatividad. Por esto, las personas esconden sus diarios: porque nadie escribe en ellos para quedar bien con los demás.
Sin embargo, su contenido dice algo que es secreto incluso para sus autores; las libretas no tienen un orden lógico que guíe a quien las admire a través de una historia. Se puede ser cómplice o solo fisgón de esos desahogos gráficos.
Las obras recuerdan las portadas de bandas como Black Flag, y algunas exhalan la esencia decadente del cyberpunk . Aun así, sus creadores admiten que no hubo una estética preferida; las evocaciones a diferentes estilos es obvia, dicen ellos, pero el ejercicio fue natural y las figuras surgieron de todo aquello que los artistas sintieron cada noche.
También, como todo demo underground que pretenda llamarse así, los tirajes de los libros son breves. Pillowbook está en proceso de reedición pues la primera impresión apenas fue de 225 ejemplares, que se vendieron muy rápidamente; se espera que el libro esté disponible para el final de este año. Por el momento, algunas páginas pueden apreciarse en su página de Internet . Many Brilliant Notes estará a la venta en la Feria del Libro , del 22 al 31 de agosto.
Una canción punk está compuesta por espontaneidad, fuerza y algo que confesar a gritos. La revuelta de movimientos, palabras e imágenes pegadas una sobre la otra resulta en una ceremonia cautivante, pero casi incomprensible. En la música punk y en el arte no hace falta un plan: todo puede resumirse en el frenesí, en un caos que sólo cobra sentido una vez que se vocifera.